THE GRAND TRUNK
Kim es
un muchacho del arrabal de la ciudad de Lahore (hoy Pakistán) habituado a
desenvolverse en los mercados y las calles de la ciudad en la época colonial
del Raj británico, que vive la vida regalada y libre de perro callejero con desenfado,
descaro y gran deleite. Acostumbra a hacer recados por la ciudad, muchos de
ellos galantes, con lo que se ganaba el cariño, complicidad y protección de
muchos haciéndose acreedor del apelativo de Amigo
de todos (The Little Friend of All
the World). Aunque criado en las calles de Lahore como un golfillo nativo,
el chico guarda en un escapulario ciertos documentos que acreditan ser hijo de
un soldado irlandés borrachín de apellido O’Hara y una mujer blanca muerta en
el parto.
El rapaz
conoce a un santón, lama tibetano, que se dirige a Benarés a la búsqueda mística
de cierto río de la vida y espoleado por las ganas de conocer mundo y vivir
aventuras, se decide a acompañarle y acepta el ofrecimiento de un tratante de
caballos afgano para llevar un recado a cierto oficial inglés a una ciudad del
camino, recado en clave que resultó ser información de alto interés para el
ejército británico.
A partir
de aquí la novela de Ruyard Kipling se convierte en una especie de road movie protagonizada por un pícaro y
un viejo santón del Tibet por la ruta más atrayente que imaginarse pueda: el
camino conocido como The Great Trunk
(El Gran Tronco) que discurriría entre Kabul, en Afganistán, hasta la
desembocadura del Ganges en el Golfo de Bengala, pasando por Islamabad, Lahore,
Delhi, Benarés y Calcuta, trazado de más de dos mil años de antigüedad que
cruza de este a oeste la fértil llanura
del Ganges, al sur de los Himalayas. Los ingleses, en la época imperial,
construyeron el ferrocarril, con lo que una gran parte del tráfico de
mercancías y pasajeros desapareció del camino que Kipling describe así, en boca
de un viejo soldado:
“Santón, mira… el Gran Tronco,
que es la espina dorsal de la India. En casi toda su longitud está como aquí,
sombreada por cuatro hileras de árboles; la parte del centro, de suelo muy duro
es la destinada al tráfico ligero. En tiempos anteriores al ferrocarril, los
sahibs pasaban por aquí a centenares. Ahora solo viajan carros de labradores y
gentes del país. A derecha e izquierda están las carreteras ordinarias para las
cargas pesadas, grano y algodón y madera, bohosa, abonos y cueros.(…)
Por aquí pasan hombres de todas
las castas y clases. ¡Mirad! Brahmanes y discípulos, prestamistas y caldereros,
barberos y bunnias, peregrinos y alfareros…, todo el mundo yendo y viniendo.
A mí me hace el efecto de un río, del
cual yo soy una rama arrojada a la orilla por la inundación”.
Y verdaderamente, la Gran
Carretera Central llamada Gran Tronco constituye un espectáculo maravilloso. Se
extiende en línea recta durante mil quinientas millas, soportando todo el
intenso tráfico de la India, constituyendo un río de vida como no existe en
ningún otro lugar del mundo”.
Así era
la ruta indostánica en 1901, cuando la describió Kipling, y así había sido en los
siglos anteriores. Hoy, la vía ha sido, en su mayor parte, transformada en
carreteras de alta capacidad, con muchos tramos de doble calzada como las
autopistas NH1, NH2 y NH91. Quienquiera que haya visitado la India habrá
viajado por alguna de esas carreteras y se habrá encontrado con ese tráfico
infernal de camiones con neumáticos lisos haciendo sonar incansablemente el
claxon, llenos de lucecitas y una combustión tan deficiente que cada uno de ellos
contamina más que todos los vehículos de Oslo juntos, autobuses atestados de
gente dentro, colgados en las ventanillas y sentados en el techo, tuck-tucks,
motocicletas de baja cilindrada con familias enteras, vacas y peregrinos, con
esos descansos en la orilla en que los camioneros comen a discreción un
revuelto de verduras con curry por unas pocas rupias y se refrescan en
depósitos de agua semidesnudos en el aparcamiento. Ha cambiado algo el paisaje,
pero la Carretera Central de la India sigue pareciendo el Río de la Vida,
empequeñeciendo y trivializando otras vías mucho más modestas como la tan
celebrada y sosa Ruta 66 norteamericana.
Kim es
un pícaro, pero tiene una característica que lo diferencia de los pícaros de la
novela española. A diferencia del Buscón o del Lazarillo no resulta ser un
perro apaleado y de fondo amargo. Más bien es un tipo desenfadado y alegre que
se las apaña para salir airoso siempre y ser dichoso en su condición de golfillo, a lo
que se resiste a renunciar a pesar de las oportunidades que le brinda su origen
europeo y a lo que finalmente accede.
De este
modo se vio el rapaz cuando llegó a la ciudad de Lucknow:
“Kim se vio a sí mismo solo, vestido
como un discípulo de monje tibetano, equipado con un cuenco de mendigar, un
rosario y un revólver Colt: “Un rey no podría ser más rico”. Se compró unos
dulces en una hoja a modo de plato del puesto de un hindú, y se los comió con gran
deleite hasta que un policía le ordenó que se levantara de las escaleras”.
Esa es la
actitud.
Román
Rubio
Septiembre
2023
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