OTRA
VEZ PEDROCHE
No sé que tienen tus ojitos que me vuelven loco,
decía la rumba. Pues eso, no sé qué haces, Pedroche, que tienes la capacidad de
enervar al personal (mayoritariamente femenino, pero no solo) con tus apariciones en biquini,
desnuda, semidesnuda o a medio vestir, en la Puerta del Sol, en la nieve o ante
el espejo de tu casa.
Ni contigo ni sin ti: si te muestras de negro tapada
hasta el cuello y los tobillos, al modo de los usos arábigos y lutos
pretéritos, eres víctima del odioso patriarcado que te obliga a ocultar tu
cuerpo, y si lo haces con el textil justo para tapar las (breves y muy prietas)
vergüenzas, porque te prestas a sus procaces caprichos. "Contigo porque no vivo
y sin ti porque me muero". Hagas
lo que hagas, la exposición de tus alicientes corporales despierta enconados rechazos.
El público femenino (y hasta el binario, el no binario y el yuxtapuesto) se pone de
uñas porque pones tu cuerpo al servicio del patriarcado. Es posible que así sea, pero no deja de ser una curiosa dominación patriarcal esta en que a los hombres les importa un
pimiento lo que te pones o te quitas y son mayormente las mujeres las que se
muestran molestas, cuando no insultadas por tus lucimientos.
El último agravio han sido tus poses en biquini a tres semanas del alumbramiento y la portentosa recuperación, que, de no tener truco, parece ser obra de brujería o concurrencia de la Virgen de Entrevías, pues diríase que trajo el niño la cigüeña.
¿Y qué ven en esas fotos muchas personas —algunas de ellas muy ilustres—según expresan en la prensa y otros medios?
Unas se quejan de tu cuerpo escultural, cosa
imperdonable para la mayoría, que, como quien esto escribe, reciben del espejo
una imagen muy, pero que muy, mejorable. Para ellas, tu cuerpo es un insulto
que provoca la desdicha de tantas otras que se amargan al compararse, lo que es
mala cosa, pues como dijo Montesquieu, ser feliz sería muy fácil a no ser por
ese empeño humano por compararse de continuo con los demás.
Otras ven la ofensa en el hecho de que supuestamente
tienes unos ingresos holgados que te permiten ayuda en el hogar (cosa que
algunas de quienes te critican comparten, con aprovechamiento modesto o nulo),
un entrenador personal y otros privilegios de clase, o más bien de estatus, que
el hecho de ser de Vallecas indigna aún más a muchas de tus detractoras, que deciden obviar que es la disciplina, el sacrificio y los genes—y no el
entrenador ni las burbujas del jacuzzi— lo que consigue los efectos que saltan
a la vista, limitándose a ver el resultado y no el proceso.
Algunas se lamentan de la falta de respeto y
solidaridad con la mayoría de mujeres que han vivido con comprensible aflicción el deterioro corporal tras
el duro trance del parto, como si Dios repartiera las dádivas con equidad y merecimiento.
Y otras te culpan de todo ello junto, haciéndote
responsable de tanto malestar entre tantas otras mujeres por el hecho de tener
el cuerpo que la naturaleza y los aciertos evolutivos te dieron y que parecen envidiar.
Es curioso que el fenómeno Pedroche no se dé en
hombres por igual. Nunca he oído a ninguno quejarse del cuerpo de Brando,
Eastwood, Osborne, Newman, Pitt o Beckham, a cualquier edad en la que estos han
tenido a bien mostrarse en camiseta de tirantes y otros paños de tamaño
reducido. Los hombres hemos visto las imágenes de estos y otros Adonis con generosa
resignación y hasta hemos felicitado a Mastroianni por mostrarse en
calzoncillos blancos y calcetines negros con liguero sin pudor alguno. Sin
envidias ni rencores. Algo bueno teníamos que tener.
Román Rubio
Agosto 2023
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