UN
PALETO EN LA CORTE DEL REY ARTURO
Estábamos (mal)acostumbrados a ver a Nadia Calviño
manteniendo embelesado con su cháchara inteligente a un corro de hombres con
traje gris, y a un Presidente Sánchez moviéndose con soltura en los pasillos de
los encuentros internacionales charlando de esto y lo otro con Macron, Rishi
Sunak, Biden o Scholz, y trayendo de esos encuentros mejoras notables como la
excepción ibérica para las energías y otros suculentos caramelos.
Diríase que habíamos superado el “is very difficult todo esto” del
inefable Mariano, el relamido “relaxing
cup of café con leche” o el impostado acento tejano al que nos tenían
acostumbrados los políticos anteriores, verdaderas nulidades a la hora de la
comunicación en foros internacionales y que nos forzaban a admitir como axioma
inapelable la “excepción hispana” (que no ibérica, pues ya se sabe que los
portugueses siempre nos han aventajado en ese campo). Al parecer, ningún Presidente
anterior excepto Felipe González —que se manejaba bastante bien en francés, aunque
era nulo en inglés— era capaz de comunicarse en una lengua que no fuera la
castellana. Se dice que Calvo Sotelo sí que lo era, aunque fue tan fugaz en el
cargo que nadie recuerda haberlo oído hablar en lengua alguna.
¿Qué es eso de ir hablando por ahí sin intérprete?
¿Se trata acaso de otro signo de decadencia imperial y un insulto a las
sagradas tradiciones hispanas? ¡Que aprendan ellos español, hombre! ¿Qué ha
sido del preciado legado de Paco Martínez Soria, Lina Morgan, Sarita Montiel, el
Alfredo Landa de Vente a Alemania Pepe
o el Sacristán de Lo verde empieza en los
Pirineos? ¿Adónde ha ido a parar la Ramona de Fernando Esteso, el flamante
tractor amarillo y esa pareja de viejos que van camino de Albacete? Miren, lo
máximo que estamos dispuestos a aceptar en beneficio del cosmopolitanismo son
las bromas del Gomaespuminglish, que aquello sí que era divertido: “Gomaespuminglish, lección para lechones.
Lechon uan”. Ahí sí que nos reíamos. Eso era diversión de la buena, sin
nada de la afectación de estos listillos pretenciosos.
Había que invocar a las fuerzas patrias y el mismísimo
Sánchez convocó elecciones, y los españoles (con la acostumbrada excepción de
catalanes y vascos), nostálgicos de aquellos tiempos, votaron mayoritariamente
a un tipo que dice Bruce Sprintrer
cuando habla del Boss, Kevin Klein para referirse a sus
calzoncillos de los domingos y Guchi
a la marca del bolso de su señora, lo que me recuerda a aquel puesto del mercadillo
de mi barrio que para anunciar las rebajas de noviembre puso el cartel de “Blas Fraile”. En fin, ¿qué se puede
esperar de un tipo que dice que George Orwell escribió su famosa distopía ¡en
1984!?
Sé que algunos no lo ven así, y me pregunto por qué
ven normal que se exija un nivel alto de inglés para cualquier trabajo de
cierta proyección internacional (y a veces hasta comarcal, por aquello de sacar
pecho ante los del pueblo de al lado) y no lo hagan para el máximo
representante del Estado, que tiene que estar lidiando asuntos con otros
dirigentes que, ellos sí, hablan inglés con fluidez.
¿Imaginan a Luis Vives, Erasmo de Rotterdam,
Guillermo de Ockham o Copérnico siendo incapaces de comunicarse en latín? Claro
que la excepción de la regla es el caso de nuestro San Vicente Ferrer. Ese sí,
que “predicando siempre en su ‘lengua
valenciana’ era comprendido por castellanos, franceses, vascos, italianos del
Piamonte y Lombardía…”, pero, claro, se trataba de un santo y los santos
pueden hacer milagros. No tengo claro que el ilustre lucense pueda hacer con el
gallego lo que Vicente consiguió con el valenciano.
Román Rubio
Agosto 2023
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