¡SOCORRO! Me aburro
A todos aquellos que, teniéndolo todo, dicen aburrirse.
Siempre me ha fascinado el tema
del aburrimiento y de cómo lo viven las personas: el hecho de que haya quien
confiese no aburrirse nunca y quien dice aburrirse a menudo haciendo más o
menos las mismas cosas. Hay quien, para evitar el tedio, se llena su agenda en
lo que parece ser una exhaustiva terapia ocupacional: los lunes y miércoles,
inglés; los martes y jueves, pilates; los viernes, coro; los sábados partido
del chico y por las tardes, baile, macramé, papiroflexia y voluntariado con
tres ONG, no vaya a ser que alguna falle alguna semana. Todo por no verse cara
a cara en algún momento de cualquier día con el temido tictac del reloj. Otros,
sin embargo, toman el camino contrario y han buscado —y siguen haciéndolo— la
solución en el campo de la meditación y el silencio; como dijo Thoreau cuando
decidió su retiro de dos años, dos meses y dos días en su cabaña junto al lago
Walden:
“Fui a los bosques porque quería
vivir deliberadamente, (…). Para no darme cuenta, en el momento de morir, que
no había vivido”.
José Antonio Marina, también
intrigado por el tema, opina sobre el aburrimiento que “…se trata del malestar que se siente cuando uno se siente desdichado.
Quien sufre no está aburrido. Está sufriendo. Aburrimiento es el sentimiento de
no estar recibiendo un nivel adecuado de estimulación” y Alain (pseudónimo
de Émile-Auguste Chartier) aquello de que “el
aburrimiento es lo que queda de los pensamientos cuando las pasiones son
eliminadas de ellos”. Y tienen razón. Ambos. Se aburre quien tiene las
necesidades básicas (alimentación, hidratación, ¿sexo…?) cubiertas y no está en
peligro inminente de ser agredido por fiera o humano ni en peligro de muerte o
lesión severa. ¿O acaso se aburre quien ama locamente o sufre por amor (a
menudo viene a ser lo mismo), le persigue alguien con un cuchillo o acaba de
recibir la noticia de “es maligno”?
Para Fernando Sabater el
aburrimiento es algo exclusivo del animal humano, “una intemperancia zoológica como la risa o la prescencia de la
muerte (las tres juntas, pasadas por el lenguaje, son el origen de nuestra
especialidad más famosa: el pensamiento”, tesis, a mi parecer, algo
exagerada puesto que no explica la cara de aburrimiento del perro de mi vecina
y su alegría cuando esta le muestra la correa que indica paseo.
Hay tantas clases de aburrimiento
como taxonomías, pero, básicamente, se pueden resumir en dos: el situacional,
fácilmente evitable cambiando de ocupación o saliendo a dar una vuelta y el
existencial o tedio vital que define con inquietante precisión Pessoa en su Libro do dessasosego:
«El tedio es, sí, el
aburrimiento del mundo, el malestar de estar viviendo, el cansancio de haberse
vivido; el tedio es, más que esto, el aburrimiento de los otros mundos, existan
o no; el malestar de tener que vivir, aunque otro, aunque de otro modo, aunque
en otro mundo; el cansancio, no solo de ayer y de hoy, sino de mañana también,
(y) de la eternidad, si la hay, (y) de la nada, si es la eternidad.
El libro que os presento NO es un recetario para librarse del
aburrimiento (el más metafísico de los pecados capitales), NO es un libro de
autoayuda —aunque algún consejo doy, pobre de mí, que a menudo ando aburrido—. Es una introspección, un estudio, una
reflexión, una investigación de meses sobre el apasionante tema del
aburrimiento y sus parientes, conocidos con los nombres de spleen, boreout, mal du siècle o acedia, según época, intensidad,
situación y contexto.
Disponible en Amazon
Román Rubio
Diciembre 2018
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