lunes, 3 de diciembre de 2018

BORRELL Y LOS INDIOS



BORRELL Y LOS INDIOS


En los últimos tiempos el señor Borrell ha estado en el ojo del huracán por asuntos varios. Hay quien le tiene muchas ganas. Uno de ellos ha sido el de unas “muy desafortunadas” declaraciones que hizo a propósito de la bondad de las fuerzas centrípetas que se viven en los EEUU (agrupado el país en torno a una bandera, a pesar de sus leyes estatales, a menudo divergentes) y su comparación con las tensiones centrífugas de países como España. El ministro achacaba el supuesto “privilegio americano” al hecho de que “…tienen el mismo idioma todos y porque tienen muy poca historia detrás. (…) Lo único que habían hecho era matar a cuatro indios”. Pues, no señor Borrell, no. No fueron cuatro indios. Fueron muchos más de cuatro. Hubo una aniquilación, si no total, sí muy significativa. Y un confinamiento en reservas de los que iban quedando, una vez desposeídos de su modo de vida de pueblos cazadores y nómadas. El asunto se agrava, señor Borrell, tratándose de unas declaraciones totalmente innecesarias de un Ministro de Exteriores de España (jefe de la diplomacia) hechas en un tono coloquial, de sobrado, y que habrían sido quizá inadecuadas aún en el entorno de una sobremesa con amigos, Más aún en un acto público en la Complutense.

Estoy de acuerdo en la condena al ministro y doy por buenas las disculpas posteriores de este. Y le han caído críticas, vaya si le han caído. Entre ellas, la que la periodista y escritora Edurne Portela le dedica en la edición de El País del domingo. La autora, de extensa formación y experiencia docente en los EEUU, le recrimina una serie de (in)cuestionados clichés de los que quiero resaltar el que concierne a la lengua inglesa . Dice (referido a los EEUU): “El inglés, la única lengua oficial del país, lo es por violencia y por imposición. La unidad lingüística es consecuencia de las políticas de exterminio, del régimen esclavista y de la negación de la pluralidad cultural de sus habitantes actuales” Y es aquí donde veo que el análisis es algo burdo, inexacto y pleno de lugares comunes. En primer lugar, sin negar el genocidio, los indios (o native Americans), con unas lenguas más primitivas, acordes con su cultura neolítica, aprendieron el inglés en la medida en que esta era más apta para la integración (eso sí, no buscada) en la sociedad industrial. Y lo mismo se puede decir de los esclavos, a quienes le venía más a cuenta comunicarse en inglés que en sus originarias lenguas africanas, aunque solo fuera para poder comunicarse entre ellos.

Y sí. También es cierto que la lengua inglesa se impuso con violencia. Como todas las demás. Igual que las lenguas navajo o maya se impusieron, con toda seguridad, sobre sus vecinas, de pueblos menos poderosos o con menor número de hablantes (y no, necesariamente, de menor belleza o acervo cultural).

El inglés (y el español, si nos ponemos) no es un gigante malvado y sin corazón, brutal azote de cándidas y ricas lenguas minoritarias autóctonas habladas por pacíficos y apacibles ciudadanos. El mundo no se compone de buenos y malos, como algunos quieren hacernos ver. Y el inglés no lo inventaron los dioses malvados, enemigos de los humanos de buena voluntad. Se formó con los mismos mimbres que el navajo, el maya, el español y todas las demás. Unos celtas hablantes de un mosaico de idiomas locales, que vivían en unas islas verdes y lluviosas, se vieron invadidos por unos tipos que decían llamarse romanos unos a otros y les impusieron el latín. Hasta el siglo V, en que llegaron del continente bandadas de sajones, anglos y jutos hablando una lengua germánica que implantaron por las buenas o por las malas en un territorio que sería invadido cuatro siglos después por normandos que impusieron su francés. Todo esto complementado por unos (por lo general) poco amigables visitantes escandinavos conocidos como vikingos que aportaron, entre mamporro y mamporro, sus propias palabras al patrimonio.

Y gracias a esa, a menudo violenta, imposición de unas lenguas sobre otras yo he viajado hace poco por Centroeuropa y me he podido comunicar con los locales, siendo que ni yo hablaba alemán ni ellos español. Y tanto ellos (los centroeuropeos) como yo hemos aprendido el inglés sin que ningún gigante malvado y sin corazón nos amenazara ni nos lo impusiera de manera violenta. Solo por el gusto de poder entendernos.  

Román Rubio
Diciembre 2018

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