lunes, 2 de octubre de 2017

FACHAS

FACHAS

Han vuelto a salir las banderas a la calle lo que para mí equivale a malas, muy malas noticias. Me asomo a la ventana y veo algunas rojigualdas en los balcones, y en Cataluña, esteladas, muchas esteladas.Y gentes usando  banderas como atuendo o maquillaje, lo que afea  las ciudades y anuncian turbulencias. ¡Dios, qué hastío de banderas! Parapeto de impulsivos con cabeza hueca que apelan a la emoción y no a la razón, de los que, con la intención de marcar el propio territorio, excluyen a los de las tribus vecinas, de los que se creen superiores en su ordinariez, de los zafios y de los inseguros de sus virtudes que buscan, en su afirmación de pertenencia al grupo, la aprobación de los demás y el cobijo en la multitud.  Simplificadoras de la razón convirtiéndola en simple emoción, son incompatibles con el espíritu libre y el de quien se respeta a sí mismo como individuo  y que cree que es él, y no el grupo, la nación o la religión, el responsable y beneficiario de sus propios actos, de su destino y bienestar. Símbolo de los desustanciados, mediocres, irresponsables, romos, adláteres, pingos y pinganillos, marujas, héroes de sofá y mando de la tele, gallitos de café y algún que otro cagallón de acequia.

La afluencia de banderas ha traído a la palestra un término al que  su uso  y abuso ha devaluado su significado dejándolo en la nada: es el término “facha” o “fascista”. Sobre todo, los estelados, a quienes gusta llamar facha a todo aquel que porte una bandera española (que no una estelada,  faltaría más), que esté contra la independencia de Cataluña o incluso que se muestre tibio o equidistante al respecto. Muchos lo hacen por ignorancia: son jóvenes, algo incultos o ambas cosas. Otros, que conocen el significado, lo hacen solo por confundir, pretendiendo ignorar el verdadero valor de lo que significa ser fascista o “facha”, su versión castiza.
Hace tiempo que hablé de esto en este mismo blog: Para llamar a alguien fascista debe ser, en primer lugar, fascista. Para ello debe pertenecer,  ser adepto o simpatizante del Partido Fascista, Nacionalsocialista o Falangista, en sus actuales formas, presentaciones y denominaciones. Al menos debería (el facha) participar de su ideología, que se resumiría en: culto a la Patria, disposición revolucionaria, oposición a la forma democrática convencional, oposición visceral al comunismo, culto a la autoridad (caudillaje), disciplina y ejercicio de la violencia redentora. ¡Ahí tenemos a un fascista! Con una pizca extra de adoración a la raza y la creencia de su superioridad hegemónica tenemos al típico nazi, y con dos cuartas más de catolicismo meapilas y beligerante, al franquista de mi niñez. Y punto.

¿Creen de verdad, pero de verdad, quienes se envuelven con la estelada, que los tibios de corazón, los equidistantes y otros españolitos que no participan de su objetivo son  fachas, o lo hacen exclusivamente por postureo o ignorancia?
¿Quién expresa mayormente el culto a la Patria sino aquel que se envuelve en su bandera y sale a la calle a proclamar su amor y lealtad incondicional? ¿Y quién se opone, de manera revolucionaria (aunque pacífica) al orden democrático establecido? Desde luego, no pongo la mano en el fuego por los que salen con la rojigualda, pero  tampoco me caso con los otros. En cuanto al caudillaje, no veo ningún culto a la figura inane de puro y Marca que se sienta en la Moncloa, la verdad.  Tampoco lo veo a la pareja formada por el del pelo a lo Beatle (de Cádiz) y su socio de cuerpo fofo, voz meliflua y mirada incierta. En su aversión al comunismo (hilando muy, pero que muy fino) sí que se podría apreciar un lado fascista en ambas orillas del Ebro. Los del norte los necesitan (a los “comunistas” de la CUP) para sus propósitos y los tratan bien, pero un pajarito me ha dicho que el abate de Montserrat reza cada noche tres avemarías (en catalán) para que no hagan falta en el futuro y se vayan al infierno, lugar del que, cree el santo varón, nunca deberían haber salido.

No me vengan con monsergas: un facha es un facha. No abaraten un sustantivo que está reservado solo para los malos: los de verdad; no los incapaces, mediocres, cabezahuecas y otros agitadores de banderas.


Román Rubio
Octubre 2017

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