miércoles, 27 de septiembre de 2017

VOTA SÍ. VOTA POR LA PAZ

VOTA SÍ. VOTA POR LA PAZ
Chicas kurdas después de votar

Vaya por delante que los que van a despedir a la Guardia Civil con los gritos de “Yo soy español, oé” y “A por ellos” no gozan, en absoluto, de mis simpatías: ¿Qué significa eso de “a por ellos”? ¿A por quiénes? ¿A por sus propios primos y sobrinos, hijos del hermano de su padre que fue a trabajar a una fábrica de la Zona Franca, acaso? Diríase que salen en heroica misión contra un temible enemigo cuando se van a encontrar con un pueblo pacífico, festivo y desarmado. Es cierto, sí, que salen en heroica misión en otras ocasiones en que arriesgan sus vidas para sacar montañeros accidentados y cosas así, pero en esas peligrosas circunstancias no tienen a todos esos espantajos envueltos en banderas a las puertas del cuartel gritando nimiedades.

Y dicho esto, ahora voy a por los otros: los de las esteladas y algunas de las falacias con que se envuelven. Admito que pidan un referéndum de autodeterminación y creo que, de haber tenido el país un gobierno más hábil, capaz  y menos anticatalanista, lo habrían tenido y, probablemente, lo habrían perdido hace años. Pero a lo que nos ocupa: No es verdad que un referéndum sea, por definición, la expresión máxima de la voluntad de un pueblo. Es más, según mi experiencia (casi) nunca lo es, cualquiera que sea el resultado. Les pondré un ejemplo: hace un mogollón de años, los que ya tenemos una edad cercana a la del hermano pequeño de Matusalén, experimentamos por primera vez lo que era un referéndum. Era el año 1966 y el Generalísimo Franco, Caudillo de España, en un intento de semilegitimar su execrable régimen nacionalcatolicista, elaboró una ley: la Ley Orgánica del Estado, que habría de ser la ley marco, una especie de Constitución, con la que blanquear el sepulcro de su infausto, anacrónico y criminal  régimen. Para ello, convocó al pueblo español en referéndum con una espectacular campaña bajo el lema: 30 AÑOS DE PAZ. VOTA SÍ. VOTA POR LA PAZ.
Lo que se venía a votar, según un diario de la época, era:

"Lo que votas diciendo 'SI'. Que España se constituye en Reino católico, social y representativo. Que Franco continúa siendo Jefe del Estado. Que España garantiza su libertad e independencia con instituciones de tipo permanente para el futuro. Que no se perderá en el porvenir el espíritu cristiano de reformas sociales que inspira el Movimiento. Que el pueblo español decide por sí mismo, sin injerencias ni extrañas intromisiones, la forma de gobierno que estima más conveniente. Que la Monarquía que se instaure estará al servicio de la Nación. Que el comunismo se estrellará siempre contra la inexpugnable fortaleza de la unidad del pueblo español. Que el propio Caudillo Franco irá convirtiendo en realidad las normas de la Ley de Sucesión en el momento que estime oportuno. Así pues, el deber de todo buen español es votar 'SI'. Lo quiere Franco. Lo exige España"

Les recordaré el resultado del referéndum, aunque creo que ustedes ya lo habrán intuido: El nivel de participación fue de un 88.8%, con un 95.6% de votos a favor, un 2.47% de votos en contra y un 2.47% de votos nulos. Desconozco los resultados por regiones, pero intuyo que en Cataluña se darían resultados similares a los de otras partes del Estado. Yo no voté porque era un chaval y entonces se exigía la mayoría de edad (21 años) para poder hacerlo.

En aquella ocasión, tan lejana, aprendí algunas cosas:
Primera: Nunca, nunca, pero nunca debería de fiarme de ningún referéndum que obtuviera un SÍ del noventa y tantos por cien. O es inútil, o es tongo o es ambas cosas.
Segunda: Los referendos nunca se convocan para “oír la voz del pueblo” sino para usar el resultado que se espera del mismo en la consecución de un fin.

El referéndum escocés, tan elogiado por muchos catalanes, no fue autorizado por Londres con el objeto de “escuchar la voluntad del pueblo escocés”. Se hizo con el propósito de que votaran NO y olvidarse del problema independentista por unos lustros. Y salió bien (para los convocantes, digo). El posterior referéndum del Brexit no fue convocado por Cameron para “escuchar al pueblo británico”. Se hizo con el objeto de que votaran a favor de permanecer en la Unión Europea y de ese modo acallar el guirigay en el gallinero del Partido Conservador por unos lustros. Y salió mal.
Y esa es la tercera cosa que he aprendido de los referendos: que pueden salir bien o mal, entendiendo por bien y por mal el resultado esperado por el convocante, a no ser, claro está que, como Franco, controles la participación y la tengas en cuenta a la hora de extender certificados de buena conducta. (Para los jóvenes o desmemoriados les recordaré que era un documento requerido para casi todo, que lo extendía el Comandante de la Guardia Civil del pueblo o el Alcalde o jefe local del Movimiento con el visto bueno del cura párroco. Sí, sí, del cura párroco).

Otra cosa que he aprendido de los referendos es que no sólo el resultado los justifica, sino el hecho de quién lo convoca, en qué circunstancias y con qué propósito. Imaginen que uno de los partidos de derechas que están subiendo como la espuma en Europa llega al poder y convoca  uno con la proposición de vetar la entrada al país a toda persona que provenga de un país musulmán, cualquiera que sea la circunstancia: turismo, visita familiar, asilo... Con una mayoría parlamentaria de mitad más uno  podrían hacerlo según los estándares democráticos que parecen regir entre algunos. ¿Cuál creen que sería el resultado de “la  voz del pueblo”? ¿Aceptarían un sí de un 51% contra un 49%?
Todas estas reflexiones sobre el referéndum me han venido a la cabeza mientras reniego de quiénes, envueltos en la estelada, tachan de fascistas y anticatalanistas (que para algunos viene a ser lo mismo) a tipos como Mendoza o como Serrat, que hace 40 años renunció a tomar parte en Eurovisión por no poder hacerlo en catalán, se autoexilió en Mexico un tiempo en la época franquista  y dio a conocer al gran público a poetas como Machado o Miguel Hernández que no tenían nada de fascistas, aunque, según los criterios de ciertos Ayuntamientos como el de Sabadell, podrían adquirir el estatus de proscritos por no haber expresado su catalanismo de manera explícita. Como Quevedo, Kavafis, Walt Whitman, Baudelaire o Wordsworth. Por ejemplo.

Román Rubio
Septiembre 2017

No hay comentarios:

Publicar un comentario