MARIVÍ
Mariví, que es muy limpia. Se levanta por la mañana
y lo primero que hace es meterse en la ducha. De agua caliente, claro; con fría
que se duchen los del Opus, si quieren.
Como tiene mucha conciencia ecológica, trata de que
la ducha sea corta, pero a menudo no lo consigue; debajo del agua caliente se
está tan bien… Acto seguido, se viste. Cada día, como es natural, se pone ropa
limpia; la interior, por supuesto; y la de fuera, casi también, no vaya a ser
que a alguien le pueda llegar un tufillo de su humanidad, por leve que este
sea, ¡qué vergüenza! La lavadora no para en su casa, de tan limpios y lo bien
que huelen ella y su pareja, con la que convive.
Va a trabajar al hospital en coche. Tiene algo de
mala conciencia por aquello de la contaminación, pero el hospital está a siete
kilómetros de su casa y la combinación de autobús o metro no es muy buena.
Tampoco es cosa de pasarse una hora haciendo trasbordos.
A menudo sale de compras, generalmente en las
rebajas. Como ella dice: “de vez en cuando hago polvo las tiendas de ropa:
Zara, Mango y cosas así, más bien baratitas, no vayan ustedes a creer, que los
sueldos no dan para marcas caras.
Le molesta mucho pasar frío en casa o ir muy
abrigada, de modo que la tiene caldeada en invierno y refrigerada en verano.
Eso sí, con temporizador y termostato, para no gastar demasiada luz, que es
malo para el planeta. Lava los platos en el lavaplatos y seca la ropa en la
secadora. Cocina a menudo en la Thermomix y estas Navidades se ha regalado uno
de esos robots que aspiran ellos solos cuando uno no está en casa.
Suele hacer un viaje al año con su pareja. Bueno,
hacen más, pero uno largo en avión: que haya que pasar un océano, vamos. Es muy
moderna e imaginativa y le gusta planificase bien los viajes. Se siente
diferente a sus amigas o compañeras de trabajo que van por agencia y se van a
sitios tan manidos y horteras como el Caribe, a uno de esos hoteles de la
pulserita del all-inclusive. Ella no;
Mariví no hace turismo, Mariví viaja. En una ocasión alguien se mofó de
su alegato, tachándolo de sandez, y de pretencioso, pero se trataba de un
compañero de trabajo; un intelectual algo ácido, y ella no se lo tuvo en
cuenta.
A Mariví le asusta la idea del cambio climático y
está muy concienciada en que hay que tomar medidas. Va a todas las
manifestaciones que se convocan por el clima y toma parte en iniciativas de
talleres y charlas. Hasta se está acostumbrando a apagar las luces cuando no
está en una habitación y a poner programas cortos en la lavadora. Este
invierno, como prueba de sus convicciones, ha bajado un grado el termostato de
la calefacción. ¡Para que vean que va en serio!
En el fondo, ella sabe que el planeta no tiene
solución y que las iniciativas de reducción de emisiones y todo eso no pueden
hacer sino retrasar algo (decenas, cientos de años…) lo que parece ser inevitable
y que “lo que no puede ser porque es imposible” (como diría Rajoy) es que seis
mil millones de personas que viven sobre la faz de la Tierra puedan llevar la
vida que lleva Mariví sin acabar con el granero más pronto que tarde.
Ah, y al planeta le da igual; es a las personas a
quienes afecta. Dentro de dos mil millones de años, el planeta seguirá girando
alrededor del Sol (si es que este existe) mientras en una charca empezarán a
aparecer unos bichitos verdes minúsculos con trompetillas por orejas. Y vuelta
a empezar.
Román Rubio
Diciembre 2019
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