domingo, 5 de enero de 2020

CONSTITUCIÓN


CONSTITUCIÓN




Cuando se va a empezar una partida de póker los jugadores deben tomar algunas decisiones: ¿se juega con la baraja completa o se quitan cartas? ¿Con comodines o sin ellos? En caso de poner uno o dos comodines ¿vale más el repóker o la escalera de color? ¿El color vale más o menos que el full? Una vez decididas esas cuestiones sobre las jugadas se pasa a fijar las reglas de la apuesta: ¿se juega con resto? —es decir, ¿puedo ir a cualquier jugada con el dinero que tengo sobre la mesa?—, ¿puedo sacar dinero a mitad de partida o de jugada?, ¿se juega con “po” (igualando el total de la apuesta de la jugada anterior, de la que todos han pasado) o sin él? Una vez decidido el reglamento se da la primera carta.
Lo que han hecho los jugadores, lo sepan o no, ha sido un proceso constituyente. Se ha aprobado por unanimidad o mayoría sustancial el reglamento de la partida. Y todos saben que hay que respetar las reglas. ¿Se pueden cambiar estas? Pues, claro. ¿Cuántas veces? Tantas y como se consiga un consenso. Nunca sin él. Así de simple.

Los alemanes han consensuado 60 cambios en su Constitución de 1959 en temas fundamentales como el servicio militar o la regulación de la Hacienda Pública, pero tienen una “clausula de eternidad” (art. 79.3) que impide la modificación de los principios formulados en los artículos 1 y 20 (referentes a la dignidad del ser humano y a la organización estatal como Estado federal, democrático y social.

Los norteamericanos han hecho veintisiete enmiendas (10 de ellas simultáneamente) en su Constitución de 1787, ese icónico texto que empieza por “Nosotros el Pueblo” (We the People), pero hay otras seis enmiendas que no han sido aprobadas por los estados. Cuatro están técnicamente pendientes y las otras han expirado en sus propios términos. ¿Y por qué no han prosperado? Pues porque no han superado el procedimiento de aprobación. La enmienda debe ser propuesta a los estados por un voto de dos tercios de ambas cámaras del Congreso y ser ratificada por tres cuartos de los estados. Lo que, si lo piensan un poco, no es nada fácil; necesita un amplísimo consenso. Quizá sea esa la razón por la que no han conseguido frenar la tenencia y uso de armas de fuego que tantos disgustos da.

Recuerdo el referéndum que se hizo en España para la aprobación de la Constitución Europea. Yo voté SI. Lo tuve claro desde el principio. “¿Cómo lo tienes tan claro?, “¿es que acaso la has leído?” —me dijo un buen amigo—. “Por supuesto que no: ¿cómo iba a leer un texto tan abultado y farragoso?” Voto SÍ porque se ha conseguido un consenso entre tropocientos países y nosecuantos partidos y eso para mí es suficiente. Mi amigo, finalmente votó NO. ¿Y saben por qué? Porque alguien de Compromís le convenció. Él tampoco lo había leído.
La cuestión era que la Iglesia (la Conferencia Episcopal de Rouco y su Cope) pedían el “no” porque el texto declaraba el espacio europeo como laico y aconfesional, los independentistas (CIU, ERC, Eusko Alkartasuna y otros —excepto PNV—) votaban NO porque no se reconocía el derecho de autodeterminación y la izquierda (IN) —(ay, la izquierda, otrora internacionalista—, porque decían que se estaba construyendo una Europa de los mercaderes y no de los pueblos. Al final ganó el SÍ y no sirvió de nada: Francia y Holanda tiraron por tierra el proyecto, pero eso es otra historia.

Hoy se está pidiendo a gritos cambios en la Constitución Española. Unos quieren república, otros autodeterminación, otros una ley electoral nueva, otros abolir las autonomías, otros incluir el derecho a la muerte digna (yo mismo), otros todo ello junto y otros nada. Perfecto. Pero lo que al español le parece difícil aceptar es que para que haya cambios debe haber consensos, y consensos claros, porque si no, habría que repetir el proceso cada mayoría parlamentaria (es decir, cada ocho años, de media) lo que haría a un país, ingobernable.

Ya lo hicimos en el 1812, en 1837, 1845, 1852 (proyecto), 1856 (no promulgada), 1876, 1929 (proyecto), 1931, 1938 (Leyes Fundamentales del Reino) y 1978. ¿Cuántas veces más habrá que hacerlo? Y sobre todo, ¿para durar cuánto?

En fin, nosotros a lo de siempre: “o me echan las cartas que quiero o rompo la baraja”.


Román Rubio
Enero 2020

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