EL
SÍNDROME DEL QUEMADO
Y no me refiero a lo del “burnout”, sino a otra clase de quemados. Leo en un titular de El
País unas declaraciones de Koldo El
Conseguidor en las que se lamenta de estar socialmente muerto. Èl, que se
ha caracterizado por su generosidad al dar a ganar dinerillos a empresas de su
entorno por el amor al arte se ve ahora abocado al deceso social en su nuevo
estatus de apestado. Por dadivoso. Por bueno. Pobre.
Otro cadáver por combustión ha sido el de Maribel Vilaplana.
La periodista tuvo la mala suerte de quedar a comer con Carlos Mazón un día en
que las fuerzas de la naturaleza se conjuraron para descargar cantidades
extraordinarias de agua en sitios en los que llueve poco o nada. Al parecer, el
Honorable la citó para proponerle la dirección de la cadena À Punt, para lo que
el político necesitó el ingente lapso de tres horas en un discreto reservado.
No sé cuál sería la respuesta de la periodista, pero visto el desenlace
posterior no le quedó más remedio que decir que no. Y no solo eso: de forma fortuita, indeseada e
injusta, algunos casposillos la verán como la causa por la que el responsable y
villano abandonó sus obligaciones en el momento crucial de su carrera. Otra
víctima.
Pero si ha habido últimamente un quemado por
antonomasia, ese ha sido Errejón, el chico simpático, amable, inteligente y
carismático de la izquierda que ha pasado a ser un apestado del que ahora
reniegan por igual amigos, enemigos, rivales, compadres y comilitinones. Y
todo, ¿por qué?
Al parecer, el comportamiento del joven para con las
mujeres solía entrar en contradicción con la cara de aplicado monaguillo del
chaval, y alguna chica se quejó de la inclinación del madrileño por palpar
culos sin siquiera presentación formal, como hiciera constar una chica de
Castellón.
A partir de ahí una serie de acusaciones anónimas
expresadas en el blog de cierta militante feminista de apellido Fallarás, que
opina que la maternidad es “el
instrumento del patriarcado para someternos” y que “vivimos en una sociedad que
castiga ‘brutalmente’ la maternidad, para someternos, mantenernos trabajando
sin cobrar y ‘para crear mecanismos de lucro blanco machos` (sic)”.
A continuación se presentó contra él una única
denuncia por abusos: la de Elisa Mouliaá. Los hechos son conocidos por todos.
Tras la presentación de un libro del político, Errejón y la dicente (perdón,
pero así llamaban a la denunciante en el diario que leí) se fueron a una
fiesta. Según el testimonio de la mujer, en el ascensor el hombre se lanzó
sobre ella sin cortejo alguno. A continuación, ya en la fiesta, la cogió del
brazo y la llevó a una habitación, echó el pestillo (para que ella no pudiera
escapar y no para que los intrusos pudieran entrar, como podría sospecharse) y
continuó con su asalto sobre las partes del cuerpo obvias con exhibición del
miembro viril incluida. A la salida de la fiesta, a pesar de lo acontecido, la
mujer accede a ir a la casa de él y, ¡Oh, sorpresa!, el susodicho prosigue con
su obsesión de explorar las mismas partes de la anatomía de la mujer con el
mismo sentido del cortejo. Por tercera vez en una sola velada.
Por una razón o por otra, la causa de la mujer me
resultaba simpática a pesar de las incongruencias, hasta que algo me hizo cambiar
de opinión. Una vez abierta la instrucción, esta se ha visto aplazada indefinidamente
por la baja laboral de la embarazada abogada de la actriz y la negativa a la
sustitución de la letrada, lo que hace imposible la declaración del acusado.
No me hagan comulgar con ruedas de molino. No sé lo
que hizo o no hizo Errejón porque yo no estaba allí, pero nunca me harán
simpatizar con una causa en la que la estrategia de la parte denunciante sea evitar
que el acusado se explique. Jamás. Hay una intención deliberada de destruir al
acusado sin posibilidad de defensa alguna; y si esto no es un caso flagrante de
cancelación, ya me explicarán ustedes.
El tiovivo de la vida, por un motivo u otro, va
dejando “socarrats” a su paso. Vayan
con cuidado.
Román Rubio
Noviembre 2024
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