MAMÁ, QUIERO SER
INFLUENCER
Recuerdo un tiempo en que las
gentes querían ser algo: los chicos, futbolistas, bomberos y astronautas (ya no
toreros o misioneros, como sus abuelos) y las chicas querían ser juezas,
médicas o maestras. Todos parecen haberlo conseguido, sobre todo ellas, porque
en el Real Madrid y en la NASA caben los que caben, que no son muchos y a
alguno que otro lo han reciclado de ministro.
Después vino aquello de “mamá,
quiero ser artista” y el mundo se llenó de programas tipo Operación Triunfo y
su fórmula internacional American Idol
(que duró hasta que el mundo se convirtió en una inmensa cocina). Lo de
“artista” fue degenerando en lo de “famosa” o “famoso” por la sencilla razón de
que para ser artista hay que dominar un arte, y ello exige talento y mucho
esfuerzo y sacrificio, y, claro, eso se sale de la paleta de colores de muchos
postulantes. Lo del famoso, sin embargo, es mucho más cómodo. Uno/a va a un
plató, pela a alguien, lo pelan a él/a ella y a cobrar.
Pero eso ya no mola nada. El
público es el que es, y los milennials
no están por la labor de seguir a los famosetes del papel couché, que solo
interesan a un puñado de mujeres de cierta edad y condición que hojean el
Pronto en la Piscina Municipal. Hoy hay que triunfar en Internet: en Instagram,
en Youtube o, al menos, en un blog. O, mejor, en todo a la vez. Hemos entrado
en la era de los/las influencers.
Influencers ha habido siempre. En mi época juvenil éramos unos
cuantos que, en vez de comprar la ropa en las boutiques o en El Corte Inglés,
lo hacíamos en los mercadillos, de modo que vestíamos camisas americanas de
cuarta mano compradas a veinte duros e influenciábamos a los cuatro o cinco
amigotes de nuestro entorno que, a su vez, nos influenciaban a nosotros.
Algunos recalcitrantes, tipo Aznar o Zaplana, no se dejaban “influenciar” y
compraban Fred Perry y mocasines Castellano y al cabo de los años se hicieron
los amos del garbanzal, pero eso es otra historia.
Hoy, influencer se ha convertido en una carrera. Como lo oyen. La Universidad
Autónoma de Madrid ha diseñado un máster de 500 horas que, con el desvelador
nombre de Intelligence influencers.
Fashion and Beauty, quieren formar a las futuras Dulceidas, Lauras Escanes
y demás pimpollos de la influencia (que no de la influenza, sea esta española, aviar o común).
Ágatha Ruiz de la Prada será la
presidenta del curso y dará una master class
cada dos semanas auxiliada por afamados estilistas y diseñadores, y los
directores del curso son el polifacético Manuel Torrents y el catedrático de
Psicología Manuel de Juan. Este último dice que los docentes buscan darles a
los influencers “formación con
seriedad y rigor, porque son a priori gente que tiene mucho poder, y si no les
enseñas a manejarlo, es muy peligroso”. ¿De verdad, señor catedrático que nos
va usted a preservar del “peligro” de los influencers,
(¡uy, qué miedo!), y que va a enseñarles a manejar tanto poder, usted que ha
tenido tan poco?, (en las redes, se entiende).
Dos detalles: el primero, que
para apuntarse al máster no hace falta ser graduado universitario, ni siquiera
tener aprobado el Selectivo, lo que ya es bajar el nivel. El segundo es que es
presencial, pero también puede seguirse online,
bajo la fórmula de virtual classroom,
que es muy cómodo y pueden hacerlo hasta los ocupadísimos cuadros del PP.
Ah, y no pone el precio por
ningún lado. ¿Será gratis? Corro a apuntarme. Ya les diré cómo me va.
Román Rubio
Agosto 2018
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