martes, 7 de agosto de 2018

LOS NÚMEROS CANTAN


LOS NÚMEROS CANTAN




   El ciclista francés de origen español Armand de las Cuevas, gregario de aquel intratable Indurain de los 90, ha sido encontrado muerto en la isla Reunión, en el Índico, donde residía. El motivo de la muerte: suicidio. Tenía 50 años.
   Pantani, El Pirata, escalador audaz y pintoresco fue encontrado muerto en una habitación de hotel, en Rímini un día de febrero de 2004 rodeado de cajas vacías de antidepresivos que consumía con afán. Tenía 34 años. Un año antes, el Chava Jiménez, también escalador de los que gustaba poner en un brete a los figurones, amigo de Pantani, había fallecido a los 32 años en circunstancias casi idénticas.
   El conquense de Priego, Luis Ocaña, hispanofrancés, ganador del Tour del 73 —por delante de Eddy Merckx, que ya es decir— se saltó la tapa de los sesos con su escopeta de caza en su casa del sur de Francia a los 48 años.
 Otros nombres del ciclismo que consumaron el suicidio o coquetearon con él son Iván Gutiérrez (once intentos), Dimitri de Fauwn, que se quitó la vida al no poder superar el trauma que supuso la muerte accidental del español Isaac Gálvez y la infortunada Consuelo Álvarez, Cheli, campeona española de fondo en carretera que se mató cuando se le negó la beca del programa ADO 92 que había de llevarla a la Olimpiada de Barcelona.
     No hay explicación estadística. Son demasiados los ciclistas que no han podido, no han querido o no han conseguido encontrar un sentido a su esforzada existencia fuera de la aún más esforzada carretera.

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   Arturo Vidal, chileno, nuevo fichaje del Barça aparece en la prensa junto a su Ferrari, despachurrado en una cuneta santiaguina. A los casos infortunados de Juanito, Laurie Cunningham o Rommel Fernández, todos ellos bien conocidos por el público español, que dejaron su vida en la carretera, se suman los tragicómicos de los Cristianos, Benzemas, Neymares y compañía que se empeñaron en estrellar sus Ferraris, Lamborghinis o lo que quiera que conduzcan esos tipos contra vallas, paredes, árboles y otros obstáculos más o menos móviles. Entre ellos, dos figuras: Ever Banega y Wayne Rooney. El primero consiguió dos proezas con su flamante Ferrari: ser atropellado por su propio coche (que ya es difícil), con el nada chistoso resultado de tibia y peroné fracturados, y lograr que la máquina se le incendiara en plena marcha (que no es fácil) de camino al entrenamiento con el Valencia. Pero por encima de todos está Rooney. El de Liverpool ha enviado al desguace (o al chapista) un Lamborghini Gallardo, un Aston Martin, un Range Rover y un BMW. De momento.
   De verdad. Lo de los futbolistas tampoco es normal. Se escapa a todo planteamiento estadístico o de sentido común. Pero los números son así de tozudos.

   Otro día les hablaré de otro parámetro que por sus cifras me ha llamado la atención: la facilidad para encontrar ayuntamiento en las cárceles españolas, de las que, al parecer, se entra solo y se sale emparejado. Un milagro. Esta semana han salido en la prensa los casos del etarra Santi Potros y el violador y asesino Guillermo Fernández Bueno, pero hay más, muchos más. Y si tengo ganas (y el interés suficiente) algún día se los contaré.

Buen verano.

Román Rubio
Agosto 2018

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