LOS NÚMEROS CANTAN
El ciclista francés de origen español Armand de las Cuevas, gregario de
aquel intratable Indurain de los 90, ha sido encontrado muerto en la isla
Reunión, en el Índico, donde residía. El motivo de la muerte: suicidio. Tenía
50 años.
Pantani, El Pirata, escalador
audaz y pintoresco fue encontrado muerto en una habitación de hotel, en Rímini
un día de febrero de 2004 rodeado de cajas vacías de antidepresivos que
consumía con afán. Tenía 34 años. Un año antes, el Chava Jiménez, también escalador
de los que gustaba poner en un brete a los figurones, amigo de Pantani, había
fallecido a los 32 años en circunstancias casi idénticas.
El conquense de Priego, Luis Ocaña, hispanofrancés, ganador del Tour del
73 —por delante de Eddy Merckx, que ya es decir— se saltó la tapa de los sesos
con su escopeta de caza en su casa del sur de Francia a los 48 años.
Otros nombres del ciclismo que consumaron el
suicidio o coquetearon con él son Iván Gutiérrez (once intentos), Dimitri de
Fauwn, que se quitó la vida al no poder superar el trauma que supuso la muerte
accidental del español Isaac Gálvez y la infortunada Consuelo Álvarez, Cheli,
campeona española de fondo en carretera que se mató cuando se le negó la beca
del programa ADO 92 que había de llevarla a la Olimpiada de Barcelona.
No hay explicación estadística. Son
demasiados los ciclistas que no han podido, no han querido o no han conseguido
encontrar un sentido a su esforzada existencia fuera de la aún más esforzada carretera.
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Arturo Vidal, chileno, nuevo fichaje del Barça aparece en la prensa junto
a su Ferrari, despachurrado en una cuneta santiaguina. A los casos infortunados
de Juanito, Laurie Cunningham o Rommel Fernández, todos ellos bien conocidos
por el público español, que dejaron su vida en la carretera, se suman los
tragicómicos de los Cristianos, Benzemas, Neymares y compañía que se empeñaron
en estrellar sus Ferraris, Lamborghinis o lo que quiera que conduzcan esos
tipos contra vallas, paredes, árboles y otros obstáculos más o menos móviles.
Entre ellos, dos figuras: Ever Banega y Wayne Rooney. El primero consiguió dos
proezas con su flamante Ferrari: ser atropellado por su propio coche (que ya es
difícil), con el nada chistoso resultado de tibia y peroné fracturados, y lograr
que la máquina se le incendiara en plena marcha (que no es fácil) de camino al
entrenamiento con el Valencia. Pero por encima de todos
está Rooney. El de Liverpool ha enviado al desguace (o al chapista) un
Lamborghini Gallardo, un Aston Martin, un Range Rover y un BMW. De momento.
De verdad. Lo de los futbolistas tampoco es normal. Se escapa a todo
planteamiento estadístico o de sentido común. Pero los números son así de
tozudos.
Otro día les hablaré de otro parámetro que por sus cifras me ha llamado
la atención: la facilidad para encontrar ayuntamiento en las cárceles
españolas, de las que, al parecer, se entra solo y se sale emparejado. Un milagro.
Esta semana han salido en la prensa los casos del etarra Santi Potros y el
violador y asesino Guillermo Fernández Bueno, pero hay más, muchos más. Y si
tengo ganas (y el interés suficiente) algún día se los contaré.
Buen verano.
Román Rubio
Agosto 2018
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