EUFORIA
“Cuando el vulgo alaba una cosa,
aun suponiendo que no sea mala, a mí comienza a parecérmelo”
CICERÓN: de Finibus, II, 15.
Acabo de
comprobar mis dos roñosos décimos de Loteria de Navidad y el menguado puñado de
participaciones y como todos los años de mi vida, me encuentro con el cartel de
“NÚMERO NO PREMIADO”. No tengo memoria de haber ganado nunca nada que no sea la
devolución de algún billete y eso una vez cada diez o doce años. Por alguna razón,
la Lotería siempre cae en otra parte: en Ponferrada, Palafrugell, Mazarrón, Móstoles
y lugares así. En días como hoy se da uno cuenta de la cantidad de lugares
semiignotos que hay en España. Hasta aquí, nada de particular: se rompen los
boletos y a esperar otro año a que el amigo y el compañero de aquel trabajo que
dejaste hace años te vuelvan a decir: “¿Quieres lotería?” Y tú, como un
corderito digas que sí y vuelvas a tirar 20 eurazos al pozo de la nadería (iba
a decir al de las desdichas, pero ni eso, que las desdichas aun tienen algo de
interesante).
La
lotería siempre toca en otro lado, pero lo que resulta invariable es la
escenificación de la alegría que degrada lo de bueno que puede llegar a ser
empezar a ser rico un día, o mejor aún, dejar de ser pobre. Pongan el
Telediario y verán un grupo de gente vulgar saltando y gritando tonterías
mientras descorchan botellas de cava barato de supermercado y se mojan la ropa
dando absurdos saltos en un patético espectáculo. Igual da que sea en Mieres
que en Cieza o Sevilla. Dan ganas al verlos de no ganar nada para no verse
involucrado en tan grotescos rituales. Ayer fue el día de la celebración, pero
da igual; podrían haber puesto las imágenes del año pasado cambiando el número
sobreimpreso en pantalla. En una de las conexiones, a la puerta de una administración
o de un bar de un lugar del norte, la gente que rodeaba a la reportera se
encontraba más o menos amable y apacible, como suelen ser en lo cotidiano, hasta
que han visto que la periodista entraba en directo, en cuyo instante han
empezado con el descorche de las botellas y los gritos y saltos
correspondientes, como queriendo decir: “¡que no se diga que somos menos
estúpidos que los del pueblo anterior, que a eso no nos gana nadie!”. Espero
que TVE haya tenido la delicadeza de pagar la tintorería de la pobre reportera
que, además de tener que hacer un degradante reportaje, ha tenido que soportar
la vulgar burricia de los vecinos y llevarse, encima, su mejor trajecito
rociado de cava de tres euros.
No solo
de loterías vive el hombre. Para que este no se encontrara solo, Dios creó el
fútbol. Y como no sabía dónde colocar el templo, creó la Argentina. Y en ese
país situó a los argentinos, para que escenificaran de manera chabacana la
alegría impostada (o, lo que es peor, real) de haber ganado algo. No sé ustedes,
pero yo, como decía Cicerón, cuando la masa alaba tanto y tan unánimemente
algo, empiezo a desconfiar.
Tomemos,
la Argentina, por ejemplo. La prosopopeya de la unión del pueblo para conseguir
objetivos, tan pregonada, es una verdadera paparrucha. Mañana, ¿qué digo
mañana?, hoy mismo habrá unos buenos miles de argentinos eufóricos con los logros
del país metiendo dólares en el colchón para protegerse de la inflación
endémica, mientras los poblados chabolistas de la periferia bonaerense seguirán
sin desagües, depuradora de aguas o atención médica para los niños tras saltar
sus pobladores como energúmenos en las avenidas al paso de un ciclotímico y
endiosado Messi.
Agradezco
a Yahvé que me conserve en el pelotón de los Pepitos Grillos, granos en culo ajeno
que desconfiamos de las manifestaciones patrióticas que cuando no sirven para
tapar las vergüenzas de la patria sirven para lo contrario, para ensalzarla, lo
cual es más peligroso, como esos que
conocemos que se ponen la mano en el corazón cuando cantan el himno o los que
escenificaban grandes espectáculos en cierta plaza de color bermellón o los que
lo hacían bajo la sombra de la cruz esa que es como quebrada.
Casi
prefiero celebrar la patria de los que inventaron el reloj de cuco, que es
inofensivo, igualitario y sin pretensiones. Y casi nunca ganan nada.
Román
Rubio
Diciembre
2022
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