jueves, 22 de diciembre de 2022

EUFORIA

 

EUFORIA


“Cuando el vulgo alaba una cosa, aun suponiendo que no sea mala, a mí comienza a parecérmelo”

CICERÓN: de Finibus, II, 15.

Acabo de comprobar mis dos roñosos décimos de Loteria de Navidad y el menguado puñado de participaciones y como todos los años de mi vida, me encuentro con el cartel de “NÚMERO NO PREMIADO”. No tengo memoria de haber ganado nunca nada que no sea la devolución de algún billete y eso una vez cada diez o doce años. Por alguna razón, la Lotería siempre cae en otra parte: en Ponferrada, Palafrugell, Mazarrón, Móstoles y lugares así. En días como hoy se da uno cuenta de la cantidad de lugares semiignotos que hay en España. Hasta aquí, nada de particular: se rompen los boletos y a esperar otro año a que el amigo y el compañero de aquel trabajo que dejaste hace años te vuelvan a decir: “¿Quieres lotería?” Y tú, como un corderito digas que sí y vuelvas a tirar 20 eurazos al pozo de la nadería (iba a decir al de las desdichas, pero ni eso, que las desdichas aun tienen algo de interesante).

La lotería siempre toca en otro lado, pero lo que resulta invariable es la escenificación de la alegría que degrada lo de bueno que puede llegar a ser empezar a ser rico un día, o mejor aún, dejar de ser pobre. Pongan el Telediario y verán un grupo de gente vulgar saltando y gritando tonterías mientras descorchan botellas de cava barato de supermercado y se mojan la ropa dando absurdos saltos en un patético espectáculo. Igual da que sea en Mieres que en Cieza o Sevilla. Dan ganas al verlos de no ganar nada para no verse involucrado en tan grotescos rituales. Ayer fue el día de la celebración, pero da igual; podrían haber puesto las imágenes del año pasado cambiando el número sobreimpreso en pantalla. En una de las conexiones, a la puerta de una administración o de un bar de un lugar del norte, la gente que rodeaba a la reportera se encontraba más o menos amable y apacible, como suelen ser en lo cotidiano, hasta que han visto que la periodista entraba en directo, en cuyo instante han empezado con el descorche de las botellas y los gritos y saltos correspondientes, como queriendo decir: “¡que no se diga que somos menos estúpidos que los del pueblo anterior, que a eso no nos gana nadie!”. Espero que TVE haya tenido la delicadeza de pagar la tintorería de la pobre reportera que, además de tener que hacer un degradante reportaje, ha tenido que soportar la vulgar burricia de los vecinos y llevarse, encima, su mejor trajecito rociado de cava de tres euros.

No solo de loterías vive el hombre. Para que este no se encontrara solo, Dios creó el fútbol. Y como no sabía dónde colocar el templo, creó la Argentina. Y en ese país situó a los argentinos, para que escenificaran de manera chabacana la alegría impostada (o, lo que es peor, real) de haber ganado algo. No sé ustedes, pero yo, como decía Cicerón, cuando la masa alaba tanto y tan unánimemente algo, empiezo a desconfiar.

Tomemos, la Argentina, por ejemplo. La prosopopeya de la unión del pueblo para conseguir objetivos, tan pregonada, es una verdadera paparrucha. Mañana, ¿qué digo mañana?, hoy mismo habrá unos buenos miles de argentinos eufóricos con los logros del país metiendo dólares en el colchón para protegerse de la inflación endémica, mientras los poblados chabolistas de la periferia bonaerense seguirán sin desagües, depuradora de aguas o atención médica para los niños tras saltar sus pobladores como energúmenos en las avenidas al paso de un ciclotímico y endiosado Messi.

Agradezco a Yahvé que me conserve en el pelotón de los Pepitos Grillos, granos en culo ajeno que desconfiamos de las manifestaciones patrióticas que cuando no sirven para tapar las vergüenzas de la patria sirven para lo contrario, para ensalzarla, lo cual es más peligroso,  como esos que conocemos que se ponen la mano en el corazón cuando cantan el himno o los que escenificaban grandes espectáculos en cierta plaza de color bermellón o los que lo hacían bajo la sombra de la cruz esa que es como quebrada.

Casi prefiero celebrar la patria de los que inventaron el reloj de cuco, que es inofensivo, igualitario y sin pretensiones. Y casi nunca ganan nada.

Román Rubio

Diciembre 2022

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