“Predecir
es muy difícil, y sobre todo el futuro”
Niels
Bohr. Premio Nobel de física 1922
Ayer hice dos cosas triviales,
cotidianas, perfectamente normales que me hicieron reflexionar sobre el futuro;
o más bien sobre como lo imaginamos: viajé en avión e hice una llamada
telefónica. ¿Y qué tienen que ver estas dos acciones banales con nuestras
expectativas sobre el futuro? Pues bien: intenté recordar como preveíamos el
futuro treinta años atrás. En aquella época, en los años ochenta yo era joven.
Ahora también, pero menos. Había vivido enormes cambios en la sociedad
española que se estaba transformando y
en la que convivía una mentalidad rural quasi
decimonónica con la modernidad tal como ahora la entendemos.
En los ochenta muchos españoles ya viajábamos
en avión. Menos que ahora, claro está. Las compañías low cost aún no habían aparecido y consecuentemente no habían roto
el mercado. En el avión te proveían de prensa del día, comida, bebida gratis y
otras atenciones, que se pagaban, y bien que se pagaban. El coste de un billete
aéreo a Londres – la ruta que yo más usaba- venía a ser más o menos el doble de
lo que puede costar hoy en una línea de bajo coste en cifras absolutas, que
multiplicarían por cuatro o más veces el coste corregido por el nivel de vida.
Además, en la ventanilla de facturación te preguntaban “¿fumador o no
fumador?”. Sorprendentemente en aquella lejana época se podía fumar en los
aviones. Y en los trenes, en los pasillos de los hospitales y… bueno, en todas
partes menos en misa y en el cine.
Aparte de estos cambios superficiales me
di cuenta de que, a pesar del ritmo vertiginoso de la tecnología, el transporte no había cambiado gran cosa en
estos últimos treinta años. Estoy convencido de que los materiales con que están hechos los
aviones son más ligeros, lo que los hace más eficientes y que tienen más
automatismos en la cabina, lo que puede que los haga más seguros ¿o no? pero en
esencia el hecho de viajar en avión no
ha cambiado gran cosa. Ibas al aeropuerto, facturabas la maleta, pasabas el
control de seguridad (mucho más liviano, eso sí), subías al avión y en dos
horas estabas en casa. Exactamente como ahora. Se tardaba lo mismo en llegar a
los lugares y por el mismo medio. Es más: veíamos el Concorde en los
aeropuertos, aquel maravilloso y picudo pájaro de acero supersónico y veíamos
en él el futuro de la aviación. ¡Ingenuos! Recuerdo la publicidad en los
periódicos ingleses. “Salga a Nueva York de buena mañana a su reunión de
negocios, haga sus compras en la Quinta Avenida por la tarde y vuelva a dormir
a casa. Con el Concorde”. Aquello sí que era futuro. Ir a Nueva York a hacer lo
que fuere y volver en el día ¡Que excitante vida la de algunos!
Si nos hubieran preguntado cómo
preveíamos el futuro habríamos sin duda hablado de platillos volantes
silenciosos con mágicos sistemas de propulsión que nos llevarían hasta
Tarragona o Aranda de Duero de manera rápida y silenciosa, como un suspiro.
Seguramente si nos hubiesen dicho que cogeríamos el coche, repostaríamos
combustible y tras las mismas horas de carretera y el mismo cansancio
llegaríamos al destino nos habrían decepcionado profundamente, aunque nos
hablaran de motores algo más eficientes, líneas más aerodinámicas, airbags y
otras menudencias. En esencia, la misma cosa.
La otra acción que hice ayer, cotidiana y
banal fue la llamada telefónica. Aparentemente tampoco varía mucho de lo que
podía haber hecho hace treinta años. Bueno sí: en los ochenta habría descolgado
un receptor y girado unas cuantas veces la ruedecita mientras que ayer manipulé
la pantalla de un aparato móvil para conectarme, y eso sí que es una novedad,
la telefonía móvil; pero sigue siendo una novedad predecible. Hace treinta años
habríamos anticipado sin ningún problema que seríamos capaces en un corto tiempo
de poder telefonear sin cable alguno. Lo que no habríamos sido capaces de
predecir por mucha imaginación que hubiéramos puesto es todo el resto de
funciones que el aparato con el que
telefoneé es capaz de proporcionar. Para empezar hablé con alguien que estaba
en Escandinavia, lo que en los ochenta habría costado un dinero –ya me
entienden- y lo hice utilizando una aplicación (Whatsapp) que me lo proporciona
de manera gratuita (milagro). Como estaba en casa podría haber elegido para
hablar con la persona de Oslo otra aplicación en mi ordenador que se llama
Skype, que además de permitirme hablar de manera gratuita durante todo el
tiempo que me diera la gana, me da también la imagen (más milagro) y lo más
sorprendente de todo, lo que nunca podría haber imaginado entonces es que todos
estos servicios llegaran a ser gratuitos, o tan baratos que están al alcance de
todos.
La tecnología ha dado un salto de gigante
en estos años, pero como todo en la vida, lo ha hecho por dónde menos nos
esperábamos. Como siempre, el futuro siempre sorprendiendo.
El físico Hugh Everett formuló en 1957 la
teoría de los “mundos paralelos ” o “muchos mundos” (“many worlds”) en su
interpretación de la paradoja del gato de Schrödinger. Ya saben: hay un gato en
una caja que contiene un tarro de veneno que se activa por una partícula
radiactiva que tiene un cincuenta por ciento de probabilidades de que ocurra.
Según la física cuántica (o una parte de ella) el gato está muerto y vivo al
mismo tiempo hasta que abrimos la caja, cosa de la que Einstein nunca estuvo
convencido hasta el punto de afirmar: “me gusta pensar que la luna está ahí
fuera, aunque yo no la mire”. Según la interpretación de Everett el gato está
vivo y está muerto en ramas diferentes del universo, incapaces de interactuar
entre sí debido a la decoherencia cuántica.
Es posible, según las formulaciones
cuánticas, que existan mundos paralelos ¿por qué no? y entre ellos ese que
previmos un día y que nos permite ir a Daroca cómodamente en un plis-plas en nuestro platillo volante
mientras telefoneamos girando una ruedecita y nos compramos la última puesta a
punto de la Larousse, pero ¿qué quieren que les diga? Prefiero este, aunque
vaya en bici.
“Creo que nadie entiende verdaderamente
la mecánica cuántica” dijo Richard Feynman, Premio Nobel de Física. Pues sí.
Tiene usted razón, señor Feynman.
Román Rubio
#roman_rubio
Junio 2015
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