ALLONS, ENFANTS
DE LA PATRIE!
Nunca me han
gustado los himnos, y como ya he dicho en alguna ocasión en este blog, tampoco
he sido amigo de las banderas. No recuerdo haberme jamás parapetado a la sombra
de ninguna ni haberla tomado por adorno. Tampoco recuerdo haber entonado un
himno. Bueno, en realidad esto no es del todo cierto. Durante la mili, como
“casi” todos los de mi generación besé la rojigualda y los sábados a mediodía, previo
al permiso de fin de semana, se nos hacía formar en el precioso claustro de
Santo Domingo, en Valencia y se nos obligaba a cantar el himno de Infantería,
que, en su primera estrofa dice así: Ardor
guerrero vibre en nuestras voces/ y de amor patrio henchido el corazón/
entonemos el Himno Sacrosanto/ del Deber, de la Patria y del Honor/ ¡Honor! Yo,
espantado por la huera prosa, sintiendo vergüenza ajena por tan afectado
engendro, intentaba mantenerme callado y mover sólo la boca, pero la vigilancia
del capitán, que nos exigía celo y ardor guerrero, me (nos) obligaba a gritar a
los cuatro vientos tan insulso mensaje. ¡Bienaventurado aquel que nunca se vea
obligado a cantar un himno ni a aplaudir un discurso!
Probablemente
estaré equivocado, como en tantas otras cosas, pero soy de los que piensan que
cantar un himno con la mano en el pecho y ojos llenos de lágrimas es propio de
mediocres, de gente que se deja impregnar por un sentimentalismo patético, que
trata de suplir su propia ausencia de logros con los logros de la tribu, su mermado
valor moral con las fortalezas de sus vecinos, que justifica su propia poca valía
y abotargamiento moral con la, a menudo falseada, gloriosa historia de la
nación, sus carencias con las virtudes de sus compatriotas que hace suyas y que
le permiten seguir siendo un ser modestamente irrelevante, cosa que está muy
bien -no todos tenemos que ser Superman-si no sirviera para ponerse como pavos
reales mentando las hazañas de los demás. ¿Que soy incapaz de ligar dos frases
seguidas con un lápiz? ¡Bueno, ahí están Cervantes y Quevedo!. ¿Que soy un ser
tripudo y de sofá, (un couch potato,
como dicen acertadamente los anglos) incapaz de subir dos escalones sin usar un
ascensor? ¡Bueno: la tribu tiene a Rafa Nadal y a Iniesta para defender la
energía y vigor de los demás!; el primero es del Madrid y el segundo, aunque
juega en el Barça, es de Fuentealbilla: pura cepa. Bien es cierto que
Shakespeare y Federer son también tipos exitosos y fuera de lo común, pero
pertenecen a otros clanes. Habrá que abuchearles.
El “patriota”
de la mano en el pecho e himno en astillero, lentejas los lunes, sobre bajo mesa, banderita en muñeca, partido los domingos y encomienda a
la Virgen de los Patrimonios las fiestas de guardar es tan amante y celoso de
su himno como maleducado e irrespetuoso con los de los demás, que pita y
abuchea sin importarle (por desconocimiento, ignorancia, desidia o simplemente
estupidez) a quién representa ni qué significa. Cualquier tribu que se enfrente
a la mía es mi enemiga, no importa que sea en un bello, festivo e incruento
lance deportivo.
Hace años fui
en Mestalla a ver un partido de fútbol que enfrentaba a la selección española
contra Francia, aquel estupendo equipo campeón de Europa liderado por Zidane.
Pues bien, en el acto protocolario inicial La Marsellesa fue acompañada por una
sonora pitada. Es por Francia, pensé yo. Está provocado, quizás, por esa
actitud paternalista, chovinista de los franceses que siempre nos han mirado por encima del hombro, como se mira a ese asilvestrado vecino, un poco brusco, rudo y maleducado…
Error. Lo mismo que con Francia, mis queridos compatriotas se despachaban con
pitos y abucheos ante cualquier visitante que osara pisar nuestra tierra con el
propósito, los muy bellacos, de querer disputarnos el honor de la victoria. Da
igual que se tratara del Flower of
Scotland, el God Save the Queen, o
el Deustchland, Deustchland. Todos
son dignos del más profundo desprecio por parte del patriota. Hay que odiar lo
que otros memos como yo, aman.
El pasado 28
de marzo otros fervorosos patriotas, los de la senyera estelada y sin estelar,
junto con los de la ikurriña, protagonizaron en el Camp Nou el bochornoso
espectáculo de desprecio al himno de España. Estoy de acuerdo en que éste no es
un himno hermoso. Por no tener, no tiene ni letra. Quien lo quiera acompañar no
puede hacerlo si no es con un absurdo chan-cha,
chancha, chachancha-chancha-chancha. Además tiene las connotaciones
históricas que tiene y que ya sería hora que empezáramos a olvidar en aras a la
convivencia. Sospecho que lo quieren sustituir por otro (otros) de índole más local,
que, éste sí, será merecedor de respeto, mano al corazón, lagrimita y cara de
cordero degollado. Correcto. Lamento, sin embargo que, cuando lo consigan, si
lo consiguen, seguirán los patriotas
mostrando su mala educación cuando toque escuchar el del rival. Como siempre.
Las autoridades,
por su parte, haciendo gala de su proverbial miopía, quieren sancionar de algún
modo la monumental pitada. Bien. Cuando lo hagan pueden empezar a poner puertas
al campo, meter el mar en un hoyo usando una concha y descifrar el sexo de los
ángeles. Mientras consiguen tan nobles propósitos, podrían poner unos compases
del himno de cada equipo y arrimar el hombro para tratar de encontrar una solución
política a la fractura. Que fuera satisfactoria para todos. Por ejemplo.
Román Rubio
#roman_rubio
Junio 2015
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