viernes, 9 de septiembre de 2016

SEÑORES TERTULIANOS

SEÑORES TERTULIANOS





















En la tradición humorística de la literatura inglesa –el llamado humor inglés-, P. G. Wodehouse (1881-1975) es quizás el gran maestro. A pesar de lo prolífico que fue, con sus 98 libros publicados, unos 40 musicales de Broadway, adaptaciones de guiones cinematográficos, el primero con Cecil B. De Mille (aún cine mudo), es poco conocido y apreciado en España; no así en el mundo anglosajón. Como ejemplo diré que, en 1961, para su ochenta cumpleaños, 80 autores firmaron un anuncio de una página en el New York Times en el que felicitaban al autor y lo saludaban con reconocimiento y afecto “como institución internacional y maestro del humor”. Entre los firmantes se encontraban Kingsley Amis, W. H. Auden, Graham Greene, Aldous Huxley y Evelyn Waugh (otro de los grandes del humor). George Orwell, Wittgenstein, Orson Welles, Tom Sharpe (¡qué grande Wilt y los interrogatorios del Inspector Flint sobre la muñeca hinchable!) y muchos otros han expresado su admiración por el genuino inglés que obtuvo la nacionalidad americana y pasó la segunda parte de su vida en Estados Unidos aunque nunca abandonara en sus escritos ese pequeño rectángulo que limita al este con St. James Street, al oeste por Hyde Park Corner, con Oxford Street al norte y al sur por Piccadilly; es decir, Mayfair, con excursiones a casas de campo en deleitosos distritos rurales y la eventual incursión en Cannes y la Costa Azul.
El logro más reconocible y celebrado en la obra de Wodehouse es, sin duda, la pareja formada por el parásito, inofensivo y aristocrático Bertram “Bertie” Wooster, al que nunca se le ha visto hacer algo de provecho y su sagaz mayordomo Jeeves. Hace algunos años, en la época titubeante de Internet, antes del absoluto reinado de Google, apareció una página para resolver dudas y búsquedas bastante popular con el icono de un mayordomo que se llamaba Ask Jeeves. Mucha gente en España, incluso gente culta, no acertaba a identificar el metadato, enormemente popular en el mundo anglosajón. Hasta los niños de tierna edad saben que Jeeves es un sagaz mayordomo que resuelve los problemas de Bertie y sus amigotes mientras éste se va alegremente a cenar al Club de los Zánganos. Eso sí; ejerce sobre el joven crápula una influencia que le permite cobrarse esos calcetines malva, esa chaqueta de esmoquin blanca o esa camisa de pechera floja, prendas a las que Bertie es aficionado y que Jeeves se las arregla para eliminar del vestuario por considerarlas inadecuadas según la etiqueta del Imperio Británico.
Para facilitar la labor de algún futuro biógrafo, el escritor Wodehouse en un momento de su vida se decidió a llevar un diario que él justifica de la siguiente manera:
1 de enero. He decidido llevar un diario para apuntar cada día los más importantes acontecimientos que nos suceden a mí y a mis amigos. Así, toda mi vida quedará registrada. Será interesante leerlos al cabo de los años y el tío John dice que será útil como disciplina mental.

            Hoy día húmedo. No ha sucedido nada.
            2 de enero. Día húmedo. No ha sucedido nada.
            3 de enero. Todavía nuboso. No ha sucedido nada.
            4 de enero. Buen tiempo. No ha sucedido nada.
            5 de enero. No ha sucedido nada.
            6 de enero. No ha sucedido nada.

Y de este modo Wodehouse relata los acontecimientos que conformaban su vida y ello me hizo admirar más si cabe a un autor cuyo diario se parecía tanto al mío.
Entiendo que en los días  del resto de los mortales ocurran eventos más interesantes que en los de Wodehouse y los míos propios (o al menos ocurra “algo”, aunque no sea “muy” interesante) pero tampoco exageren; no estoy dispuesto a creerme que todas esas atribuladas existencias que veo en las redes sociales de mis conocidos estén tan cargadas de excitantes eventos como quieren hacer ver. Por regla general, los eventos, si son frecuentes, son tediosos.

Todo esto viene a cuento a propósito de los tertulianos. Sí, esos que salen por la radio y las televisiones opinando sobre la gripe aviar, los tratamientos paliativos de los enfermos terminales, las incongruencias de la justicia, las reválidas en el sistema educativo, la ley policial, los Santísimos Sacramentos, el más allá, el más acá o el acercamiento a puerto del Prestige (con sus hilillos de plastilina)  y otras naves a la deriva. Confieso que durante tiempo he sentido cierto menosprecio hacia ellos por estar dispuestos a opinar sobre cualquier cosa de la que no tienen ni puñetera idea. Estoy cambiando de opinión. Mi admiración por unos individuos que cada día se enfrentan al micrófono y consiguen salir airosos del envite, tengan o no algo que decir.
Ayer no había pacto de gobierno, anteayer tampoco, ni lo hubo hace un par de meses ni lo habrá mañana. ¿Qué puñetas dicen los opinadores cada día, todos los días ante una fuente de noticias tan mezquina? Algún día, como en el diario de Wodehouse (y en el mío), algún tertuliano dirá: “no ha ocurrido nada nuevo, de modo que no tengo nada que decir”. Estoy esperando que aparezca ese sujeto para declararlo mi favorito.

Román Rubio
Septiembre 2016 

No hay comentarios:

Publicar un comentario