SEÑORES
TERTULIANOS
En la
tradición humorística de la literatura inglesa –el llamado humor inglés-, P. G.
Wodehouse (1881-1975) es quizás el gran maestro. A pesar de lo prolífico que fue, con
sus 98 libros publicados, unos 40 musicales de Broadway, adaptaciones de
guiones cinematográficos, el primero con Cecil B. De Mille (aún cine mudo), es
poco conocido y apreciado en España; no así en el mundo anglosajón. Como
ejemplo diré que, en 1961, para su ochenta cumpleaños, 80 autores firmaron un
anuncio de una página en el New York Times en el que felicitaban al autor y lo
saludaban con reconocimiento y afecto “como institución internacional y maestro
del humor”. Entre los firmantes se encontraban Kingsley Amis, W. H. Auden,
Graham Greene, Aldous Huxley y Evelyn Waugh (otro de los grandes del humor). George
Orwell, Wittgenstein, Orson Welles, Tom Sharpe (¡qué grande Wilt y los
interrogatorios del Inspector Flint sobre la muñeca hinchable!) y muchos otros
han expresado su admiración por el genuino inglés que obtuvo la nacionalidad
americana y pasó la segunda parte de su vida en Estados Unidos aunque nunca
abandonara en sus escritos ese pequeño rectángulo que limita al este con St.
James Street, al oeste por Hyde Park Corner, con Oxford Street al norte y al
sur por Piccadilly; es decir, Mayfair, con excursiones a casas de campo en
deleitosos distritos rurales y la eventual incursión en Cannes y la Costa Azul.
El logro más
reconocible y celebrado en la obra de Wodehouse es, sin duda, la pareja formada
por el parásito, inofensivo y aristocrático Bertram “Bertie” Wooster, al que
nunca se le ha visto hacer algo de provecho y su sagaz mayordomo Jeeves. Hace algunos
años, en la época titubeante de Internet, antes del absoluto reinado de Google,
apareció una página para resolver dudas y búsquedas bastante popular con el
icono de un mayordomo que se llamaba Ask
Jeeves. Mucha gente en España, incluso gente culta, no acertaba a
identificar el metadato, enormemente popular en el mundo anglosajón. Hasta los
niños de tierna edad saben que Jeeves es un sagaz mayordomo que resuelve los
problemas de Bertie y sus amigotes mientras éste se va alegremente a cenar al
Club de los Zánganos. Eso sí; ejerce sobre el joven crápula una influencia que
le permite cobrarse esos calcetines malva, esa chaqueta de esmoquin blanca o
esa camisa de pechera floja, prendas a las que Bertie es aficionado y que Jeeves
se las arregla para eliminar del vestuario por considerarlas inadecuadas según
la etiqueta del Imperio Británico.
Para facilitar
la labor de algún futuro biógrafo, el escritor Wodehouse en un momento de su
vida se decidió a llevar un diario que él justifica de la siguiente manera:
1 de enero. He decidido llevar un diario para
apuntar cada día los más importantes acontecimientos que nos suceden a mí y a
mis amigos. Así, toda mi vida quedará registrada. Será interesante leerlos al
cabo de los años y el tío John dice que será útil como disciplina mental.
Hoy
día húmedo. No ha sucedido nada.
2
de enero. Día húmedo. No ha sucedido nada.
3
de enero. Todavía nuboso. No ha sucedido nada.
4
de enero. Buen tiempo. No ha sucedido nada.
5
de enero. No ha sucedido nada.
6
de enero. No ha sucedido nada.
Y de este modo
Wodehouse relata los acontecimientos que conformaban su vida y ello me hizo
admirar más si cabe a un autor cuyo diario se parecía tanto al mío.
Entiendo que
en los días del resto de los mortales
ocurran eventos más interesantes que en los de Wodehouse y los míos propios (o al menos ocurra “algo”, aunque no sea “muy” interesante) pero tampoco exageren;
no estoy dispuesto a creerme que todas esas atribuladas existencias que veo en las
redes sociales de mis conocidos estén tan cargadas de excitantes eventos como
quieren hacer ver. Por regla general, los eventos, si son frecuentes, son
tediosos.
Todo esto
viene a cuento a propósito de los tertulianos. Sí, esos que salen por la radio
y las televisiones opinando sobre la gripe aviar, los tratamientos paliativos
de los enfermos terminales, las incongruencias de la justicia, las reválidas en
el sistema educativo, la ley policial, los Santísimos Sacramentos, el más allá,
el más acá o el acercamiento a puerto del Prestige (con sus hilillos de
plastilina) y otras naves a la deriva.
Confieso que durante tiempo he sentido cierto menosprecio hacia ellos por estar
dispuestos a opinar sobre cualquier cosa de la que no tienen ni puñetera idea.
Estoy cambiando de opinión. Mi admiración por unos individuos que cada día se
enfrentan al micrófono y consiguen salir airosos del envite, tengan o no algo
que decir.
Ayer no había pacto de gobierno, anteayer tampoco, ni lo hubo hace un par de meses ni lo habrá mañana. ¿Qué puñetas dicen los opinadores cada día, todos los días ante una fuente de noticias tan mezquina? Algún día, como en el diario de Wodehouse (y en el mío), algún tertuliano dirá: “no ha ocurrido nada nuevo, de modo que no tengo nada que decir”. Estoy esperando que aparezca ese sujeto para declararlo mi favorito.
Román Rubio
Septiembre
2016
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