GABRIEL AMORTH
Quienes siguen
este blog ya conocen mi afición por las necrológicas de los periódicos de mi
ciudad del mismo modo que Sherlock Holmes lo era de la sección de crímenes y sucesos y otros
de los resultados del fútbol, de la crónica de sociedad o –por difícil que sea
de creer- de la política y sus tediosos vericuetos y acaecidos. Normalmente, el
repaso de esquelas y obituarios en el periódico local que consulto en el bar
con el café o la cerveza da poco de sí. Es curioso pero, a pesar de que a todos
nos ocurre una vez en la vida, casi nunca muere alguien de interés: que si tus
hijos y nietos no te olvidan, que si viuda de su Ilustrísima Fulanito de Tal, Magistrado
de la Audiencia, de noventa y muchos años de edad, que si «ha faltat Josep LLopis, el benvolgut
“Pepet el Correger”» y cosas así.
El otro día me
encontré, en cambio, en la sección de Obituarios el anuncio de la muerte de un
peso pesado que a la edad de 91 años había sido llamado a la vera de dios
padre. Se trataba ni más ni menos que la persona del sacerdote Gabriel Amorth.
¿Sus credenciales? Exorcista del Vaticano y de la Diócesis de Roma desde 1990,
fundador de la AIE (Asociación Internacional de Exorcistas) que cuenta con 250
exorcistas en 30 países y ejecutor (según el pequeño texto que acompañaba la
noticia) de más de 70.000 exorcismos llevados a cabo en su larga vida
profesional.
Aturdido por la cifra tiro mano de boli y servilleta
de bar: a un exorcismo diario, trabajando todos los días del año incluyendo
Nochebuena, Año Nuevo, la Virgen de Agosto
(Ferragosto romano, en que en la ciudad no quedan sino turistas con o
sin demonio dentro)… necesitaría 192 años para llegar a esa cifra. En el caso
de hacer dos diarios se podría apañar con sólo 96 años de ejercicio… No sigo.
La cosa no tiene ni pies ni cabeza. ¿Han visto ustedes la película de El Exorcista? ¿Se imaginan lo que sería
hacer cuatro o cinco de esas actuaciones, cuando no ocho o nueve, “todos” los
días del año, incluyendo los días de dolor de muelas o gripe? Lo dicho: ni pies ni cabeza. Y, ¿de dónde
salen tantos endemoniados? ¿Han visto ustedes alguno en carne y hueso? Y no
valen los tipos como Don Cicuta o Jesús
Gil, que en gloria estén.
Pero mis
pensamientos no se quedan ahí, en los números, ya de por sí increíbles. Me
asalta la duda metafísica de: ¿Se creería el hombre durante todos estos años lo
que estaba haciendo? ¿Es posible que alguien pueda creer en el demonio (o los
demonios) y hacer de ello su profesión y su modus
vivendi? Entiéndanme: todos creemos en el mal y algunos llaman a eso demonio
pero, ¿aún hay alguien que pueda creer en la existencia de un “ser” malvado, mosqueado
con Dios Omnipotente que se introduce en el cuerpo y alma de algunos (al
parecer al azar) y los vuelve en contra divina al tiempo que les hace levitar y
tirar espumarajos por la boca? ¿No hemos quedado que Dios lo puede todo? ¿Por
qué habría de permitirlo? ¿Cómo pueden estos tipos ir por ahí con un crucifijo
espantado espíritus y tomarse a sí mismos en serio? He buscado la biografía del sujeto en
Internet, he leído alguna entrevista
concedida por él y he decidido incluir algunos de sus hechos y opiniones.
Veamos:
Hizo su primer
exorcismo en 1986 bajo la tutela del padre Cándido Amantini, su maestro.
Criticó las
novelas de Harry Potter declarando que “detrás
de Harry Potter se oculta la firma del rey de la oscuridad, del diablo” ya que
en estas novelas no aparece marcada la distinción entre lo blanco y lo negro y
carecen de espiritualidad y religiosidad, pues “la magia es siempre una vuelta
al diablo”. (No dice nada, que se sepa, del mago Tamariz)
Su película
favorita según divulgó en una entrevista al London Sunday Telegraph es –cómo no
El Exorcista, de la que el cura añade:
"Por supuesto, los efectos son exagerados, pero es un buen filme, y
exacto sustancialmente, basado en una notable novela que refleja una historia
verdadera."
Ha escrito tres libros: Un exorcista cuenta su historia, Un exorcista:
más historias y Más fuertes que el mal, hecho que yo desconocía, pero que,
ahora que lo conozco, no descarto echar un vistazo a alguno si es que alguna
vez cae uno en mis manos.
En una entrevista se le preguntó: “¿Cómo se da cuenta de que alguien está
endemoniado?” “Lo sé durante la
curación, no antes”, contestó el sacerdote. “Un síntoma inequívoco es la violentísima, visceral aversión hacia todo
lo sagrado (…) Después está el hablar en lenguas desconocidas, la explosión de
una fuerza sobrehumana, la levitación: todas son cosas que suceden durante los
exorcismos”.
En
“Rugidos y Sollozos” (Alexander Smoltczyk/ Efe/ La Razón), el autor relata
una actuación del cura en una iglesia romana tras lo cual anota las palabras
del ejecutor con respecto a su modus
operandi:“Lo primero
que hago es preguntar al demonio cuál es su nombre. A menudo no quiere decirlo,
pues se vuelve más vulnerable. No hay que hacerle nunca preguntas estúpidas,
como si la Roma ganará al Lacio. Sólo preguntas directamente relacionadas con
la curación del poseído. Así, que, primero el nombre; luego el día de entrada
en el cuerpo, los motivos y quién lo envía”, explica el exorcista; lo cual me llama
la atención. ¿No habíamos quedado que es el diablo? Pues, ¡quién lo va a
enviar!
Y así, más o menos, todo. ¡Ah, olvidaba!
Según el padre Amorth la posesión
demoníaca no es ni hereditaria ni contagiosa, gracias a dios. Pueden dar la
mano a Trump (o a Sánchez) si se presenta la ocasión sin miedo al contagio. Pueden
estar tranquilos.
Román Rubio
Septiembre 2016
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