EL MITO DE LA
CAVERNA
Una de las
pocas cosas que me quedó de mis estudios de filosofía en el Bachillerato es la
alegoría (que no mito) de la caverna, metáfora de la epistemología de Platón
que, junto a la del río de Heráclito y la carrera imposible de Aquiles y la
tortuga, aligeraban las clases de
farragosos conceptos que mis adolescentes rurales compañeros y yo
copiábamos en apuntes sin llegar a
entender, a veces, ni una sola palabra. En la caverna, unos prisioneros,
desconocedores del mundo real sólo veían unas sombras proyectadas en la pared
gracias a la luz de una hoguera que había a su espalda, tras un bajo muro. Para
ellos, esa era la (única) realidad puesto que no conocían otra cosa. Las sombras
constituían el mundo real. Si un prisionero lograba liberarse (de manera
notoria, un filósofo –llevando así el ascua a su sardina-), éste, tras subir a
la superficie podía, por fin ver el mundo real, iluminado por la luz del sol y
apercibirse de qué va todo esto. De este modo, Platón diferenciaba entre el
conocimiento sensible (de los
sentidos) que experimenta el prisionero y el mundo inteligible (por medio de la razón) que experimentaba el filósofo
-es decir, él y los discípulos que formaban parte de la Academia; (¿pagaban
mensualidad los discípulos?)- Obviamente, sólo quienes habían visto la luz del
sol y habían logrado desprenderse de las cadenas (los filósofos), como
conocedores de La Verdad, estaban habilitados para el gobierno de la ciudad.
En esto estaba
yo pensando hace un par de días mientras veía el telediario. No sé ustedes,
pero yo, tras dos elecciones generales con sus correspondientes campañas y los
subsiguientes pactos, no pactos, proyectos de pacto, desplantes, cábalas de
números de diputados, frentes populares y continuistas, citas del rey,
entrevistas, reuniones de líderes, convocatorias públicas y por twitter a
reunión, rechazos, extrañas alianzas, dimes, diretes, tuits, eslóganes,
votaciones constitutivas de Cortes, de Mesas, números y más números,
experimento un cansancio próximo al tedio, de modo que cuando oigo a un
político en la radio cambio de emisora y si es en la televisión de canal,
aunque sea para escuchar a Santiago Segura hablar de personas y programas
vetustos que no me interesaron ni en su lejano día de emisión.
Probablemente,
a muchos de ustedes les ocurre lo mismo. Pues bien, eso les pasa porque, como
yo, forman parte del grupo de desgraciados prisioneros de la caverna, de los
que sólo conocen las sombras en la pared, de quienes no han visto la luz. Vean
si no el ademán de los políticos –líderes y no-. Están eufóricos. Tienen una
expresión radiante. La nueva Presidenta del Congreso, normalmente de cara
anodina, mediocre, apagada y feucha luce radiante, como iluminada por la verdad
(la del exterior de la caverna), animada por las endorfinas y la testosterona
(sí, sí, testosterona) que el puesto le confiere. En los escaños, Rafael
Hernando, del PP, dialoga con la cúpula de Podemos en el estado de alta
concentración de quién está tratando algo grande para la Historia de España. El
otro Hernando, el del PSOE, el que delega en sus gafas azules su personalidad,
de natural sin chicha ni limoná, da
unas conferencias de prensa cargado de convicción y energía. Rivera, árbitro (o linier, al
menos) del partido es requerido por el –todavía y para vergüenza de los
españoles- Ministro del Interior para ser interpelado sobre el posible rechazo de una inverosímil
candidatura que le habría llevado a tocar la gloria… En fin, la vida real, la
de afuera de la caverna y no la de las sombras en las que usted y yo vivimos.
Pues sí: todos
ellos instalados en la euforia, como señalados por la mano de dios. Todos menos
una: la alcaldesa de Valencia Rita Barberá (aún me resisto a desposeerla del
título que ostentó durante 24 años). En la constitución del nuevo senado se la
ha visto apagada, renqueante, como forzada a ir y se le ha oído decir que sólo
tiene ganas de que termine el acto y venir a Valencia para meterse en la cama.
En un momento en que los políticos ni quieren ni pueden pensar en dormir debido
a la descarga de adrenalina, Rita quiere volver a casa y meterse en la cama. ¿Será
que quiere volver a la caverna de nuevo?, ¿ella que ha visto tanta luz? Pues
aquí le guardamos el sitio. La argolla al lado de la mía está libre. La ocupaba
alguien de Compromís que, afortunadamente para ella, fue llamada a la luz del
exterior en las últimas elecciones autonómicas.
Román Rubio
Julio 2016
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