CAPERUCITA
Viene a cuento de la retirada de algunas
libros infantiles de cierta escuela de Barcelona en la que los padres, los
profesores, el AMPA o quienquiera que se cree en la posesión de la llave de la verdad
y de la moral ha decidido quitar de la biblioteca infantil los cuentos que como
Caperucita, Hansel y Gretel o Las siete cabritillas vienen a desafiar
la blanca moral de las puras avecillas del siglo XXI, solidarias, pacifistas y
feministas que ven en el caduco patriarcado el germen de la violencia, la
crueldad el sometimiento del débil y todos los otros males que nos aquejan.
Es lo que tienen los clásicos. El
astuto lobo (nunca la loba, que necesita la carne para producir leche y
amamantar a sus lobeznos) se come a la abuelita, a Caperucita, a las cabritas y
a los cerditos (¿o era a las cerditas?). Otelo fue un maltratador asesino
arrastrado por los celos, Macbeth otro asesino atormentado inducido al crimen
por unas brujas lamentables y por una pérfida y ambiciosa esposa y Don Quijote
un estúpido violento que se lanzó al monte a pesar del consejo y buen juicio de
su sobrina y su ama. Además, le dio por tratar a Dulcinea con un paternalismo
inaceptable y rancio, nada en consonancia con lo que debía ser el trato a una
mujer libre y dueña de su destino.
Los guardianes de la moral parece
que son incapaces de entender que ni los niños ni los adultos, de esta o de
ninguna otra época, son tan estúpidos como para confundir la ficción con la
realidad (solo ellos se creen con el don del discernimiento) y deben ser
protegidos de su propia estupidez. Las personas normales, en cambio, tendemos a
ver los cuentos como lo que son: cuentos; y no conozco a ningún niño que se
crea que el lobo espolvoreado de harina pase por una oveja o se confunda con la
abuelita por el hecho de llevar cofia. Como no consta que Agatha Christie fuera
por ahí matando a personas, ni en el Nilo ni en cualquier otro lugar.
De todas las interpretaciones
sobre Caperucita hay una que propone Nora Catelli, profesora de la Universidad
de Barcelona y premio Anagrama de ensayo en El País del domingo que se aparta
de una versión paternalista para apuntar otra todavía más estrafalaria:
“Una madre y su hija viven solas en el linde
de un bosque. Del otro lado del bosque vive la abuela. Tres mujeres: tres
edades. La madre fértil, la niña que se convertirá en fértil. A pesar de
conocer los peligros del bosque, la madre fértil envía a la niña, al borde de
la pubertad a llevar alimentos a la abuela. ¿Por qué la niña está ataviada con
algo tan llamativo como una caperuza roja? Se ha interpretado en ocasiones que
esa caperuza roja es una señal que atrae a los depredadores del bosque. Y lo
es: es un clítoris en estado de turgencia. La madre ha intuido oscuramente que
tendrá una rival y se desprende de ella. La entrega a la abuela, que no puede
ser rival…”
¿Caperucita un clítoris andante?
¿Cómo puede haber alguien tan retorcido como para pergeñar tan
extravagante disparate? ¡Y la maldad ha dejado de ser, por una vez,
paternalista para ser exclusivamente femenina! ¡Qué efecto tan desmesurado ha
tenido el maestro Freud y sus complejos sobre algunos, amantes de explicaciones
rebuscadas! No sé si será un dato relevante añadir que la escritora Nora
Catelli es argentina de nacimiento.
Pero no solo los cuentos
infantiles (y me temo que pronto también las obras maestras de la literatura y
la pintura) son objeto de interpretaciones estrambóticas, acusadoras de
paternalismo, no. Los trenes también.
En la Laponia finlandesa y
escandinava habitan los samis, pueblo autóctono europeo, que viven de atender a
sus rebaños de renos. Lógicamente están de uñas con el gobierno finlandés que
les quiere hacer una vía férrea de alta velocidad que atraviesa su territorio. No
quieren que les pase con sus rebaños como a los tractoristas de Cuenca, que
tienen que hacer diez o quince kilómetros con el tractor hasta un paso elevado
para labrar el medio majuelo que les ha caído a la otra parte de la vía del AVE.
En Navarra, ciertos colectivos feministas se han puesto en contra de la
construcción del TAV (tren de alta velocidad) en aquella región porque, según
ellos, es una iniciativa paternalista. Y eso sí que no: los trenes pueden ser
rápidos, lentos, cómodos, modernos, ruidosos y hasta caros e innecesarios… pero
ni paternalistas ni homófobos ni machistas; de verdad. Me niego a creer que haya
trenes paternalistas y a ver en la capucha de Caperucita a un clítoris paseando
por el bosque. Por principios.
Román Rubio
Abril 2019
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