LEY DE
PARKINSON
Si eres
profesor y piensas que en los claustros y en las reuniones de evaluación se habla
demasiado y se decide poco y mal; si eres cualquier otra cosa y eres de la
opinión de que asistes a demasiadas reuniones, que duran más de lo necesario y
la gente habla con el propósito de oírse y de dejarse oír más que con el de
tomar decisiones, si tienes la impresión de que los becarios de la empresa en
que trabajas (incluyendo la Administración) son más capaces que los líderes de
la misma, puede que te interesen algunos de los datos que a continuación
expongo.
Cyril
Northcole Parkinson (1909- 1993) fue un escritor e historiador prolífico pero de
poca enjundia, autor de unos 60 libros, que apenas sería recordado hoy a no ser
por un artículo satírico que escribió para la revista The Economisnt en 1955 y
que después, dado el éxito que consiguió, desarrolló en un pequeño libro con el
mismo título que siguió cosechando elogios proporcionando al autor jugosos
dividendos y puestos de Profesor Visitante en las más famosas universidades
americanas. Se trata de la formulación de la famosa Ley de Parkinson referida a
las burocracias, criticando la ineficacia de la Administración Colonial inglesa
en particular y las grandes organizaciones en general. Entre otras cosas, el
autor, antes de formular la Ley, ya había predicho que la Marina Real llegaría
a tener más Almirantes que barcos, cosa que se cumplió en los años 30. La ley
establece que:
1.- “El
trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para su realización” No
importa el volumen o la dificultad del mismo. Si hay tiempo disponible, se alargará
el trabajo hasta ocuparlo por entero.
2.-“Los gastos
aumentan hasta (al menos) igualar todos los ingresos”
3.- “El tiempo
dedicado a cualquier tema en la agenda es inversamente proporcional a su
importancia” (ley de la trivialidad).
Todo ello
ilustrado con curiosos cuando no hilarantes ejemplos y fórmulas matemáticas.
Para ilustrar esta última ley explicó como la junta de gobierno de Singapur
invirtió 6 horas de reunión para elegir a un trabajador para la compañía de gas
y diez minutos para aprobar un
presupuesto de 100 millones de dólares.
En la
formulación de la popular ley y en su desarrollo posterior se aportan otras
curiosas afirmaciones como el hecho de
que “en una burocracia un funcionario quiere multiplicar sus subordinados, no
sus rivales” y esta es probablemente la principal causa por la que “el total de
empleados en una burocracia aumenta un 5-7% cada año, independientemente de las
variaciones de la cantidad de trabajo”, que “los funcionarios se creen trabajo
unos a otros” o esa otra circunstancia tan conocida por todos que es el hecho
de que “en una oficina, cualquiera que sea su tamaño y el volumen de trabajo
siempre acabará faltando espacio” y su variante actual que tiene que ver con la
capacidad de almacenamiento informático (al parecer, siempre insatisfecho).
También estipula que cualquier organismo que alcance los 21 miembros es ineficaz para
la toma de decisiones, teniendo que delegar el poder real en entidades menores.
Es meritorio
el hecho de que Parkinson formulara su ley mucho antes de que aparecieran casos
como el de la extinguida Televisión Valenciana, en la que la friolera de 1.600
trabajadores ocupados todo el día, todos los días, conseguían, a duras penas,
cubrir el seguimiento de los viajes del entonces Muy Iluminado President de la
Generalitat Francisco Camps, sus inauguraciones y actos de partido.
Para abundar
en el conocimiento de las organizaciones corporativas habrá que considerar el
famoso Principio de Peter, formulado por el profesor canadiense Lawrence J.
Peter (1919-1990) y que se resume en el enunciado: “en una jerarquía, todo
empleado tiende a ascender hasta alcanzar su nivel de incompetencia” Según este
principio -que había sido expuesto de manera similar por Ortega años antes -“con
el tiempo todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente
para desempeñar sus obligaciones” y “el trabajo es realizado por aquellos
empleados que no han alcanzado todavía su nivel de incompetencia” lo que, de
alguna manera explica el “quiero el informe encima de mi mesa, ya” (informe,
por cierto, que el jefe, en su torpeza no sabría hacer por él mismo) o mejor
aún, el chulesco y típico del jefe español: “lo quiero ayer”. ¿Por qué no lo
pediste, pues con la debida antelación, despotilla? O mejor aún: ¿por qué no te
jubilas ya, inútil y dejas de amargar la vida a tus competentes subordinados?
Scott Adams,
de la Universidad de Berkeley añadió un matiz interesante al Principio de Peter
en un artículo publicado en 1966 en el Wall Street Journal. Le llamó el
Principio de Dilbert, por ser el creador de la tira cómica del mismo nombre y
viene a decir que “las compañías tienden a ascender a cargos directivos a sus
empleados más incompetentes para limitar así la cantidad de daño que son
capaces de provocar”. Al igual que ocurrió con Parkinson, el artículo tuvo gran
repercusión y escribió un librito con el mismo nombre, libro que se estudia en
todos los cursos de MBA. A pesar de ser considerado por muchos como una teoría
poco fundamentada y algo banal, ha tenido el apoyo de ejecutivos notables. Guy
Kawasaki de Apple dijo: “Hay dos tipos de compañías, las que reconocen ser
exactamente como la de Dilbert y las que también lo son pero aún no lo saben”.
Ni lo saben
las compañías ni sus propios dirigentes ya que posiblemente estos estén
confundidos o cegados por el conocido como Efecto Dunning-Kruger, y este sí que
tiene crédito en el ámbito académico. Justin Kruger y David Dunning, de la
Universidad de Cornell (Nueva York) identificaron de manera clara y demostrable
un “sesgo cognitivo por el que los individuos con escasa habilidad o
conocimientos, sufren un sentimiento de superioridad ilusorio, considerándose
más inteligentes que otras personas más preparadas”, es decir que los
individuos incompetentes tienden a sobreestimar su propia habilidad al tiempo
que son incapaces de reconocer la habilidad de los otros.
Lo que explica
muchas de las cosas que estamos viendo estos días, muchas de las que hemos
visto y alguna de las que estás pensando, querido lector.
Román Rubio
Febrero 2016
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