¿SABES QUIÉN SOY?
No soy
adepto a dieta alguna, ni mediterránea ni de Okinawa ni de la del brócoli con
apio en jugo de pomelo. Solo tengo una norma que intento seguir al máximo
cuando voy al supermercado. Leo la etiqueta y si no conozco los componentes no
lo compro.
A veces,
con las noticias del periódico me ocurre algo parecido a lo de las etiquetas
alimentarias: que no las entiendo y me resultan imposibles de digerir.
La
Agencia Española de Protección de Datos acaba de prohibir a la empresa
Worldcoin que siga obteniendo identificaciones de personas examinando el iris
tras haber conseguido ya la de 400000 ciudadanos tras pagar una
cantidad de moneda virtual equivalente a unos ochenta euros en dinero sonante a
los voluntarios que se prestaban al escáner ocular. Este tipo de identificación
es hoy por hoy la más fiable de todas las posibles, tan alta como puede ser la
del ADN y más precisa que la de las huellas dactilares y las biométricas,
propias del reconocimiento facial.
Todo
esto para mí es una cadena de enigmas. En primer lugar, ¿por qué prohibir el
que la gente cambie un escáner de su ojo por unos denarios sean estos físicos o
etéreos canjeables? En segundo lugar, ¿para qué diablos quiere una compañía
norteamericana identificar a las personas con aspiración global? ¿Será —como
ellos dicen— para sentar las bases de un sistema financiero mundial
independiente de estados y bancos que permita implementar en el futuro una
renta vital universal? No entiendo nada:
ni el propósito ni la prohibición ni los fundamentos de la moneda virtual. No
sé donde compran ustedes, pero yo no he visto aún pagar a nadie en la panadería
con bitcoins, worldcoins y cosas por el estilo.
El
fundador de la compañía recolectora de datos es Sam Altman, el nuevo gurú del
mundo digital que a su vez es el CEO de Open AI (la compañía desarrolladora de
Inteligencia Artificial), de 38 añitos de edad, abiertamente gay y educación
judía, estudiante en Stanford que —como todos los genios— no llegó a graduarse,
y amante de recorrer California con avionetas alquiladas para su solaz. En una
entrevista concedida a New Yorker, confiesa ser lo que en EEUU se conoce como un
prepper : “Intento no pensar
demasiado en ello, pero tengo armas, oro, yoduro de potasio, antibióticos,
baterías, agua, máscaras antigás y un rancho en el sur de California al que
puedo volar”. Tan precavido para unas cosas y tan osado para otras.
Seré un
ingenuo, pero soy de los que piensan que las personas se preocupan demasiado
por la información que regalan a la buena de dios a los gurús de internet. Al
fin y al cabo yo doy sin rechistar mi foto y huellas dactilares al Estado Español
cada vez que renuevo el DNI o el Pasaporte para que me trinquen si se me ocurre
matar a mi vecino. Como contrapartida el Estado me da a mí asistencia sanitaria,
calles y carreteras por las que circular y una pensión con la que mantenerme,
con lo que creo que salgo ganando.
A Google
le doy gustoso todo lo demás. Le digo quién soy, le doy mis fotos y mi
localización en todo momento. Por mis búsquedas saben cómo soy, adonde viajo,
en qué fechas, a qué hoteles voy y cuáles son mis inquietudes intelectuales y
si hago injertos de corona o de canutillo en los almendros de mi propiedad. En
definitiva, sabe más de mí que mis familiares y amigos y creo que hasta yo
mismo. ¿Y qué? ¿Qué se aprovechan de mi información para hacer caja en términos
publicitarios y me manden publicidad sobre viajes a Tailandia haciéndose los
listillos porque un día busqué algo por allí? Pues que les aproveche. Las buenas relaciones comerciales son aquellas
en las que ganan ambas partes. Yo sé lo que gano en mi relación con ellos y si
a ellos les compensa, adelante.
Estoy
pensando en prestarles a los del worldcoin mi iris para que me lo escaneen por
un puñado de monedas virtuales; así aprendo qué diablos es eso. Y no hay riesgo
de que tras el escáner te digan: “Es maligno”.
Román
Rubio
Marzo
2024