viernes, 7 de junio de 2024

LA SUERTE DE LA GUAPA

 

LA SUERTE DE LA GUAPA´


“La suerte de la guapa, la fea la quisiera”. Bueno, ya sé que el refrán, en un ejercicio de burda ironía y trasnochado anacronismo, dice lo contrario. Se insinúa que la fea obtiene buenos réditos sentimentales y matrimoniales, en tanto que la guapa es reclamo de vividores, crápulas y otros especímenes escasos de moral y rentas. De eso vamos a hablar hoy: de ciudades guapas y feas y los réditos de su belleza.

Empezaremos por Valencia:

Kenneth Tynan (1927-1980) fue un escritor, crítico literario y ensayista británico de gran reputación en el mundo anglosajón. Escribía con asiduidad en medios prestigiosos como The Observer o The New Yorker. Además, fue durante algún tiempo director artístico de la National Theatre Company de Londres  y autor de algunas obras de teatro. Quizá recuerden ustedes el musical Oh! Calcutta!, de su autoría, gran éxito tanto en Broadway como en el West End en la década de los 70.

El inglés escribió para el The New Yorker en 1970 un polémico artículo titulado Valencia, que causó cierto revuelo por estos lares, y en el que otorgaba a la ciudad el apelativo de “capital mundial del antiturismo”. El texto fue editado junto a otras piezas en un libro con el nombre de The Sound of Two Hands Clapping, que Anagrama editó en español con el título La pornografía, Valencia, Lenny, Polanski y otros entusiasmos, obra que en su momento compré y desapareció de mi biblioteca  producto de algún préstamo o mudanza.

El efecto que produjo el texto, más que de repudio fue de atracción hacia la ciudad, consecuencia del sarcasmo más sofisticado, pues le dedica párrafos como (y copio del estupendo artículo de Vicente Molins en Valencia Plaza):  en València se posa una fealdad ruidosa (...), siempre dispuesta a repeler a los forasteros, es uno de los pocos lugares que cumple con todas nuestras expectativas. Disfrutamos de estar inactivos a la luz del sol en una ciudad mediterránea: aquí podemos holgazanear, no tanto solitariamente sino verdaderamente solos, contemplativos y distantes (...) Algunas personas se van de vacaciones para conocer a extraños, otros van para encontrarse a sí mismos. Para este último grupo, Valencia, capital mundial del antiturismo, es el escondite que buscan”. Y, con doble pirueta, aterriza: “es un elogio sincero para la maloliente Valencia, mi ciudad mediterránea favorita”.

Vean ustedes en qué consiste la pirueta del inglés: ustedes buscan los lugares trillados y se conducen dentro de las masas turísticas en la búsqueda de lo chic; yo, en cambio, disfruto de esta ciudad ruidosa, maloliente e ignorada porque no soy como ustedes; pertenezco a los elegidos que sabemos apartarnos del rebaño y encontrar lo bueno que hay bajo la superficie y que ustedes (gente vulgar) son incapaces de apreciar.

Resulta chocante la opinión del británico para describir a una ciudad que cincuenta años después se erigiría como la favorita de los Erasmus, la de mayor calidad de vida del mundo —o una zarandaja similar otorgada por no sé qué revista u organismo— y la capital mundial de la sostenibilidad y las zonas verdes o algo parecido, pero es que habría que recordar la Valencia de finales de los años sesenta: la autopista del Mediterráneo se acababa por Puzol y todos los camiones del mundo atravesaban la ciudad por el eje de tránsitos —Cardenal Benlloch-Peris y Valero—, dándose a conocer al mundo como “el Semáforo de Europa”; Velluters no era tal: como ocurriera en Barcelona con el Raval, se había convertido en “el Barrio Chino” —aunque no se viera por allí chino alguno— en tanto que el Barrio del Carmen y la Xerea se llenaban de bares de tapas o de copas (entonces denominados pubs) al tiempo que los residentes huían y desertaban de los barrios antiguos para comprarse un pisito luminoso afuera: los ricos en Jaume Roig y la Alameda y los menos ricos en barrios como San Isidro, la Fuensanta o Benimaclet, mientras otros, más campestres, se decidían por LEliana, el Vedat o la Cañada.

El resto de la película ya lo conocemos: los barrios céntricos se deterioran, los inmuebles están tirados de precio, los fondos de inversión aprovechan la oportunidad, adecentan y limpian el espacio urbano encareciendo la propiedad y se forran trayendo  cantidades ingentes de gentes llamadas turistas que disfrutan del entorno que otros dejaron, en parte por abandono.

Es lo que tiene el turismo; ni contigo ni sin ti. Quienes lo tienen lo desprecian y quienes no lo tienen lo desean y no paran de hacer campañas voceando sus atractivos. Solo las guapas lo consiguen y algunas llegan a morir de éxito; de ahí, quizá, lo de “la suerte de la fea, la guapa la quisiera”.

Román Rubio

Junio, 2024


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