jueves, 9 de julio de 2015

SOBERANÍA

SOBERANÍA
El pasado domingo los griegos votaron “no” a no se sabe bien qué. Bueno, sí: a la oferta de ayuda condicionada de Europa. El lunes, sabiéndose con poco tiempo, los griegos estaban solicitando de Europa ¿el qué? Pues sí: la ayuda condicionada; es decir: el tercer rescate. La situación, de tan absurda, es un atentado al sentido común. Ya sé (no he podido dejar de escuchar y/o leer decenas de análisis) que hay implicaciones de legitimización interna de la postura del gobierno, respaldo a los negociadores para mantener posturas y otras muchas menudencias a considerar, pero ¿hacía falta tanta alforja para tan corto viaje? Al final, te levantas de una mesa de negociación, movilizas a tu país en referéndum para expresar el desacuerdo a las presiones, y al día siguiente pides que se reúna la misma mesa para pedir ayuda. Un despropósito.

Entre los múltiples análisis de la situación que he escuchado o leído, casi ninguno propone soluciones: como dije en un artículo anterior todas las partes saben que los griegos ni “pueden” pagar ya que no tienen la pasta, ni “pueden” dejar de hacerlo ya que esto implica impago, insolvencia y es inaceptable para los acreedores y para los (otros) deudores como España, Italia, Irlanda o Portugal que solicitarían lo mismo acto seguido; de modo que ya me contarán.

Los autores Miguel Oteiro Iglesias y Federico Steinberg, investigadores del Instituto Elcano son de los pocos a quienes he leído una propuesta concreta. Lo que proponen en su artículo de El País de 8 de julio es la constitución de una Comisión Especial Euro-Griega que podría estar formada por 15 miembros parlamentarios (siete griegos y ocho del resto de la eurozona), independiente de los gobiernos y de decisiones vinculantes para el gobierno griego… En fin, whatever works (mientras funcione)… que diría nuestro amigo Woody Allen.








Lo que no ha funcionado es el invento de la troika. El porqué es algo que no entiendo. La constituyen: la Comisión Europea, de la que Grecia forma parte, el Banco Central Europeo, del que Grecia forma parte y el Fondo Monetario Internacional, del que Grecia también forma parte. Aún así, las indicaciones y mandatos de la llamada troika se veían como una intromisión intolerable en la soberanía del país. Y ahí hemos dado en roca: la dichosa soberanía. Una soberanía que usaron ¿para qué? Para incorporarse al euro falseando cuentas públicas (cosa que para diferentes propósitos también ha hecho la siempre gloriosa Comunidad Valenciana), derrochar fondos comunitarios hipertrofiando el sector público (defensa incluida) y endeudarse de manera inaceptable hipotecando el futuro de las –como mínimo- dos generaciones venideras. ¡Viva la soberanía!

Desde que se produjo el advenimiento de la crisis del euro he leído (también) muchos análisis. Unos a favor y otros en contra de la austeridad. Entre estos últimos, la insistente letanía del Premio Nobel de Economía Paul Krugman denunciando el rigor austericida impuesto por Alemania y otros. En lo único que “todos” los analistas están de acuerdo es en señalar la dificultad de que se mantenga la unión monetaria sin implementar una unión fiscal, y ¿qué quiere decir Unión Fiscal si no pérdida de soberanía?

En el año 2005 la Unión Europea hizo un intento de completar su estatus de unión verdadera y propuso la creación y aprobación de una Constitución Europea. La creación del documento (o pila de documentos) ya fue el parto de los montes, dada la complejidad de la Cámara y el proceso de aprobación complejo. Algunos países debían aprobar la Constitución Europea en sus Parlamentos y otros en referéndum, que, a su vez, era vinculante para algunos gobiernos o solo consultivo para otros.

En España se nos convocó a referéndum para el 20 de febrero de 2005. El PSOE, entonces en el gobierno y el PP en la oposición pedían el “sí” de la población. También, aunque de modo reticente,  apoyaban el “sí” CiU, PNV y otros. El “no” estaba defendido por IU, Esquerra Republicana, Iniciativa per Catalunya, BNG y otros. Yo voté que “sí” y fue una de las pocas veces que me signifiqué ante mis compañeros y amigos haciendo campaña. Recuerdo los argumentos del “no”, a menudo mezquinos al estilo del ¿qué hay de lo mío? Los izquierdistas (entre los que incluyo a mi juicioso amigo y filósofo Benito Ledesma, con quién discutí el asunto) se quejaban de que se estaba creando una Europa de comerciantes y no de hombres (y pueblos) libres ¿?; los apologetas de Ejpaña, Ejpaña de la COPE (en la época representada por los espadachines del verbo Jiménez Losantos y P. J. Ramírez) pedían furiosamente el “no” por el empequeñecimiento de España y porque no prohibía expresamente la posible segregación de las regiones (Cataluña). Los independentistas (catalanes y vascos, mayormente) porque la Constitución no manifestaba “de manera explícita” la posibilidad de autodeterminación y segregación de las regiones, la Conferencia Episcopal porque el documento no reconocía la raíz cristiana de la sociedad europea…  Y todos, todos, se lamentaban de la pérdida de soberanía que suponía dejar el control de muchas cosas en manos del Leviatán burocrático de Bruselas. Pues bien, si Bruselas hubiera ejercido el control, sospecho que hoy los griegos no estarían donde están. Y nosotros tampoco.




Ganamos los buenos (el sí) por una vez y el 29 de mayo, Francia votó “no”, seguida de Holanda unos días después y la pobre Constitución (que en realidad se trataba de un montón de acuerdos cogidos por los pelos) se fue al garete y con ella las esperanzas de griegos y algunos españoles que, como yo, preferirían estar controlados por ese Leviatán burocrático que parece tener más sentido común que los interesadillos chiquilicuatres que han estado administrando la soberanía los últimos años. Y no digamos la de los griegos. Bendita Europa.

Román Rubio
#roman_rubio
Julio 2005

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