jueves, 24 de septiembre de 2015

NO LUGARES

NO LUGARES

¿Es lo mismo lugar que sitio? ¿Enclave que espacio natural o urbano? ¿O, como dice mi amigo el estoico: “da igual aquí que allá. Todo lo que un hombre necesita es un metro cúbico de aire alrededor de su cabeza para respirar”?

El antropólogo y etnólogo francés Mark Augé (1935) acuñó el término de no-lugar. Los aeropuertos, autopistas o supermercados son lugares de paso, sin valor relacional ni referencias históricas; con connotaciones de transitoriedad, de tránsito de un lugar a otro, escenario de la soledad de los movimientos acelerados de los ciudadanos, que usan el espacio para ir a otro lugar en el que, en este sí, se relacionan con sus semejantes y hacen uso de su condición y estatus. Los no-lugares carecen de carga relacional. En ellos no nos casamos, ni contamos cuentos a nuestros hijos, ni quedamos con amigos, y si lo hacemos es para ir a otro sitio; no nos relacionamos con el espacio, sea natural o urbano, aunque nos pueda proporcionar encuentros casuales, furtivos e inesperados que pueden dar pie a continuar la relación, esta vez en un lugar de verdad. Una característica de los no-lugares es la dificultad (cuando no imposibilidad) de interiorizar sus aspectos o componentes, aunque los arquitectos se empeñen en intentar transmitir personalidad y orden.

Pocos lugares tan espectacularmente anodinos como la plaza Taksim de Estambul. Quién haya estado allí sabrá de qué hablo. Enorme espacio lleno de gente que se afana de un lugar a otro, estación de metro y de autobuses y boca de la concurrida Istiklal Caddesi, acoge un continuo hormiguero de ir y venir en el que uno se ve inevitablemente atrapado en su visita a la ciudad. No importa las veces que vayas. No recordarás nada de la plaza. Ninguna referencia visual ni de otro tipo. Una ciudad que te dejará grabadas en la memoria excepcionales imágenes urbanas de atardeceres, torres, mercados y minaretes logra que su centro neurálgico y lugar más concurrido no deje ninguna huella. La única memoria es la del paso.



Si la plaza Taskim es un hervidero, la Plaça de les Glòries Catalanes, en Barcelona, confluencia de Diagonal, Gran Vía y Meridiana, es un desierto sin proporciones, sin referentes visuales, o mejor dicho, con referentes de vidrio y acero fríos, desangelados y lejanos. Parece estar pensada para que nadie la atraviese. Nunca. El peatón siente en ese otro no-lugar la situación de desamparo y tedio propio de quién ha venido a soportar el solazo sobre la cabeza en verano o el viento, la lluvia y el frío en invierno. Lo mejor que tiene, al contrario que la plaza Jamaa el Fna, de Marrakech, es que en algún momento se llega al otro lado. En la actualidad se encuentra en obras de ajardinamiento y transformación en lo que se convertirá en una de las zonas verdes más grandes de la ciudad, lo que contrasta con el horroroso proyecto que los desarrollistas de los años 60 diseñaron para el enclave.


De las grandes plazas que son no-lugares la más bella que conozco es, sin duda, la Place de La Concorde, en París. De dimensiones demasiado vastas para que tenga sentido al peatón ofrece vistas únicas. Mi favorita (como la de la mayoría) es la panorámica que se tiene desde las Tullerías con los Campos Elíseos al frente, el hotel de Crillon y la Madeleine a la derecha, el puente del Sena y la Asamblea Nacional a la izquierda, y allí, un poco más atrás, la parte superior de la torre Eiffel. En coche, de noche, la entrada a la plaza desde la Rue Royale, dejando Chez Maxim´s a un lado, es sencillamente espectacular. El gran inconveniente es la dificultad de poder apreciarlo mientras se conduce. La rotonda que rodea el obelisco es tan vasta que hace imposible la señalización en el suelo, lo que convierte la conducción en una aventura de resultado incierto. Tanto es así que, como es bien conocido en la ciudad, las aseguradoras no aplican las reglas de prioridad en caso de choque. Cada vehículo paga sus propios daños. En la época revolucionaria se instaló en lo que entonces se llamaba la plaza de Luis XV la más famosa de las guillotinas siendo decapitados en el lugar unos mil doscientos personajes de la época. Las celebrities de la alfombra roja fueron Luis XVI, Mª Antonieta, Madame Du Barry, Dantón y Robespierre, figuras que en fama igualan y aún superan  a Madonna, Paris Hilton, Brad Pitt, Isabel Preisler y Risto Mejide. El nombre devino en Plaza de la Revolución y finalmente, haciendo gala del racionalismo francés, en Plaza de la Concordia. No hay constancia de que, a pesar de la publicidad televisiva anual, se la vaya a denominar Plaza del Tour de France.


La altura de los edificios circundantes y, sobre todo, los luminosos hacen de Times Square un sitio exclusivamente de tránsito, diseñada para expresar la admiración del paleto, apto solo para la foto y quizás para sacar una entrada de musical, pero no para la relación con los otros o el entorno. No conozco a nadie que se haya dejado un jirón de su alma en aquel lugar: demasiado estímulo y movimiento. Lo mismo ocurre con Picadilly: el incesante trasiego del Circus no permite interacción alguna salvo en su parte central, junto a la estatua de Eros que sirvió (sirve) de lugar de encuentro a jóvenes provenientes de lugares menos libres, libertarios y libertinos, función que de modo más relajado proporciona la escalinata de la Plaza de España de Roma.

Hoy va de plazas que son no-lugares. En otra ocasión nos referiremos a los lugares, en los que ocurren cosas. Como dijo Neruda: “Algún día en cualquier parte, en algún lugar, indefectiblemente te encontrarás a ti mismo y esa será la más feliz o la más amarga de tus horas”. No te puedo garantizar que lo sientas en uno u otro sentido, pero apuesto a que esto no ocurrirá en Taksim. Ni en la Plaça de les Glòries. Aunque sean catalanas.

Román Rubio
@roman_rubio
Septiembre 2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario