NO LUGARES
¿Es lo mismo
lugar que sitio? ¿Enclave que espacio natural o urbano? ¿O, como dice mi amigo
el estoico: “da igual aquí que allá. Todo lo que un hombre necesita es un metro
cúbico de aire alrededor de su cabeza para respirar”?
El antropólogo
y etnólogo francés Mark Augé (1935) acuñó el término de no-lugar. Los
aeropuertos, autopistas o supermercados son lugares de paso, sin valor
relacional ni referencias históricas; con connotaciones de transitoriedad, de tránsito de un lugar a otro, escenario de la soledad de los
movimientos acelerados de los ciudadanos, que usan el espacio para ir a otro
lugar en el que, en este sí, se relacionan con sus semejantes y hacen uso de su
condición y estatus. Los no-lugares carecen de carga relacional. En ellos no
nos casamos, ni contamos cuentos a nuestros hijos, ni quedamos con amigos, y si
lo hacemos es para ir a otro sitio; no nos relacionamos con el espacio, sea
natural o urbano, aunque nos pueda proporcionar encuentros casuales, furtivos e
inesperados que pueden dar pie a continuar la relación, esta vez en un lugar de
verdad. Una característica de los no-lugares es la dificultad (cuando no
imposibilidad) de interiorizar sus aspectos o componentes, aunque los
arquitectos se empeñen en intentar transmitir personalidad y orden.
Pocos lugares
tan espectacularmente anodinos como la plaza Taksim de Estambul. Quién haya
estado allí sabrá de qué hablo. Enorme espacio lleno de gente que se afana de
un lugar a otro, estación de metro y de autobuses y boca de la concurrida
Istiklal Caddesi, acoge un continuo hormiguero de ir y venir en el que uno se
ve inevitablemente atrapado en su visita a la ciudad. No importa las veces que
vayas. No recordarás nada de la plaza. Ninguna referencia visual ni de otro
tipo. Una ciudad que te dejará grabadas en la memoria excepcionales imágenes
urbanas de atardeceres, torres, mercados y minaretes logra que su centro
neurálgico y lugar más concurrido no deje ninguna huella. La única memoria es
la del paso.
Si la plaza
Taskim es un hervidero, la Plaça de les Glòries Catalanes, en Barcelona, confluencia de Diagonal, Gran Vía y Meridiana, es un
desierto sin proporciones, sin referentes visuales, o mejor dicho, con
referentes de vidrio y acero fríos, desangelados y lejanos. Parece estar pensada para que nadie la atraviese. Nunca. El peatón siente en ese otro
no-lugar la situación de desamparo y tedio propio de quién ha venido a soportar
el solazo sobre la cabeza en verano o el viento, la lluvia y el frío en
invierno. Lo mejor que tiene, al contrario que la plaza Jamaa el Fna, de
Marrakech, es que en algún momento se llega al otro lado. En la actualidad se
encuentra en obras de ajardinamiento y transformación en lo que se convertirá
en una de las zonas verdes más grandes de la ciudad, lo que contrasta con el horroroso
proyecto que los desarrollistas de los años 60 diseñaron para el enclave.
De las grandes
plazas que son no-lugares la más bella que conozco es, sin duda, la Place de La
Concorde, en París. De dimensiones demasiado vastas para que tenga sentido al
peatón ofrece vistas únicas. Mi favorita (como la de la mayoría) es la
panorámica que se tiene desde las Tullerías con los Campos Elíseos al frente,
el hotel de Crillon y la Madeleine a la derecha, el puente del Sena y la
Asamblea Nacional a la izquierda, y allí, un poco más atrás, la parte superior
de la torre Eiffel. En coche, de noche, la entrada a la plaza desde la Rue
Royale, dejando Chez Maxim´s a un lado, es sencillamente espectacular. El gran
inconveniente es la dificultad de poder apreciarlo mientras se conduce. La
rotonda que rodea el obelisco es tan vasta que hace imposible la señalización
en el suelo, lo que convierte la conducción en una aventura de resultado
incierto. Tanto es así que, como es bien conocido en la ciudad, las
aseguradoras no aplican las reglas de prioridad en caso de choque. Cada
vehículo paga sus propios daños. En la época revolucionaria se instaló en lo
que entonces se llamaba la plaza de Luis XV la más famosa de las guillotinas
siendo decapitados en el lugar unos mil doscientos personajes de la época. Las celebrities de la alfombra roja fueron Luis
XVI, Mª Antonieta, Madame Du Barry, Dantón y Robespierre, figuras que en fama igualan
y aún superan a Madonna, Paris Hilton,
Brad Pitt, Isabel Preisler y Risto Mejide. El nombre devino en Plaza de la
Revolución y finalmente, haciendo gala del racionalismo francés, en Plaza de la
Concordia. No hay constancia de que, a pesar de la publicidad televisiva anual,
se la vaya a denominar Plaza del Tour de France.
La altura de
los edificios circundantes y, sobre todo, los luminosos hacen de Times Square
un sitio exclusivamente de tránsito, diseñada para expresar la admiración del
paleto, apto solo para la foto y quizás para sacar una entrada de musical, pero
no para la relación con los otros o el entorno. No conozco a nadie que se haya
dejado un jirón de su alma en aquel lugar: demasiado estímulo y movimiento. Lo
mismo ocurre con Picadilly: el incesante trasiego del Circus no permite
interacción alguna salvo en su parte central, junto a la estatua de Eros que
sirvió (sirve) de lugar de encuentro a jóvenes provenientes de lugares menos
libres, libertarios y libertinos, función que de modo más relajado proporciona
la escalinata de la Plaza de España de Roma.
Hoy va de plazas
que son no-lugares. En otra ocasión nos referiremos a los lugares, en los que
ocurren cosas. Como dijo Neruda: “Algún día en cualquier parte, en algún lugar,
indefectiblemente te encontrarás a ti mismo y esa será la más feliz o la más
amarga de tus horas”. No te puedo garantizar que lo sientas en uno u otro
sentido, pero apuesto a que esto no ocurrirá en Taksim. Ni en la Plaça de les
Glòries. Aunque sean catalanas.
Román Rubio
@roman_rubio
Septiembre
2015
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