PATRIOTAS
Hanna Arendt
(1906-1975) fue una filósofa alemana de origen judío, nacionalizada
norteamericana en 1951 tras experimentar durante un tiempo el estado de
apátrida. Famosa por su obra Los orígenes
del totalitarismo fue comisionada por la revista The New Yorker en 1961 a cubrir el juicio que se estaba celebrando
en Israel del nazi Adolf Eichmann. La
escritora publicó sus artículos que luego reunió en una obra que llamó Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal,
en la que presentaba al nazi como un individuo corriente, celoso del sentido
del deber, el orden y la disciplina y no como a la esencia y personificación de
la maldad como pretendían los círculos judíos que la presionaron y atacaron por
ello. Cuando se le conminó a cambiar el sentido de sus artículos en base al
amor a su pueblo, el pueblo judío, la filósofa contestó: “Nunca en mi vida he
amado a ningún pueblo ni colectivo, ni al pueblo judío, ni al alemán, ni al
norteamericano, ni a la clase obrera, ni a nada semejante. Solo amo a mis
amigos y el único género de amor que conozco y en el que creo es el amor a las
personas”.
Vivimos uno de
esos momentos en que hay que mostrar impúdicamente el amor a la patria de cada
cual. Hay que afiliarse y hay que exhibir el grado de afiliación de cada uno. Hay que expresar el
amor o desamor a España, a Cataluña, a Cartagena o a la Comunidad Europea. “¿Te
sientes español?” “¿Cuánto?” “¿Mucho o poco?” “¿Más o menos que catalán o
andaluz o vasco?”. Es importante que te pronuncies y es importante que cuantifiques
la intensidad de tu filiación. No sólo es importante saber si te sientes
español, catalán o vasco sino cuánto te sientes. Aquí caben todas las gamas
posibles. Hay quien se siente muy catalán, quien se siente muy español, quien
se siente muy de las dos partes y también los hay quien, como yo, se sienten
muy poco de nada. Por no sentir no sentimos ni los colores. En un partido de
fútbol nos alineamos con Corea del Norte, no porque queramos gozar de
una paranoica y criminal dictadura, que con nuestro Franquito tuvimos
bastante, sino por el hecho de que los jugadores no tienen tatuajes por todo el
cuerpo, claramente no tienen peluquero-estilista personal y son tan humildes
que se dirigen al árbitro –si es que lo hacen- con educación y humildad y piden disculpas al contrario cuando hacen
una falta. ¡Corea campeón!
Para mostrar
el patriotismo, RTVE invita a sus trabajadores a “renovar” el juramento a la
bandera. ¡Venga ya!; con el bochorno con que algunos vivimos el trámite
obligatorio del sometimiento a la bandera, poniendo cara de patriota emocionado
ante la atenta mirada del coronel, ahora que disfrutamos de una sociedad civil
en que uno puede ser o no un patriota sin tener que dar cuentas a nadie, RTVE
nos invita (invita a sus empleados) a pasar otra vez el bochorno. ¿Qué no
quieres lentejas? Toma dos platos.
Y si de
invitaciones se trata, tenemos otra interesante cita. El arzobispo de Valencia,
utielano de origen (o de la comarca) nos cita a una vigilia de recogimiento y
oración “por la unidad de España”. A ver si lo he entendido bien: Dios, que es
omnipotente, omnisciente, infinitamente misericordioso y todo lo ve, está
preocupado porque España permanezca unida. Nosotros, los valencianos vamos a
rezar para pedirle a Dios que España siga siendo una, indivisible e indivisa.
No conozco a Dios. Nunca le he visto, pero por lo que de él me han contado
parece andar más preocupado por cosas como que el cadáver de Aylan Kurdi, de
tres años de edad flote inerte en una playa de Turquía, o que los lesionados de
la Talodomida, con sus extremidades deformes no sean indemnizados por haber presentado la reclamación “fuera de
plazo”; ¡ojalá que sus malformaciones tuvieran el mismo plazo y no les
acompañaran hasta el final de sus días! Ni que en su diócesis, los visionarios
dirigentes celosos de la unidad de España (a quienes el prelado apoyaba sin
pudor alguno) compraran años atrás unas Harley para acompañar al Papa en su
visita a la ciudad, detrayendo el dinero de otras necesidades básicas. No
señor, al dios del utielano le preocupan las banderitas; le interesan asuntos
como el de que España sea un país o siete (pero no la Unión Soviética, que está
mejor desmembrada) y que la liga la gane el Barça, el Madrid o el Celta, cuyos
aficionados parece ser quienes rezan con más fervor este año al dios de Utiel.
Fernando
Trueba, en esta especie de espiral impúdica de patriotismo decidió publicitar
su no españolismo declarando que no se había sentido español ni cinco minutos, que
lo que le hacía sentir algo era la raza humana y confesando medio en broma
medio en serio que la Guerra de la Independencia la debía haber ganado Francia
(lo que quizás habría sido bueno, a la larga). Ni que decir tiene que tan
sinceras opiniones levantaron un enorme griterío de patriotas agraviados,
molestos porque alguien de su tribu se atreviera a confesar semejante blasfemia
y lamentándose de que tan execrable patriota (al fin y al cabo, lo único que ha
hecho por la patria ha sido ganar un óscar a la mejor película de habla no
inglesa, cosa que está al alcance de cualquiera) pudiera haberse alguna vez
beneficiado de algún tipo de ayuda estatal. Los mismos que no ven mal que el
patriota Tejero (que en nombre de la Patria secuestró a gobierno y parlamento)
cobre su pensión del fondo común.
En una ocasión
leí una definición de nacionalismo de Vargas Llosa que anoté y hago mía: “El
nacionalismo es la cultura de los incultos, una entelequia ideológica
construida de manera tan obtusa y primaria como el racismo, que hace de la
pertenencia a una abstracción colectivista –la nación- el valor supremo y la
credencial privilegiada de un individuo.” Totalmente de acuerdo señor Vargas
Llosa. Lo que nunca he llegado a entender es la distinción que usted hace y que
está extendida por todas partes entre nacionalismo y patriotismo; para mí, la
misma cara de la misma moneda.
Roman Rubio
@roman_rubio
Septiembre
2015
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