CARTELES DE
INDEPENDENCIA
He pasado una
semana perdido en el GR 65 (sendero de Gran Recorrido) en algún lugar del
Macizo Central francés, entre Le Puy-en-Velay y Conques. Como los randonneurs -que es como en Francia se
llama a los caminantes o hickers- no
son amigos de la televisión, he estado benditamente desconectado del huracán
informativo de la Diada y el pistoletazo
de salida de la campaña catalana. ¡Qué alivio! También, tengo que decirlo, me
he visto a salvo de las bromas, inquinas, desprecios y ataques de los
anticatalanistas. ¡Otro alivio!
A la vuelta de
mi incursión francesa pasé, eso sí, un día pateando por Barcelona la Bella y
ello fue suficiente para ponerme al día. Como era de esperar, vi cantidad de
banderas, banderolas, insignias, letreros y leyendas alusivas al tema de la
independencia, lo que me llevó a las siguientes reflexiones:
En primer
lugar, me llamó la atención la ausencia de banderas de España. No recuerdo
haber visto en mi largo paseo (de unos doce kilómetros) por los barrios de
Poble Nou, Eixample, Grácia y Sants ni una sola rojigualda. Me pareció ver una
pero estaba enrollada en la barandilla del balcón, con lo que no estoy seguro.
En segundo lugar, no vi banderas en los altos bloques de l’Hospitalet que se
divisan desde la ventanilla del tren. Ni españolas ni catalanas, como si la
independencia no fuera con el extrarradio.
Las banderas
catalanas, por el contrario, gozaban de un promiscuo exhibicionismo en la
capital. Estaba la cuatribarrada clásica, con su mensaje incierto en lo
referente a la independencia. Estaba la cuatribarrada estelada; esta sí que
expresando con claridad las pretensiones y querencias de sus moradores. Había
también otra, muy extendida, con la punta de una flecha en amarillo en la que
se lee: Via Lliure a la República Catalana 11S2015 haciendo referencia,
claramente, a la convocatoria de manifestación de la Diada en la Meridiana
La banderola
tenía una variante, en la que la fecha estaba escrita del modo 27º11’2015” y la
leyenda Ara és l’Hora, refiriéndose
al cambio que habrá de venir tras las elecciones. Había otras muchas con un
mensaje más cuestionable, propagandístico y algo torticero. Sobreimpreso sobre
la estelada venían mensajes del estilo:
INDEPENDÈNCIA ÉS JUSTICIA SOCIAL.
Bueno, no. Independencia no significa justicia social, ni mucho menos. Justicia
social significa que la distribución de la riqueza sea equitativa, minimizando
las diferencias sociales y eliminando al máximo las bolsas de pobreza y exclusión,
y eso, señores no tiene que ver con el tamaño del país ni con la independencia
sino con el consenso social y político que haya para transformar la sociedad y,
la verdad, suponerle esa actitud a CDC es, cuando menos, ilusorio.
INDEPENDÈNCIA
ÉS PROGRÉS. En fin, será progres si impulsa el progreso, si no, no lo será.
INDEPENDÈNCIA ES MÉS TREBALL Y MILLORS PENSIONS: Ahí te quería yo ver, Mercé.
El nivel de renta de Cataluña está por encima de la media española, con lo que
si la escisión se produjera y ésta fuera consensuada, de manera no traumática,
es de suponer que, al no tener que aportar fondos que faciliten el desarrollo
de los otros, a medio y largo plazo aumentaría la riqueza, lo que podría
repercutir en mejores condiciones. Ahora bien: ¿por qué no escindir Barcelona
de Cataluña? Siendo Barcelona más rica que las otras comarcas, y mucho más que
su cinturón industrial se podría pedir la independencia de la ciudad y ser aún
más ricos. Lo mismo podría hacer Madrid o Londres. En el caso londinense, la
City, el distrito financiero, que aporta el 10% del PIB de la Gran Bretaña
podría reclamar la segregación de la propia ciudad y de este modo, disfrutar
del nivel de renta más alto del mundo…y el que sea pobre, allá él; ¡Que se joda!, que diría la Fabra.
INDEPENDÉNCIA ÉS FUTUR: Ahí estoy cien por cien de acuerdo. Bueno o
malo, es harina de otro costal.
La
independencia es seductora en tanto que la permanencia es aburrida. ¿Quién en
su sano juicio preferiría seguir en el barco de Rajoy cuando le invitan a subir
al crucero de la independencia? ¿Quién querría ir en el barco de Rajoy si
hubiera otro cualquiera disponible en el Club Náutico? De modo que la bonita
historia de la independencia se vende
sin pudor alguno.
George Brown
fue un político británico laborista de los años sesenta. Izquierdista, de origen
humilde, creció en un piso de propiedad municipal y llegó a todo en la política
británica excepto a Primer Ministro. Fue Ministro de Economía y de Asuntos
Exteriores con Harold Wilson y recibió título de Lord al final de su carrera. Y
también era un gran bebedor. En las múltiples recepciones y cócteles era un
peligro. No se sabía por dónde iba a salir el ministro con acceso ilimitado al
trago.
En una
ocasión, en un acto formal en Suramérica, y tras un número indeterminado de
copas sacó a bailar a una atractiva figura con faldones morados y obtuvo la
siguiente respuesta: “no voy a bailar con usted por tres razones: la primera es
que esto no es un vals sino el himno nacional del Perú, la segunda es que está
usted borracho y la tercera es que soy el arzobispo de Lima”.
Claro, la
archiconocida anécdota es falsa. Nadie la escuchó de primera mano y además, no
figura en la agenda del ministro visita alguna a Suramérica en las fechas en
que se le atribuye, pero ¿qué más da? ¿Por qué habría de echar a perder la realidad una historia tan redonda, con arzobispo y todo?
Falta Rajoy, que, por cierto, vestido de arzobispo no quedaría nada mal.
Román Rubio
@roman_rubio
Septiembre
2015
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