CARNE ROJA
Es
sorprendente la cantidad de material ingenioso que corre por las redes sociales
ante cualquier novedad. Cada noticia genera cantidades ingentes de chistes y
montajes, algunos de ellos divertidos y ocurrentes. Esta última semana el tema ha
sido la carne: la procesada (salchichas, hamburguesas, chorizos…) y la roja (solomillo,
entrecot y chuletón). Mi chiste favorito ha sido el del amigo que ha creado una
empresa de reciclaje y se ofrece a retirar gratuitamente los jamones,
chuletones, solomillos y otros perniciosos agentes cancerígenos para su
destrucción. La empresa de mi amigo está esperando que otro lince de la
Universidad de Carolina o Minnesota lleve a cabo otro estudio que pruebe el
efecto dañino del marisco para, también, retirarlo graciosamente y sin coste. Todo
por tu salud. Estupendo.
Y es que,
parece que no tenemos asimilada la idea de que todo mata. El hecho de respirar,
la propia injerencia de oxígeno coadyuva a la oxigenación de las células y
también a la oxidación de las mismas y por tanto, al envejecimiento,
prolegómeno suficiente, que no necesario, de la muerte. ¿No quieres envejecer?
No respires; así, además de no oxidarte te mueres y tienes la garantía de no favorecer
el envejecimiento.
Ahora le ha
tocado a la carne pero quienes tenemos cierta edad hemos visto la caída y, en
algunos casos, el rescate de algunos otros alimentos. Por ejemplo, en mi niñez,
el pescado azul y el aceite (sí, sí: el portentoso aceite de oliva, el oro
líquido de Arguiñano) eran prohibidos en la dieta de cualquier enfermo o
persona en convalescencia. El médico recomendaba pescado blanco y carne roja a
la plancha junto con arroz blanco, pan tostado y tortilla francesa. Para las
mujeres criando, caldo de gallina. Por fortuna el aceite ha sido rescatado del país de los proscritos
y trasladado al Olimpo, en compañía de los dioses.
Digamos que no
sólo se le ha perdonado sino que se le ha dado - junto al vino tinto tomado con
moderación- un estatus de ciudadano fuera de toda sospecha. El pescado azul,
gracias al contenido de ciertas grasas conocidas como Omega 3 también ha sido
rescatado del, sin duda, inmerecido estatus de agente pernicioso y elevado al
altar de los alimentos buenos. Bienvenidos sean. Pero ¿qué ha ocurrido con la
desgraciada mantequilla? De igual modo se la condenó a la ignominia de los
alimentos perniciosos y todavía no se la ha concedido el beneficio del perdón.
Ni siquiera se ha visto sometida a un juicio justo y con garantías. ¿Qué hace
la ONG Amnistía Internacional de los Alimentos que no se ha ocupado de
denunciar la injusticia que se lleva a cabo con el noble alimento y pide que se
revise el proceso? Soy de los que nunca se creyó que un productillo seminoble
si no innoble como la margarina fuera alimento superior a la denostada
mantequilla. Nunca. Esperemos pues el estudio que oficialice lo que ya sabemos.
Y de paso, el que ponga a la cerveza en el puesto que le corresponde como
enorme benefactor de la humanidad.
En realidad ya
lo sabemos. Me refiero a lo que es bueno y malo y regular y lo buenísimo a
veces pero no siempre. Por ejemplo: fumar es malo. Siempre lo hemos sabido. La
argumentación de los procesos contra las tabaqueras basada en el hecho de la
ignorancia de los efectos nocivos debido a la actitud de ocultación de la
industria me ha parecido siempre una falacia. Es sabido desde siempre: usted
fuma, pues tose y respira mal y los pulmones (o los bronquios) se vuelven
negruzcos y enferman. No hace falta ser un lince. Otros alimentos, o
condimentos, o bebidas alcohólicas son buenas o malas o inocuas dependiendo de
la cantidad: el vino es buenísimo hasta que a partir de un número indeterminado
de vasos deja de serlo, igual que la cerveza o el orujo. Otros son inocuos
dependiendo de la cantidad, como la sal, la pimienta y, en cierto modo, el
azúcar. No alimentan pero tampoco ocasionan un perjuicio claro. Dan sabor y por
eso los llamamos condimentos.
En la España
rural, de la que procedemos aunque algunos por su juventud no lo tengan claro y
otros por voluntaria desmemoria tampoco, la base de las proteínas era el cerdo
que anualmente se sacrificaba en cada casa, que se “procesaba” en su totalidad
y que habría de proporcionar carne para todo el año; eso y la ocasional
aportación de la gallina o conejo de domingos y fiestas de guardar y las
sardinas de cuba y el bacalao salado que en muchos pueblos del interior
constituían la única aportación del mar a la dieta. Con ello, pescado fresco en
la costa, el gazpacho o salmorejo y las sopas de ajo sobrevivió un pueblo que
se ha puesto en el pelotón de cabeza de la esperanza de vida mundial, gracias, fundamentalmente,
a tres factores: que la comida, en cantidad suficiente, ha llegado a “toda” la
población, que el Servicio de Salud ha llegado a “toda” la población y que el
estilo de vida –el clima y las costumbres sociales- es uno de los más
equilibrados del mundo.
Por lo demás,
no hay que apurarse: ya rescatarán el jamón y el salchichón estudios
posteriores. Sin duda alguna. Al fin y al cabo, el método científico no hace
más que - por medio de pruebas, observaciones y/o mediciones- confirmar o
refutar las hipótesis que previamente habíamos establecido por medio de la
observación; y todos los observadores y también los observantes están de
acuerdo en que el jamón es bueno; y el salchichón también. Y el aceite de oliva
y la cerveza. Y la mantequilla… ¡Viva el
vino!
Román Rubio
@roman_rubio
Noviembre 2015
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