NÚMEROS
Hace poco lo
leí en un periódico: las personas que tienen un perro como mascota tienen un
4.5% menos probabilidades de morir (de afección cardiaca) que las que no lo
tienen. Sí, ya sé; son noticias de relleno, en las que un redactor sin faena y
a punto de escribir sobre el monstruo del lago Ness encuentra el titular de un
estudio de la Universidad de Minessota o Colorado y hace, como yo hoy, su
artículo, tratando de enganchar al incauto y ocioso lector.
Pues no, señor
redactor. Todos tenemos exactamente las mismas probabilidades de morir, sea por
afección cardíaca o de otra índole y ascienden al cien por cien. Da igual que
tengas o no tengas perro. Es lo que tiene este negocio: “no hay viejo que no
pueda vivir un año más ni joven que no pueda morir al día siguiente”. Admitamos
que, pese a la innegociable certeza de la afirmación anterior, existen las
probabilidades. Es “más probable” que muera alguien que tenga 87 años que lo
haga alguien que tiene 18 y es “más probable” que muera un soldado en el frente
que otro en la retaguardia, pero volvamos al punto inicial. La tesis del
artículo era que la persona que tiene un perro se ve en la obligación de
sacarlo a pasear un par de veces al día, lo que le fuerza a hacer ejercicio (asumiendo
que el que no está obligado no lo hace).
Vale, imaginemos un mundo en que quien
tiene perro hace ejercicio y quien no tiene perro no, que ya es imaginar. Me
pregunto dónde están los perros de todos los que veo correr en la maratón, la
10k, la San Silvestre, el triatlón y la Volta a Peu de mi ciudad, pero ¿qué
quiere decir que quienes no tenemos perro tenemos un 4.5 más de probabilidades
de morir? ¿Se refiere a un 4.5 “por cien”? ¿Tengo yo, a mi edad, un 4.5% más de probabilidades de morir
de un ataque al corazón que mi vecino de 18 años y con perro?, ¿y mi vecina de 85 años del perrito de aguas
blanco tiene un 4.5% menos probabilidades de morir que yo? ¡Eso sí que es un
golpe bajo! Con estos hondos pensamientos andaba yo el otro día cuando pisé la
enorme deposición de lo que debía ser un elefante con hocico en lugar de trompa
y que se encontraba allí (la deposición, no el elefante), en medio de la acera.
No sé nada de su dueño. No lo vi pero le vaticiné una muerte con un 100% de
probabilidades en un plazo de, digamos, media hora escasa. ¡Ojalá fuese
atendida mi plegaria!
Esa misma
noche, y ya en casa, con limpias pantuflas que no han conocido can alguno ni de
cerca ni de lejos, vi en televisión a una mujer que era directora de una de las
agencias de estudios sociológicos más importantes de este país y le escuché aventurar
otra cifra que me resultó sorprendente, si no escandalosa. Según la importante
mujer cuyo nombre no recuerdo, el 53% de los españoles, con esto de la crisis,
sienten que han bajado de clase social. ¡Ojo!, no dijo que se sintieran más
pobres que sus progenitores, cosa que comparto, o más pobres que hace unos
años, cosa que también comparto, no. El 53% de los españoles, según la directora
de la importante agencia sentían que habían “descendido de clase social”. ¿Y
cuántas clases sociales existen según la directora? -me hubiese gustado
preguntarle-. ¿Tres: alta, media y baja? ¿Cuatro: alta, media, trabajadora e
indigente? Supongamos que sean tres para
los parámetros de la agencia de estudios sociales: alta, media y baja. Si
dentro de la baja (o trabajadora) se encontrara, digamos, el 40% de la
población, y puesto que ya no tienen un escalón al que bajar, implicaría que la
práctica totalidad de la clase media se considera baja en el momento actual y
la clase alta toda media, dejando el lugar del podio para el uso exclusivo de
Amancio Ortega e Isabel Preysler, a los que malas lenguas ya ven juntos en un
futuro próximo.
O bien que para la agencia, el sistema de
clases (tan denostado por los liberales) sea tan sofisticado como siempre lo ha
sido en la sociedad británica. En cierta ocasión leí al periodista Toby Young
encuadrar al alcalde de Londres Boris Johnson dentro de la “lower- upper- middle class” (la parte
baja de la clase media-alta). Claro, así sí. Con esos parámetros no me extraña
que se suban y se bajen escalones. Nadie como los ingleses para los matices en
las clases sociales y los acentos.
¡Ay, los
números! Presumen de ser exactos excepto cuando miden intereses. Lo que para los
Mossos d’Esquadra son ochocientos mil, son veintidós mil quinientos para la
Policía Nacional; cuando los sindicatos computan cuarenta mil, son tres o
cuatro mil para la Policía Local…del PP. En el invierno de 2003 se produjo la
ilegal y torpe invasión de Irak por el incapaz George Bush Jr y sus inanes
secuaces. La opinión pública en Europa estaba entre un 75 y un 90 por cien en
contra de la fechoría, lo que provocó que millones de personas se manifestaran
en todas las ciudades. Para Aznar no fueron, en absoluto, mayoritarias. Y tenía
razón: si había cinco millones manifestándose en las calles quiere decir que
los otros 41 millones apoyaban la invasión. Inapelable.
A todo esto,
el artículo de hoy iba a ser del baile de números del último sondeo previo a
las elecciones pero me he alargado demasiado en los prolegómenos y me temo que no habrá ocasión de hablar de ello ya que a
partir del lunes tendremos resultados que invalidan las hipótesis y ya sólo
quedará un número sobre el que elucubrar: el del gordo.
Román Rubio
@roman_rubio
Diciembre 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario