jueves, 17 de diciembre de 2015

NÚMEROS

NÚMEROS
Hace poco lo leí en un periódico: las personas que tienen un perro como mascota tienen un 4.5% menos probabilidades de morir (de afección cardiaca) que las que no lo tienen. Sí, ya sé; son noticias de relleno, en las que un redactor sin faena y a punto de escribir sobre el monstruo del lago Ness encuentra el titular de un estudio de la Universidad de Minessota o Colorado y hace, como yo hoy, su artículo, tratando de enganchar al incauto y ocioso lector.






Pues no, señor redactor. Todos tenemos exactamente las mismas probabilidades de morir, sea por afección cardíaca o de otra índole y ascienden al cien por cien. Da igual que tengas o no tengas perro. Es lo que tiene este negocio: “no hay viejo que no pueda vivir un año más ni joven que no pueda morir al día siguiente”. Admitamos que, pese a la innegociable certeza de la afirmación anterior, existen las probabilidades. Es “más probable” que muera alguien que tenga 87 años que lo haga alguien que tiene 18 y es “más probable” que muera un soldado en el frente que otro en la retaguardia, pero volvamos al punto inicial. La tesis del artículo era que la persona que tiene un perro se ve en la obligación de sacarlo a pasear un par de veces al día, lo que le fuerza a hacer ejercicio (asumiendo que el que no está obligado no lo hace). 

Vale, imaginemos un mundo en que quien tiene perro hace ejercicio y quien no tiene perro no, que ya es imaginar. Me pregunto dónde están los perros de todos los que veo correr en la maratón, la 10k, la San Silvestre, el triatlón y la Volta a Peu de mi ciudad, pero ¿qué quiere decir que quienes no tenemos perro tenemos un 4.5 más de probabilidades de morir? ¿Se refiere a un 4.5 “por cien”? ¿Tengo yo, a mi  edad, un 4.5% más de probabilidades de morir de un ataque al corazón que mi vecino de 18 años y con perro?, ¿y  mi vecina de 85 años del perrito de aguas blanco tiene un 4.5% menos probabilidades de morir que yo? ¡Eso sí que es un golpe bajo! Con estos hondos pensamientos andaba yo el otro día cuando pisé la enorme deposición de lo que debía ser un elefante con hocico en lugar de trompa y que se encontraba allí (la deposición, no el elefante), en medio de la acera. No sé nada de su dueño. No lo vi pero le vaticiné una muerte con un 100% de probabilidades en un plazo de, digamos, media hora escasa. ¡Ojalá fuese atendida mi plegaria!




Esa misma noche, y ya en casa, con limpias pantuflas que no han conocido can alguno ni de cerca ni de lejos, vi en televisión a una mujer que era directora de una de las agencias de estudios sociológicos más importantes de este país y le escuché aventurar otra cifra que me resultó sorprendente, si no escandalosa. Según la importante mujer cuyo nombre no recuerdo, el 53% de los españoles, con esto de la crisis, sienten que han bajado de clase social. ¡Ojo!, no dijo que se sintieran más pobres que sus progenitores, cosa que comparto, o más pobres que hace unos años, cosa que también comparto, no. El 53% de los españoles, según la directora de la importante agencia sentían que habían “descendido de clase social”. ¿Y cuántas clases sociales existen según la directora? -me hubiese gustado preguntarle-. ¿Tres: alta, media y baja? ¿Cuatro: alta, media, trabajadora e indigente?  Supongamos que sean tres para los parámetros de la agencia de estudios sociales: alta, media y baja. Si dentro de la baja (o trabajadora) se encontrara, digamos, el 40% de la población, y puesto que ya no tienen un escalón al que bajar, implicaría que la práctica totalidad de la clase media se considera baja en el momento actual y la clase alta toda media, dejando el lugar del podio para el uso exclusivo de Amancio Ortega e Isabel Preysler, a los que malas lenguas ya ven juntos en un futuro próximo.


 O bien que para la agencia, el sistema de clases (tan denostado por los liberales) sea tan sofisticado como siempre lo ha sido en la sociedad británica. En cierta ocasión leí al periodista Toby Young encuadrar al alcalde de Londres Boris Johnson dentro de la “lower- upper- middle class” (la parte baja de la clase media-alta). Claro, así sí. Con esos parámetros no me extraña que se suban y se bajen escalones. Nadie como los ingleses para los matices en las clases sociales y los acentos.

¡Ay, los números! Presumen de ser exactos excepto cuando miden intereses. Lo que para los Mossos d’Esquadra son ochocientos mil, son veintidós mil quinientos para la Policía Nacional; cuando los sindicatos computan cuarenta mil, son tres o cuatro mil para la Policía Local…del PP. En el invierno de 2003 se produjo la ilegal y torpe invasión de Irak por el incapaz George Bush Jr y sus inanes secuaces. La opinión pública en Europa estaba entre un 75 y un 90 por cien en contra de la fechoría, lo que provocó que millones de personas se manifestaran en todas las ciudades. Para Aznar no fueron, en absoluto, mayoritarias. Y tenía razón: si había cinco millones manifestándose en las calles quiere decir que los otros 41 millones apoyaban la invasión. Inapelable.

A todo esto, el artículo de hoy iba a ser del baile de números del último sondeo previo a las elecciones pero me he alargado demasiado en los prolegómenos y me temo que  no habrá ocasión de hablar de ello ya que a partir del lunes tendremos resultados que invalidan las hipótesis y ya sólo quedará un número sobre el que elucubrar: el del gordo.


Román Rubio
@roman_rubio
Diciembre 2015 



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