VEXILOLOGÍA
No sabía ni que existía la palabra, la acabo de
descubrir. Se trata de la ciencia o disciplina sobre las banderas, algo situado
entre la historia y la semiótica y que me imagino imbricada dentro de la
heráldica que se ocupa de escudos y blasones, que viene a ser casi lo mismo. Lo
cierto es que la vexilología, como tal, es relativamente moderna. Apareció la
palabra vexillology en 1957 usada por
un tal Withney Smith profesor de ciencias políticas en la Universidad de Boston
y pronto fue adoptada por la RAE en su forma españolizada. En la actualidad hay
sociedades vexilológicas por todo el mundo, con sus congresos mundiales
bianuales para tratar el apasionante tema de las banderas, sus formas, temas y
colores. El hecho de que haya personas de distintas partes del globo que vuelen
largas horas a lugares como San Antonio (California) o Melbourne (Australia) para asistir a ponencias y encuentros para
hablar de banderas es, para mí, un misterio mayor que el de la Santísima
Trinidad. Es más, sospecho que el único objetivo de los participantes es
largarse unos días de casa a algún lugar remoto. Los veo diciéndoles a la
mujer: “Cariño, tengo que ir a Honololú a tomar parte en un interesantísimo
debate sobre banderas farpadas en forma de corneta, ¿qué quieres que te
traiga?” ¿Se imaginan el contenido de las ponencias?: “El pendón y el gallardete trapezoidal en los ejércitos napoleónicos”, por el profesor Delacroix de Paris -Nanterre, o “el color amarillo y la lucha de clases en
países del África oriental” por Hans Krüger, profesor de teoría marxista de
la Universidad de Leipzig. Cosas así.
Mi súbito
interés por tan peculiar disciplina viene dado por un par de noticias o
comentarios que oí hace poco en un programa de radio de la BBC World Service.
La primera fue escuchar a alguien decir que la bandera de Nigeria era
“aburrida”. “Verde, blanco y verde, con tres franjas verticales. “Aburrida
hasta el bostezo”, fueron sus palabras aproximadas. Indagué sobre de la bandera
nigeriana y descubrí que fue diseñada
por el estudiante Michael Akinkummi en 1959 y, tras ganar una competición o
concurso, fue adoptada como bandera nacional
en 1960, seguido a la independencia de Nigeria del Reino Unido. Nunca se me
habría ocurrido tachar a una bandera de “aburrida” pero hay que convenir que
una con una franja blanca vertical entre
dos franjas iguales verdes sea la ganadora de un concurso a nivel nacional huele
raro. Me hace preguntarme como serían las otras, o que grado de parentesco
tenía el estudiante Akinkummi con el presidente del jurado.
El contexto de
la noticia era el proceso en el que se ha envuelto Nueva Zelanda para cambiar
su actual bandera, con reminiscencias coloniales británicas para muchos y
demasiado similar a la de Australia para todos.
El resultado
del concurso nacional al que se presentaron 12.929 diseños fue la selección de
cuatro finalistas que se están siendo sometidos a votación por correo. De ellos
saldrá uno que competirá el año próximo con la actual bandera en referéndum para,
si gana, convertirse en la nueva insignia del país.
Tres de los
diseños tienen como tema principal el helecho de plata (Silver Fern) –dos de ellos incluyen, además, las cuatro estrellas
de la Cruz del Sur- El cuarto diseño muestra un símbolo maorí curvilíneo, el koru, que es figura clave en el arte y
los tatuajes de esa etnia.
Si bien muchas
banderas se basan en franjas de colores con interpretación previsible -el rojo
simboliza la sangre, el amarillo el oro, el verde la feracidad del terreno, el
blanco (o el negro, según conveniencia) la unidad de sus pueblos…- las hay que
gozan de una rotundidad simbólica innegable, son favoritas de los (que Dios les
perdone) vexilólogos y de la mayoría de los mortales y entre todas ellas destaca
por sus brillante diseño, la Reina de las Banderas: la de Canadá: The Maple
Leaf (la hoja de arce)
La insignia,
que en la jerga de los heráldicos y vexilólogos “ha sido blasonada como “de
gules en un palo en argén a la hoja de arce del primero” (hay que ganarse el
estatus de especialista de alguna manera), reúne todas las buenas cualidades de
una bandera: es simple y memorizable al primer vistazo, usa sólo dos colores
(si el blanco es un color), es reconocible a primera vista y se asocia sin
género de dudas al país que representa. Los colores, rojo del pabellón inglés y
blanco del francés aluden a la historia y los orígenes. Y sin embargo, siendo
la bandera más glosada por especialistas
y diletantes no consigue envolver a todos sus habitantes y erradicar las
tensiones secesionistas que vive el país. ¡Lo que son las cosas!
Otras banderas
similares a la canadiense son las de
Suiza, Japón y Turquía, también con mucho carácter y con el rojo y el blanco
como elementos, siendo la japonesa la esencia de lo esquemático: un punto rojo
en fondo blanco.
Las banderas
del Reino Unido (Union Jack) y Estados Unidos (Stripes and Stars o Star
Sprangled Banner, que de ambas formas se la conoce) son también grandes insignias,
reconocibles y reconocidas, tanto por el
poder de su diseño como por su presencia en todos los rincones del globo.
Las insignias
nacionales son un producto de márquetin diseñadas para albergar emociones por
las que matar y morir, aunque los orígenes carezcan de la épica que se les
quiere dar. Tomemos la española: la rojigualda. En la escuela se nos habló
de sangre y oro; la sangre vertida por
la unidad y el oro que los malos españoles se llevaron a Moscú. La realidad es
otra. Fue establecida en 1785 por Carlos III en Decreto Real, tras un concurso
con doce propuestas. El motivo principal para la elección de los colores fue…
la visibilidad. Los barcos de guerra debían ser vistos y reconocidos en la
distancia con facilidad, con y sin viento. Dice el Decreto:
Para
evitar los inconvenientes y perjuicios que ha hecho ver la experiencia puede
ocasionar la Bandera Nacional de que usa Mi Armada Naval y demás Embarcaciones
Españolas, equivocándose a largas distancias ó con vientos calmosos con la de
otras Naciones, he resuelto que en adelante usen mis Buques de guerra de
Bandera dividida a lo largo en tres listas, de las cuales la alta y la baja
sean encarnadas y del ancho cada una de la cuarta parte del total, y la de
enmedio, amarilla, colocándose en ésta…
Lo que debería
hacer reflexionar a quienes invitan a matar y morir por el trapito.
Y si de
trapitos se trata, voy a elegir el mío. Tras verme las banderas de los países
del mundo elijo como favorita la de Suazilandia. Sí, ya sé: incumple las dos
primeras reglas del diseño; utiliza más de dos (o tres) colores y no es quizás
lo suficientemente esquemática, pero no me digan que no queda estupenda con su
escudo y sus lanzas que simbolizan las luchas que forjaron la nación y ese
blanco y negro en el escudo que representa la unión de las razas. Estupendo.
Otra cosa
sería el pasaporte. Si tuviera que elegir, les aseguro que la elección no
tendría nada que ver con la bandera.
Román Rubio
@roman_rubio
Diciembre 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario