lunes, 28 de marzo de 2016

NO ME PISEN EL CALLO

NO ME PISEN EL CALLO





Lo dicho. Por una razón o por otra, un buen número de mis artículos van a denunciar tormentas en vasos de agua. Ya se trate del atuendo de los Reyes Magos, las figuritas de los semáforos o las declaraciones de cualquier correveidile del vodevil nacional, provocan un vocerío de indignación en una plebe irascible y malhumorada que parece pasar el día (a falta de mejores cosas que hacer) mesándose los cabellos y rasgándose las vestiduras de manera farisea ante cualquier “quítame allá esa pajas”. ¿Qué es un español? Según el antiguo diccionario de la RAFE (Real Academia Facha de la Lengua) que tengo en casa, en su primera acepción es un individuo que está permanente estudiando inglés. Yo lo rectificaría: cambiaría “aprendiendo” por “matriculándose”, pero eso es cosa de los académicos. Claramente esta acepción tendrá que ser pronto eliminada del diccionario habida cuenta de la cantidad de jóvenes que gracias a la avidez y codicia de sus papás y abuelitos están recorriendo el mundo a lo ancho y a lo largo con una decisión y solvencia que (de tener dignidad) haría sonrojar a la generación anterior.

La segunda acepción de la palabra “español” es absolutamente vigente: “persona a la que, de manera continua y premeditada, le están  pisando permanentemente el callo del pie derecho”, dice mi valioso diccionario.
¿A que sí? ¿A que están de acuerdo con la definición? ¿Quién si no se pasa el día al volante del coche haciendo sonar el claxon amenazadoramente ante cualquier otro compatriota que se permita dudar una décima de segundo sobre la dirección a tomar? ¿Quién si no el españolito es capaz de llamar burro, ladrón, gilipollas y subnormal a cualquier “arbritucho” que se digne a pitar algo  en contra del equipo de su hijo, o de su alma?

¿Es  mala persona, es maledicente y cruel pues, el español? En absoluto. Ese mismo energúmeno que pita amenazadoramente e insulta al árbitro nada más saltar al campo con la pretensión  de arbitrar a su hijo de forma imparcial forma parte de un pueblo solidario que, por poner un ejemplo, está  a la cabeza de donación de órganos en el mundo. Es sólo que están continuamente pisándole el callo del pie, y así, cualquiera tiene mal genio.

Según el periódico de no sé qué día de la semana pasada, el escritor Pérez Reverte “la vuelve a liar en Twitter”. Dios santo: ¿qué habrá dicho? Lo busco con expectación y me encuentro con un mensaje en forma de tweet que dice: “los yihadistas deben de estar acojonados por las florecitas, las velitas y nuestro enérgico “todos somos Bruselas”. Y hasta la próxima”. Y eso era todo. No maldice el cristianismo, ni el islam ni declara él mismo la yihad o la Cruzada, no. Sólo insinúa delicada y vagamente, como si de una Hermanita de la Caridad se tratara, que las medidas antiyihad deberían ser más contundentes. Tan simple como eso. Ante este tipo de eventos, sabemos por experiencia que hay dos posturas: una, garantista de las libertades y por tanto más prudente en sus medidas de seguridad y otra, celosa de la seguridad, con medidas más enérgicas y radicales. Pérez Reverte está en una posición. Otros están en otra. Punto. ¿Por qué tienen estas declaraciones que pisar el callo de tantos españolitos?

Otra trivialidad: el amigo Piqué. ¡Hay, el amigo Piqué! ¡Cuánto dará que hablar este muchacho! Ya no se conforma con haberse casado con estrella internacional del espectáculo y declarar su preferencia por el referéndum catalán, no. No se conforma con ser el objeto de las pitadas en todos los campos que pisa (fuera de Cataluña, claro). Ahora ha conseguido que todos nos familiaricemos con una app, red social, entorno digital, o lo que diablos sea que se llama Periscope, y que, por lo que yo sé, no es sino una plataforma en dónde colgar vídeos caseros en tiempo real (lo que quiera que esto signifique). En la época en que los famosos de toda índole establecen canales de comunicación con sus seguidores vía redes sociales tipo Facebook o Twitter el hecho de que Piqué cuelgue vídeos de trivialidades y los ponga a disposición de sus seguidores parece algo inaceptable para los encallecidos pies derechos de los malhumorados españoles. En fin, para aquellos que no hayan visto aún los afamados “Periscope” de Piqué les recomiendo que no lo hagan. Son infumables. El hecho de que  alguien sea capaz de aguantar siete minutos de bromitas y sandeces del muchacho con sus colegas en un avión, con una realización infame debe de ser porque  es muy, pero que muy culé,  ama al chico de manera incondicional o  tiene un conato de debilidad mental. Yo, que creo no pertenecer a ninguno de los tres grupos, lo intenté y no aguanté más de minuto y medio. ¡Ah! Y para algunos locutores de la radio nacional: si nos atenemos a la fonética inglesa o francesa, la última “e” de Periscope es muda.

Román Rubio

Marzo 2016 















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