Y LOS ESPÍAS…
ESPÍAN
He estado
ausente unos días con motivo de un viaje al frío Reino de Thul, en donde reina Sigrid, novia del Capitán Trueno y amiga
de nuestros amigos Goliat y Crispín de
manera justa, austera y próspera (no como en otros lugares). Entretanto el mundo ha
seguido con sus rutinas y sus sorpresas. Los valencianos quemaban sus ruidosas y coloridas fallas, los políticos
seguía jugando al cache-cache,
rizando el rizo de la insoportable vacuidad del bla-bla-bla y unos descerebrados islamistas hicieron su masacre,
inmolación incluida, esta vez en Bruselas. Difícil tema, el de acabar con unos
terroristas dispuestos a morir matando indiscriminadamente. Me temo que nos
tendremos que acostumbrar a vivir con ello. Poco hay de nuevo bajo el sol.
Siguiendo mi
estilo, no me referiré a estos temas que ocupan las primeras páginas de los
periódicos y consumen el tiempo televisivo. Hagamos un paréntesis temporal para
retroceder al domingo 13 de Marzo en que la periodista Ana Pastor presentó en
su programa de la Sexta una entrevista semiclandestina (a lo Sean Penn) desde
Moscú con el exespía, revelador de modos y modas de los Servicios Secretos
Americanos de Información (sinónimo de espionaje), traidor a la causa Edward
Snowden, lo que resucitó en la opinión pública la indignación y la sorpresa por
la revelación inaceptable de que los espías… espían. ¿Y qué iban a hacer si
no?, ¿vender aspiradoras, como el protagonista de la estupenda novela de Graham
Green “Nuestro hombre en La Habana”? ¿Cuál se supone que es la función del CNI,
el Mosad, la CIA, el MI6 y todos los organismos similares con que se dotan los
estados? ¿Por qué los espacios de las Embajadas son inviolables como lo ha sido
siempre la documentación que viaja en valija diplomática?
Snowden nos
habla de la enorme cantidad de información que recopilan las agencias
norteamericanas en todo el mundo, nos habla de metadatos –resultado del
análisis de los datos-, de la facilidad y el bajo coste de obtenerlos y
reflexiona sobre el hecho de que la vigilancia extensiva no es un instrumento
de seguridad sino de poder, algo que,
por otra parte, ya sabíamos o sospechábamos. El americano vive en Rusia en una
situación precaria, aunque privilegiada si la comparamos con su compañero de
fatigas, el australiano Julian Assange que no sólo habló del modus operandi
sino que filtró cantidades ingentes de documentos con el affair wikileaks. El ex agente de la CIA entró a uno de los aeropuertos de Moscú y pasó
un tiempo en tierra de nadie. Putin se negó a extraditarlo a los EEUU por no
haber convenio de extradición entre los países, lo que es una bendición para el
americano que tendría en su país un futuro muy, muy negro: James Woolsey, ex
director de la CIA quiere verlo colgado, con una soga al cuello…y como él,
muchos más.
En el Imperial
War Museum de Londres hay una estupenda sala dedicada a los espías: a los de
siempre; a los de libretita de códigos para cifrar, prismáticos, puñal
camuflado en bolígrafo, ampolla de cianuro para caso extremo de captura y
cámara en el reloj; a los que andaban por ahí anotando entradas y salidas de
barcos en los puertos, movimientos de tropas, contacto con la resistencia, situación
de los cuarteles y puntos estratégicos. A esos les llamábamos espías: unos
tenían glamour y licencia para matar
como 007, otros, como Philby, condecorado por el mismo Franco, se convirtieron
en espías dobles y hasta triples, según opinión
de Stalin, que nunca confió en él. Los había ejecutores, como Ramón Mercader, y
bailarinas, como Mata Hari. Hoy en día, en la época digital, los servicios de
espionaje se dedican fundamentalmente al análisis de los datos que viajan por
el ciberespacio.
La situación
es conocida: cada cual espía a quien puede. Algunos países pueden mucho y
espían mucho, como el Reino Unido; otros,
como España, pueden menos y espían
menos y otros, como Mali o Bután pueden muy poco o nada y espían lo propio: muy
poco o nada. Y luego está EEUU que todo lo puede tecnológica y militarmente y
espía mucho a todos los demás y se produce esa curiosa situación que es la de
rasgarse las vestiduras ante lo obvio. Merckel, Holande y todos tienen que
escenificar un enfado para la galería que es la opinión pública de sus
respectivos países; bueno, todos no; está Rajoy, el taimado Rajoy que no ve
necesidad de hacerlo. “¿Acaso no espiamos nosotros al Presidente de Guinea
Ecuatorial y en Marruecos hacemos lo que podemos? ¿Por qué escandalizarnos por
un pinchazo de teléfono? Además, para lo que tienen que oir…
Les pondré un
ejemplo: En este blog suelo consultar semanalmente el número de visitas. La
mayoría son de España seguida de los Estados Unidos y de otros países europeos
y latinoamericanos, aunque hay también visitas (escasas) de lugares como
Indonesia o Kazajstan. En una ocasión en que mencioné el régimen cubano en uno
de mis artículos tuve dos visitas de… ¿adivinan de dónde? Exacto: de Cuba.
Seamos realistas: ¿quién puede estar interesado en mis artículos en un país en
el que Internet está restringido, es caro y lo usan un número ridículo de
personas? Se me ocurren muchos otros temas de mayor interés para el público
cubano. ¡Con lo interesante que dicen que es el porno! Obviamente hay un
servicio de información que rastrea la web para temas
político-propagandísticos. La cuestión es: si hay alguien que se interesa (o detecta)
cualquier cosa que un tipo como yo pueda decir sobre Cuba o su régimen ¿qué no
estaría ese alguien dispuesto a hacer para hacerse con lo que Merckel,
Hollande, Putin o Cameron puedan decir, opinar, proponer o convenir al
respecto? Bien merece, pues, un pinchazo a sus Nokias (connecting people, al fin y al cabo).
George Orwell
se equivocó en muchas de sus premoniciones expresadas en su 1984 (empezando por
el año), pero desde luego no en su más famosa locución: “Big Brother is
watching you” (el Gran Hermano te está viendo). Vaya que sí.
Román Rubio
Marzo 2016
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