jueves, 24 de marzo de 2016

Y LOS ESPÍAS… ESPÍAN

Y LOS ESPÍAS… ESPÍAN


He estado ausente unos días con motivo de un viaje al frío Reino de Thul, en donde  reina Sigrid, novia del Capitán Trueno y amiga de nuestros amigos  Goliat y Crispín de manera justa, austera y próspera (no como en otros lugares). Entretanto el mundo ha seguido con sus rutinas y sus sorpresas. Los valencianos quemaban  sus ruidosas y coloridas fallas, los políticos seguía jugando al cache-cache, rizando el rizo de la insoportable vacuidad del bla-bla-bla y unos descerebrados islamistas hicieron su masacre, inmolación incluida, esta vez en Bruselas. Difícil tema, el de acabar con unos terroristas dispuestos a morir matando indiscriminadamente. Me temo que nos tendremos que acostumbrar a vivir con ello. Poco hay de nuevo bajo el sol.

Siguiendo mi estilo, no me referiré a estos temas que ocupan las primeras páginas de los periódicos y consumen el tiempo televisivo. Hagamos un paréntesis temporal para retroceder al domingo 13 de Marzo en que la periodista Ana Pastor presentó en su programa de la Sexta una entrevista semiclandestina (a lo Sean Penn) desde Moscú con el exespía, revelador de modos y modas de los Servicios Secretos Americanos de Información (sinónimo de espionaje), traidor a la causa Edward Snowden, lo que resucitó en la opinión pública la indignación y la sorpresa por la revelación inaceptable de que los espías… espían. ¿Y qué iban a hacer si no?, ¿vender aspiradoras, como el protagonista de la estupenda novela de Graham Green “Nuestro hombre en La Habana”? ¿Cuál se supone que es la función del CNI, el Mosad, la CIA, el MI6 y todos los organismos similares con que se dotan los estados? ¿Por qué los espacios de las Embajadas son inviolables como lo ha sido siempre la documentación que viaja en valija diplomática?

Snowden nos habla de la enorme cantidad de información que recopilan las agencias norteamericanas en todo el mundo, nos habla de metadatos –resultado del análisis de los datos-, de la facilidad y el bajo coste de obtenerlos y reflexiona sobre el hecho de que la vigilancia extensiva no es un instrumento de  seguridad sino de poder, algo que, por otra parte, ya sabíamos o sospechábamos. El americano vive en Rusia en una situación precaria, aunque privilegiada si la comparamos con su compañero de fatigas, el australiano Julian Assange que no sólo habló del modus operandi sino que filtró cantidades ingentes de documentos con el affair wikileaks. El ex agente de la CIA  entró a uno de los aeropuertos de Moscú y pasó un tiempo en tierra de nadie. Putin se negó a extraditarlo a los EEUU por no haber convenio de extradición entre los países, lo que es una bendición para el americano que tendría en su país un futuro muy, muy negro: James Woolsey, ex director de la CIA quiere verlo colgado, con una soga al cuello…y como él, muchos más.

En el Imperial War Museum de Londres hay una estupenda sala dedicada a los espías: a los de siempre; a los de libretita de códigos para cifrar, prismáticos, puñal camuflado en bolígrafo, ampolla de cianuro para caso extremo de captura y cámara en el reloj; a los que andaban por ahí anotando entradas y salidas de barcos en los puertos, movimientos de tropas, contacto con la resistencia, situación de los cuarteles y puntos estratégicos. A esos les llamábamos espías: unos tenían glamour y licencia para matar como 007, otros, como Philby, condecorado por el mismo Franco, se convirtieron en  espías dobles y hasta triples, según opinión de Stalin, que nunca confió en él. Los había ejecutores, como Ramón Mercader, y bailarinas, como Mata Hari. Hoy en día, en la época digital, los servicios de espionaje se dedican fundamentalmente al análisis de los datos que viajan por el ciberespacio.

La situación es conocida: cada cual espía a quien puede. Algunos países pueden mucho y espían mucho, como el Reino Unido;  otros, como España,   pueden menos y espían menos y otros, como Mali o Bután pueden muy poco o nada y espían lo propio: muy poco o nada. Y luego está EEUU que todo lo puede tecnológica y militarmente y espía mucho a todos los demás y se produce esa curiosa situación que es la de rasgarse las vestiduras ante lo obvio. Merckel, Holande y todos tienen que escenificar un enfado para la galería que es la opinión pública de sus respectivos países; bueno, todos no; está Rajoy, el taimado Rajoy que no ve necesidad de hacerlo. “¿Acaso no espiamos nosotros al Presidente de Guinea Ecuatorial y en Marruecos hacemos lo que podemos? ¿Por qué escandalizarnos por un pinchazo de teléfono? Además, para lo que tienen que oir…

Les pondré un ejemplo: En este blog suelo consultar semanalmente el número de visitas. La mayoría son de España seguida de los Estados Unidos y de otros países europeos y latinoamericanos, aunque hay también visitas (escasas) de lugares como Indonesia o Kazajstan. En una ocasión en que mencioné el régimen cubano en uno de mis artículos tuve dos visitas de… ¿adivinan de dónde? Exacto: de Cuba. Seamos realistas: ¿quién puede estar interesado en mis artículos en un país en el que Internet está restringido, es caro y lo usan un número ridículo de personas? Se me ocurren muchos otros temas de mayor interés para el público cubano. ¡Con lo interesante que dicen que es el porno! Obviamente hay un servicio de información que rastrea la web para temas político-propagandísticos. La cuestión es: si hay alguien que se interesa (o detecta) cualquier cosa que un tipo como yo pueda decir sobre Cuba o su régimen ¿qué no estaría ese alguien dispuesto a hacer para hacerse con lo que Merckel, Hollande, Putin o Cameron puedan decir, opinar, proponer o convenir al respecto? Bien merece, pues, un pinchazo a sus Nokias (connecting people, al fin y al cabo).

George Orwell se equivocó en muchas de sus premoniciones expresadas en su 1984 (empezando por el año), pero desde luego no en su más famosa locución: “Big Brother is watching you” (el Gran Hermano te está viendo). Vaya que sí.

Román Rubio
Marzo 2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario