EUROVISION
Veo muy poco
la tele, lo cual tiene cosas buenas y cosas malas. Entre las buenas está el
hecho de que me libro de muchas horas de ruido inane improductivo y vulgar que
no hace sino alimentar el aburrimiento gregario. Entre las malas está el que,
al no ver los anuncios de programas, me pierdo cosas interesantes. El sábado
noche llegué a casa y alguien puso la 6ª, con lo que me aburrí un rato con el
malababa de Marhuenda y el graciosillo ocurrente Miguel Ángel Revilla
arreglando el mundo sin ser consciente de que en la 1 estaban retransmitiendo,
nada más ni nada menos, que el festival de Eurovisión, acontecimiento
sociológico gigante, desde el Globen Arena de Estocolmo, lugar que conozco por
haber estado alojado en el Hotel del recinto con panorámica del interior desde
la cafetería. Rabia.
Por la prensa del
día siguiente me enteré que había ganado Ucrania con una canción sobre los
tártaros desplazados por Stalin. La canción rusa, favorita, había quedado en
tercera posición para agravio, otra vez, del pueblo ruso y, sin duda, del
presidente Putin. Eurovisión en estado puro. También me enteré de que había
habido problemas ¿cómo no? de banderitas. Que si la ikurriña no estaba
autorizada pero luego sí, que si la de Nagorno Karabaj lo había sido pero luego no, o algo así, o quizás
lo contrario; ¿qué importancia tiene? En la decoración de las calles con
banderitas la única en la que la gente se fija es la de Japón con su punto rojo
sobre blanco, tan esquemática, tan simbólica, tan reconocible, tan mona ella.
A ver, tengo
que aclarar que las canciones me importan poco, casi nada. En realidad, me
aburren. Nada más empezar quiero que acaben. Me interesa todo lo demás: la
retórica de la historia de cada una que debe ser contada en dos minutos, la
excentricidad y a menudo mal gusto de las exageradas y efectistas
escenografías, la inverosimilitud del atrezzo,
los horteras efectos especiales y la acertada y astuta narración entre sarcástica
y comprometida de José María Íñigo, las sorpresas de los frikis tipo
Chikilicuatre o La Mujer Barbuda, y, sobre todo, la intriga, las filias y las
fobias, el pequeño politiqueo de las votaciones (no hay más que recordar la
expectación que había en España hace años cuando votaba Portugal. Hoy por ti, mañana por mí). El sonsonete: La Norvégie, deux points, Norway, two
points; L’Allemagne, huit points, Germany, eight points, que está grabado
en el subconsciente de muchos como el de la Lotería de Navidad.
Me propongo pues a ponerme al día festivalero a través del internet y ahí
viene la primera sorpresa: por orden de aparición salen Letonia con la canción Justs-Heartbeat, Eslovenia con Blue and Red y Moldavia con Falling Stars, Croacia, con Lighthouse y Bielorusia con Help You Fly. ¡Pero bueno! ¿Es que todos
cantan en inglés? Bueno, todos no; en el puesto número 9, la italiana Franchesca Michielin interpreta la
canción No Degree of Separation que,
a pesar del engañoso título, sólo tiene partes en inglés. En el puesto número
doce salió la irrelevante Alemania con la canción Ghost, que quedó la última tras las votaciones, cosa que no me dio
ninguna lástima. Busqué con expectación a Francia y como casi siempre, no me
defraudó. Los franceses, con la dignidad que les caracteriza, presentaron al
cantante Amir (hijo de tunecino y marroquí) con la canción J’ai cherché, en francés, obteniendo con ella un honroso 6º puesto.
¡Vive la France! Curiosamente, Austria presentó la bonita canción Loin d’ici, también en francés, lo que
no deja de ser sorprendente. ¿Y nosotros? ¿Qué hicimos nosotros? La cantante
que representaba a España (de nombre Barei) interpretó la canción Say Yay -¿Say What?- ¿Qué coño quiere
decir eso? Traducido significa: “di (o decid) yay (hurra)”, lo que no parece que constituya un gran mensaje. Y eso sí: toda en
inglés. Al parecer, la idea era de hacerla mixta español-inglés, pero la
cantante decidió que la mejor manera de representar a España era hacerlo… en
inglés, y así lo hizo; apelando a la no coacción al artista. Pues no, señorita;
si quieres jugar a la pelota vasca lo haces con manopla y si quieres usar raqueta,
entonces tendrás que jugar al tenis o al
pádel y así podrás retar a Aznarín de Tarascón (el Gran Cazador). ¿Y qué
resultado obtuvimos en la votación? El puesto 22 de 26. Para este viaje no
hacían falta tantas alforjas.
El asunto lingüístico no es nuevo. Recuerdo que en 1968, Massiel, con su
vestido corto de lentejuelas, ganó el festival acompañando al dinámico trío lalalá porque anteriormente Joan Manuel
Serrat –dada la versatilidad lingüística del título de la canción- había decidido
cantarla en catalán, lo cual habría tenido más sentido que hacerlo en inglés ya
que el catalán es, al fin y al cabo, una de las lenguas de España, aunque ni a los
españolistas ni, por supuesto, a los catalanistas les haga mucha gracia.
El domingo por la tarde, para rebajar el empacho festivalero de la mañana,
me fui al Palau de les Arts de mi ciudad a ver el ballet Don Quijote
representado por la Compañía Nacional de Danza con la participación de la
bailarina Elisa Badenes, del ballet de Stuttgart. Genial. Arte puro. Y la
bailarina, excepcional; con una técnica (de lo que no puedo dar fe por no ser
un especialista) y una expresividad y frescura (de lo que sí puedo hacerlo como
miembro de la raza humana) exquisitas. Pasé un rato estupendo y, en ocasiones,
llegué a emocionarme con las elegantes y atrevidas evoluciones de la bailarina
y acompañantes, lo que es más de lo que haya conseguido nunca hacer cualquier
festival; de Eurovisión incluido.
Román Rubio
Mayo 2016
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