sábado, 5 de noviembre de 2016

BIG DATA

BIG DATA











Me encuentro en fase de promoción de mi libro ¡Socorro! Me jubilo, con lo que  muchos amigos se dedican a mandarme su personal feedback, la mayoría a requerimiento mío. Los comentarios críticos son de lo más variopintos. A menudo, el lector amigo critica el hecho de que haya hecho tal o cual alusión o haya obviado tal o cual otra sin ser conscientes quizá de que ese sería “su” libro, no el mío y que “yo”, en “mi” libro he dicho lo que quería decir. Dentro de las benévolas críticas recibidas, una ha sido la inclusión de quizá demasiados términos en inglés como minfullness, storytelling, coaching, community manager, etc. Debo decir que, aún siendo cierto, en la mayoría de las ocasiones han ido acompañadas de nota aclaratoria, explicación en español o han sido empleadas en crudo con un propósito irónico y/o explícito. Lo cierto es que mi profesión de profesor de inglés durante tanto tiempo me hace estar alerta a la invasión de términos anglófonos y nunca están consignados por dejadez o ignorancia.

Hoy toca hablar de big data. Quizá mi crítico amigo, quasi decimonónico él, reacio a los adelantos del mundo virtual y amante del castellano de Delibes y Cía. no esté familiarizado con el término, pero todos los demás… En español es conocido también como macrodatos o datos masivos y hace referencia al almacenamiento masivo de los datos y a los procedimientos usados para encontrar patrones que se repiten en ellos. No niego que el asunto del big data sea importante. Hay un gran ojo omnisciente, un Gran Hermano que maneja cantidades enormes de datos y esto, a muchos, les hace sentirse mal.

Ayer, tomando la cerveza en un bar de mi barrio coincidí con un vecino que se vanagloriaba de usar un teléfono Nokia: una de aquellas pequeñas, estupendas e infalibles máquinas de bolsillo que sólo servían para hablar y para mandar mensajes SMS.  Reconozco que añoro aquel pequeño aparato que marcaba el número que tú querías (y no como el Smartphone de ahora, que marca el que quiere él, cuando quiere) y que es como llevar un ladrillo en el bolsillo, pero mi amigo presumía de que así “nadie sabía dónde se encontraba en cada momento” que “…él era un espíritu libre al que no le gusta ser controlado”. Pero ¡amigo mío!, controlado ¿por quién? y, sobre todo, ¿para qué? En fin, yo le conozco y sé que su rutina consiste en ir diariamente al trabajo (a unos diez kilómetros del barrio), visitar a su madre, sacar al perro y tomarse una cerveza antes de subir a casa. ¿Hace falta tanto secretismo y preservación de la intimidad ante ocupaciones tan anodinas? ¿No cree mi vecino que el malvado Gran Hermano se moriría de aburrimiento vigilando a tipos como él, con su tripita por encima del cinturón, sus chistes malos y sus aburridos trayectos? Como justificación de su argumento, ufano, proclamaba que yo con mi Smartphone estaba localizado mientras él con su pequeño teléfono seguía siendo un hombre libre. ¡El muy iluso! Le pregunté si llevaba una Visa en el bolsillo o pagaba con la billetiza recogida con una goma, pero no me acuerdo de su respuesta porque yo estaba leyendo un artículo interesante en el periódico local sobre la seguridad en Internet.
Estaba leyendo que el tráfico de los 4.000 millones de usuarios de la red está regido por un cifrado al que solo tienen acceso 14 personas en el mundo y que había sido modificado para reforzar su seguridad. Leí la noticia con detenimiento pero no creo que llegara a enterarme bien de cómo funcionaba el asunto del cifrado. Veamos:

“…El acceso para modificar la clave privada (…) está restringido mediante siete llaves, depositadas por el ICANN en 14 personas (7 titulares y 7 vocales) de distintas nacionalidades. La entidad cuenta con tres sedes oficiales en Singapur, Estambul y Los Ángeles, todas ellas nutridas con los sistemas de seguridad más vanguardistas. Cuando se reúnen (cuatro veces al año), estos guardianes acceden tras pasar por varias puertas con control por clave numérica (individual y que cambia en cada sesión) y un escáner de mano, a un búnquer aislado de internet en el que se encuentran 7 cajas fuertes. Cualquier movimiento brusco en esta sala activa una alarma que bloquea los accesos al lugar con barrotes de acero. Los depositarios hacen uso entonces de sus llaves físicas para extraer de las cajas sus correspondientes llaves informáticas. En otra sala y tras tomarse una fotografía con el periódico del día, utilizan simultáneamente esas llaves para acceder al servidor donde se almacena la clave maestra…”

Al acabar de leer me quedaron multitud de preguntas por aclarar. Por ejemplo:
1º.- ¿El rollo ese de las salas y las llaves existe de manera idéntica en los tres lugares donde dice la crónica?
2º.- ¿Qué pasa si un tipo pierde la llave? ¿Y si la pierden 7, o los 14?
3º.- ¿Qué cerrajero hace esas llaves, dónde vive y qué sabe del asunto?
4º.- ¿Quién acude en la eventualidad de que se cierren los barrotes? ¿La policía local, las fuerzas de la ONU, la CIA o una Policía Especial del Gran Hermano?
5º.- ¿Quién manda el código del primer acceso a los miembros  y los vocales?

Tras las preguntas sin respuesta me quedó la envidia de no ser uno de los 14 elegidos que cuatro veces al año quedan en uno u otro rincón del mundo para seguir ese estupendo ritual de llavecitas y códigos, de manera confidencial y secreta. No me digan que no es un chollo de trabajo, especialmente el del vocal. ¿Dónde consigue la gente esos empleos? Esos tipos sí que tienen motivos para meditar acerca de su localización por GPS y cosas así, pero el  de mi barrio, ¡venga ya! Que se compre un Smartphone.
Román Rubio
Noviembre 2016 

No hay comentarios:

Publicar un comentario