BIG DATA
Me encuentro
en fase de promoción de mi libro ¡Socorro!
Me jubilo, con lo que muchos amigos
se dedican a mandarme su personal feedback,
la mayoría a requerimiento mío. Los comentarios críticos son de lo más
variopintos. A menudo, el lector amigo critica el hecho de que haya hecho tal o
cual alusión o haya obviado tal o cual otra sin ser conscientes quizá de que
ese sería “su” libro, no el mío y que “yo”, en “mi” libro he dicho lo que
quería decir. Dentro de las benévolas críticas recibidas, una ha sido la
inclusión de quizá demasiados términos en inglés como minfullness, storytelling, coaching, community manager, etc. Debo
decir que, aún siendo cierto, en la mayoría de las ocasiones han ido
acompañadas de nota aclaratoria, explicación en español o han sido empleadas en
crudo con un propósito irónico y/o explícito. Lo cierto es que mi profesión de
profesor de inglés durante tanto tiempo me hace estar alerta a la invasión de
términos anglófonos y nunca están consignados por dejadez o ignorancia.
Hoy toca
hablar de big data. Quizá mi crítico amigo,
quasi decimonónico él, reacio a los
adelantos del mundo virtual y amante del castellano de Delibes y Cía. no esté
familiarizado con el término, pero todos los demás… En español es conocido
también como macrodatos o datos masivos y hace referencia al almacenamiento
masivo de los datos y a los procedimientos usados para encontrar patrones que
se repiten en ellos. No niego que el asunto del big data sea importante. Hay un gran ojo omnisciente, un Gran Hermano
que maneja cantidades enormes de datos y esto, a muchos, les hace sentirse mal.
Ayer, tomando
la cerveza en un bar de mi barrio coincidí con un vecino que se vanagloriaba de
usar un teléfono Nokia: una de aquellas pequeñas, estupendas e infalibles
máquinas de bolsillo que sólo servían para hablar y para mandar mensajes SMS. Reconozco que añoro aquel pequeño aparato que
marcaba el número que tú querías (y no como el Smartphone de ahora, que marca
el que quiere él, cuando quiere) y que es como llevar un ladrillo en el
bolsillo, pero mi amigo presumía de que así “nadie sabía dónde se encontraba en
cada momento” que “…él era un espíritu libre al que no le gusta ser controlado”.
Pero ¡amigo mío!, controlado ¿por quién? y, sobre todo, ¿para qué? En fin, yo
le conozco y sé que su rutina consiste en ir diariamente al trabajo (a unos
diez kilómetros del barrio), visitar a su madre, sacar al perro y tomarse una
cerveza antes de subir a casa. ¿Hace falta tanto secretismo y preservación de
la intimidad ante ocupaciones tan anodinas? ¿No cree mi vecino que el malvado
Gran Hermano se moriría de aburrimiento vigilando a tipos como él, con su tripita
por encima del cinturón, sus chistes malos y sus aburridos trayectos? Como
justificación de su argumento, ufano, proclamaba que yo con mi Smartphone
estaba localizado mientras él con su pequeño teléfono seguía siendo un hombre
libre. ¡El muy iluso! Le pregunté si llevaba una Visa en el bolsillo o pagaba
con la billetiza recogida con una goma, pero no me acuerdo de su respuesta
porque yo estaba leyendo un artículo interesante en el periódico local sobre la
seguridad en Internet.
Estaba leyendo
que el tráfico de los 4.000 millones de usuarios de la red está regido por un
cifrado al que solo tienen acceso 14 personas en el mundo y que había sido
modificado para reforzar su seguridad. Leí la noticia con detenimiento pero no
creo que llegara a enterarme bien de cómo funcionaba el asunto del cifrado.
Veamos:
“…El acceso
para modificar la clave privada (…) está restringido mediante siete llaves,
depositadas por el ICANN en 14 personas (7 titulares y 7 vocales) de distintas
nacionalidades. La entidad cuenta con tres sedes oficiales en Singapur,
Estambul y Los Ángeles, todas ellas nutridas con los sistemas de seguridad más
vanguardistas. Cuando se reúnen (cuatro veces al año), estos guardianes acceden
tras pasar por varias puertas con control por clave numérica (individual y que
cambia en cada sesión) y un escáner de mano, a un búnquer aislado de internet
en el que se encuentran 7 cajas fuertes. Cualquier movimiento brusco en esta
sala activa una alarma que bloquea los accesos al lugar con barrotes de acero.
Los depositarios hacen uso entonces de sus llaves físicas para extraer de las
cajas sus correspondientes llaves informáticas. En otra sala y tras tomarse una
fotografía con el periódico del día, utilizan simultáneamente esas llaves para
acceder al servidor donde se almacena la clave maestra…”
Al acabar de
leer me quedaron multitud de preguntas por aclarar. Por ejemplo:
1º.- ¿El rollo
ese de las salas y las llaves existe de manera idéntica en los tres lugares donde
dice la crónica?
2º.- ¿Qué pasa
si un tipo pierde la llave? ¿Y si la pierden 7, o los 14?
3º.- ¿Qué
cerrajero hace esas llaves, dónde vive y qué sabe del asunto?
4º.- ¿Quién
acude en la eventualidad de que se cierren los barrotes? ¿La policía local, las
fuerzas de la ONU, la CIA o una Policía Especial del Gran Hermano?
5º.- ¿Quién
manda el código del primer acceso a los miembros y los vocales?
Tras las
preguntas sin respuesta me quedó la envidia de no ser uno de los 14 elegidos
que cuatro veces al año quedan en uno u otro rincón del mundo para seguir ese
estupendo ritual de llavecitas y códigos, de manera confidencial y secreta. No
me digan que no es un chollo de trabajo, especialmente el del vocal. ¿Dónde
consigue la gente esos empleos? Esos tipos sí que tienen motivos para meditar
acerca de su localización por GPS y cosas así, pero el de mi barrio, ¡venga ya! Que se compre un
Smartphone.
Román Rubio
Noviembre 2016
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