martes, 1 de noviembre de 2016

ALGORITMO

ALGORITMO
 Conjunto ordenado de operaciones sistemáticas que permiten hacer un cálculo y hallar la solución de un tipo de problema

















¿Qué podría hacer hoy si viviera Judas para lavar su pasado? Vale, el tipo hizo una villanía: vendió a un amigo por unas monedas pero, como todo el mundo, debería tener derecho a una segunda oportunidad. Hoy lo tendría  imposible. ¿Su mayor enemigo? El algoritmo de Google.

Escuché la palabra algoritmo por primera vez en los 70 en un curso de BASIC, una reliquia de lenguaje computacional que se enseñaba en la época en que las cintas magnéticas estaban sustituyendo a las fichas perforadas en el almacenamiento de los datos. Hace ya un millón de años. Quienes  habíamos cursado bachillerato conocíamos, eso sí, la palabra logaritmo, que si mal no recuerdo se trata del exponente al que hay que elevar una base para obtener un número determinado.
Hoy, sin embargo, el logaritmo ha quedado como reliquia de gentes antiguas acostumbradas a manejarse con tablas, reglas de cálculo y otros vetustos artefactos. Por el contrario, los algoritmos arrasan y entre ellos, el padre de todos ellos: el algoritmo de Google, cuyo embrión fue diseñado por Larry Page y Sergey Brin. Se actualiza unas 500 veces al año (un cambio cada 17.5 horas) con pequeños ajustes que pasan desapercibidos o poderosas transformaciones que pueden dar la vuelta a los resultados procurando la gloria de algunos que aparecen en la primera página de búsqueda y la desdicha de otros que darían cualquier cosa por desaparecer del ojo omnisciente e implacable.

El periodista Jon Ronson publicó no hace mucho en libro So You’ve Been Publicly Shamed (Así que has sido deshonrado públicamente, en español) en dónde expone casos notorios  de personas que han visto destruida su reputación y su vida hecha añicos de la noche a la mañana por la Red y la dificultad de reconstruirlas debido a lo difícil que es hacer que Google olvide. Una vez has vivido la deshonra  pública en la Red no hay manera de desembarazarse de ella. O es enormemente difícil.

Justine Sacco era una ejecutiva neoyorquina atractiva y exitosa. En su treintena trabajaba como jefa de recursos humanos en una de las agencias de publicidad más importantes de Nueva York. En diciembre de 2013 salió de vacaciones en dirección a Sudáfrica y como hacía a menudo se dedicó a subir mensajes humorísticos a su cuenta de Twitter en la que tenía 170 seguidores. Así, escribió: “Extraño tipo alemán. Vas en primera, clase. Es 2014. Ponte desodorante. –monólogo interior mientras inhalo su olor corporal. Gracias a las compañías farmacéuticas”. En su escala en Heathrow, aburrida, escribió: “Sandwiches fríos de pepino. Dientes con caries. En Londres de nuevo”. En este tono sarcástico se conducía la ejecutiva hasta que, un poco antes de abordar su vuelo a Ciudad del Cabo escribió el tuit que habría de acabar con su reputación y su carrera. Tecleó: “Saliendo hacia África. Espero no coger el SIDA. Es broma. Soy blanca” y tras este desafortunado mensaje, puso el teléfono en modo avión y durmió casi todo el trayecto sin ser consciente de que su tuit, en el momento del aterrizaje, se había convertido en trending topic mundial provocando que incluso hubiera gente esperando la llegada del vuelo para increparla y fotografiarla. A la vuelta a Nueva York le esperaba el despido de su trabajo y la pérdida de su reputación. Como ella dice, ni siquiera puede iniciar una nueva relación ya que, lo primero que hacemos es preguntar a Google. Para hacernos una idea, según Google AdWords –que dice el número de veces que tu nombre ha sido buscado en el servidor- Justine, que tenía un número de búsquedas de unas 30 veces al mes, fue buscada en 1.220.000 ocasiones entre el 20 de Diciembre y fin de año. Prueben a teclear el nombre de Justine Sacco en Google. Verán lo que obtienen. No importa lo que esa mujer haya hecho en sus treinta y tantos años. Toda su vida, para Google (o su primera página de búsqueda, que viene a ser lo mismo) se resume a una frase de menos de 150 caracteres. Y es nefasta.

En el mismo libro aparece el caso de otra mujer: Linsey Stone. Ella y su amiga Jamie gustaban de hacerse fotos tontas como fumando delante de signos de prohibición, poses burlescas junto a estatuas y cosas así hasta que en una ocasión, estando de visita en el cementerio Nacional de Arlington, en Washington DC, se fotografió en pose de grito pelado y dedo anular levantado junto a una señal que pedía respeto y silencio. Su amiga Jamie, con su permiso, subió la imagen a Facebook sin calcular el alcance y la virulencia de las reacciones. Se creó en Facebook una página contra la chica que recibió 12.000 likes en un santiamén expresando los mejores deseos, incluyendo el de su  muerte en todas las maneras posibles. Ya ven, los patriotas.

Hay empresas especializadas en “limpiar” la imagen en la Red, como si se pudiera engañar al algoritmo de Google. No es fácil. Para ello hay que crear un perfil nuevo, amable y poderoso de la persona de modo que atraiga más atención que la generada por el oprobio anterior para así tratar de sacarla de la maldición de la primera página. Con Linsey se intentó. Una reputada empresa de limpieza informática intentó sacarla de la primera página de búsqueda. Comprueben ustedes mismos el resultado.
Otros pagarían (pagan) fortunas por lo contrario. ¿Y usted?

Román Rubio
Noviembre 2016

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