ALGORITMO
Conjunto ordenado de operaciones sistemáticas que
permiten hacer un cálculo y hallar la solución de un tipo de problema
¿Qué podría
hacer hoy si viviera Judas para lavar su pasado? Vale, el tipo hizo una
villanía: vendió a un amigo por unas monedas pero, como todo el mundo, debería
tener derecho a una segunda oportunidad. Hoy lo tendría imposible. ¿Su mayor enemigo? El algoritmo de
Google.
Escuché la
palabra algoritmo por primera vez en los 70 en un curso de BASIC, una reliquia
de lenguaje computacional que se enseñaba en la época en que las cintas
magnéticas estaban sustituyendo a las fichas perforadas en el almacenamiento de
los datos. Hace ya un millón de años. Quienes habíamos cursado bachillerato conocíamos, eso
sí, la palabra logaritmo, que si mal no recuerdo se trata del exponente al que
hay que elevar una base para obtener un número determinado.
Hoy, sin
embargo, el logaritmo ha quedado como reliquia de gentes antiguas acostumbradas
a manejarse con tablas, reglas de cálculo y otros vetustos artefactos. Por el
contrario, los algoritmos arrasan y entre ellos, el padre de todos ellos: el
algoritmo de Google, cuyo embrión fue diseñado por Larry Page y Sergey Brin. Se
actualiza unas 500 veces al año (un cambio cada 17.5 horas) con pequeños
ajustes que pasan desapercibidos o poderosas transformaciones que pueden dar la
vuelta a los resultados procurando la gloria de algunos que aparecen en la
primera página de búsqueda y la desdicha de otros que darían cualquier cosa por
desaparecer del ojo omnisciente e implacable.
El periodista
Jon Ronson publicó no hace mucho en libro So
You’ve Been Publicly Shamed (Así que
has sido deshonrado públicamente, en español) en dónde expone casos
notorios de personas que han visto
destruida su reputación y su vida hecha añicos de la noche a la mañana por la Red
y la dificultad de reconstruirlas debido a lo difícil que es hacer que Google
olvide. Una vez has vivido la deshonra pública en la Red no hay manera de desembarazarse
de ella. O es enormemente difícil.
Justine Sacco
era una ejecutiva neoyorquina atractiva y exitosa. En su treintena trabajaba
como jefa de recursos humanos en una de las agencias de publicidad más
importantes de Nueva York. En diciembre de 2013 salió de vacaciones en
dirección a Sudáfrica y como hacía a menudo se dedicó a subir mensajes
humorísticos a su cuenta de Twitter en la que tenía 170 seguidores. Así,
escribió: “Extraño tipo alemán. Vas en
primera, clase. Es 2014. Ponte desodorante. –monólogo interior mientras inhalo
su olor corporal. Gracias a las compañías farmacéuticas”. En su escala en
Heathrow, aburrida, escribió: “Sandwiches
fríos de pepino. Dientes con caries. En Londres de nuevo”. En este tono
sarcástico se conducía la ejecutiva hasta que, un poco antes de abordar su
vuelo a Ciudad del Cabo escribió el tuit que habría de acabar con su reputación
y su carrera. Tecleó: “Saliendo hacia
África. Espero no coger el SIDA. Es broma. Soy blanca” y tras este
desafortunado mensaje, puso el teléfono en modo avión y durmió casi todo el
trayecto sin ser consciente de que su tuit, en el momento del aterrizaje, se
había convertido en trending topic
mundial provocando que incluso hubiera gente esperando la llegada del vuelo
para increparla y fotografiarla. A la vuelta a Nueva York le esperaba el
despido de su trabajo y la pérdida de su reputación. Como ella dice, ni
siquiera puede iniciar una nueva relación ya que, lo primero que hacemos es
preguntar a Google. Para hacernos una idea, según Google AdWords –que dice el
número de veces que tu nombre ha sido buscado en el servidor- Justine, que
tenía un número de búsquedas de unas 30 veces al mes, fue buscada en 1.220.000
ocasiones entre el 20 de Diciembre y fin de año. Prueben a teclear el nombre de
Justine Sacco en Google. Verán lo que obtienen. No importa lo que esa mujer
haya hecho en sus treinta y tantos años. Toda su vida, para Google (o su
primera página de búsqueda, que viene a ser lo mismo) se resume a una frase de
menos de 150 caracteres. Y es nefasta.
En el mismo
libro aparece el caso de otra mujer: Linsey Stone. Ella y su amiga Jamie
gustaban de hacerse fotos tontas como fumando delante de signos de prohibición,
poses burlescas junto a estatuas y cosas así hasta que en una ocasión, estando
de visita en el cementerio Nacional de Arlington, en Washington DC, se
fotografió en pose de grito pelado y dedo anular levantado junto a una señal
que pedía respeto y silencio. Su amiga Jamie, con su permiso, subió la imagen a
Facebook sin calcular el alcance y la virulencia de las reacciones. Se creó en
Facebook una página contra la chica que recibió 12.000 likes en un santiamén expresando los mejores deseos, incluyendo el
de su muerte en todas las maneras posibles.
Ya ven, los patriotas.
Hay empresas
especializadas en “limpiar” la imagen en la Red, como si se pudiera engañar al
algoritmo de Google. No es fácil. Para ello hay que crear un perfil nuevo,
amable y poderoso de la persona de modo que atraiga más atención que la
generada por el oprobio anterior para así tratar de sacarla de la maldición de
la primera página. Con Linsey se intentó. Una reputada empresa de limpieza
informática intentó sacarla de la primera página de búsqueda. Comprueben
ustedes mismos el resultado.
Otros pagarían
(pagan) fortunas por lo contrario. ¿Y usted?
Román Rubio
Noviembre 2016
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