¡HALA, AHORA A DISFRUTAR!
Hace un cierto tiempo que estoy –prematuramente-
jubilado, de modo que ¿saben cuántas veces he escuchado aquello de: ¡Hala,
ahora a disfrutar!? ¿Perdone? ¿Ahora a qué ha dicho? ¿Podría ser más específico
en lo que significa exactamente “disfrutar”, o darme alguna pista, al menos?
Porque si usted se refiere a pasárselo bien, o intentarlo, pues mire usted: es
lo que he estado haciendo toda mi vida con mayor o menor tino; con o sin trabajo,
en verano y en invierno, entre semana, los sábados y los feriados, en
vacaciones y en calendario laboral. Hasta en la mili he intentado disfrutar
todo lo que he podido, habiendo alcanzado, en algunos momentos, cotas
considerables en el asunto de la diversión o disfrute, como dice usted. He
viajado cuanto he podido, he disfrutado de ágapes y fiestas con amigos y
conocidos, he jugado al billar y al futbolín, he practicado windsurf en el Mediterráneo durante horas, he
visto innumerables películas, he leído casi tantos libros como Don Quijote y
hasta he hecho alguna que otra cosa más oscura e inconfesable. Ahora bien, si
usted se refiere a la liberación del trabajo, pues sí, ahora dispongo de todo
el tiempo para mí, lo cual está bien y mal, depende. Y si se refiere a que
tengo más tiempo para hacer lo que me gusta, habremos de convenir en que
tampoco lo debo estar invirtiendo muy bien desde el momento en que estoy
escribiendo este artículo, que no es precisamente a lo que usted parece referirse
cuando me invita a disfrutar; ¿a que no?
Me quiero referir hoy, también, a los
titulares de los periódicos. Normalmente reúnen las condiciones de claridad, concisión,
descripción y resumen de la noticia, pero a veces ocurre que uno se encuentra
con auténticas perogrulladas. El sábado, en el cuadernillo Ideas de El País, la
entrevista al ombudsman sueco de la
prensa Ola Sigvardsson viene introducida con el titular: “La prensa tiene que ser tan libre como sea posible”, lo que no sé
si a Perogrullo le dice algo. A mí, nada. Nunca se me habría ocurrido que fuera
de otro modo, ni a mí (que no soy ni ombudsman
ni sueco) ni supongo que a cualquiera de ustedes, hayan o no vivido en la China
de Mao, en la España de Franco o en la RDA de Honnecker.
En El Confidencial del domingo me topo
con el titular: “Naomi Klein, ¿vendedora
de humo o la mejor ensayista del siglo XXI? O las dos cosas. O ninguna. En
cualquier caso, cualquiera de ellas me parece una hipérbole. La autora
canadiense autora de No logo, que se
convirtió en éxito internacional por su crítica al marquismo y del libro
reciente Esto lo cambia todo, probablemente no es ni una cosa ni la otra. Se
trata simplemente de un truco burdo del periodista que sospecho que esconde un
juicio, en uno u otro sentido, que habría desvelado de haber leído el artículo
pero no tuve ganas –o tiempo- de hacerlo, disuadido por la audacia tramposa del
titular.
Y como ya he pasado bastante tiempo hoy escribiendo este artículo, me
dispongo a salir de casa a ver si disfruto algo de mi vida de jubilado
–prematuro- dándole de comer a las ya orondas palomas, vigilando alguna obra
municipal, haciendo Pilates o cualquier otra estúpida actividad.
Román Rubio
Noviembre 2016
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