POSVERDAD
Es el último calco lingüístico que nos
ha llegado del inglés. Hace poco dediqué un artículo al Big Data, que se refiere a la gestión de la cantidad ingente de
datos que proporciona el tráfico de Internet, ahora, siempre vigilante de la
influencia del inglés en nuestra lengua, doy cuenta de la última adquisición
detectada.
Si son lectores habituales de la prensa
no habrán podido evitar el toparse con esa nueva palabra en el lenguaje
periodístico. No se trata de un anglicismo como el Big Data sino de un calco lingüístico,
también, ¿cómo no?, del inglés. Hablo de la palabra posverdad, que es la traducción al español del inglés post-truth, neologismo declarado por el Oxford Dictionary of the English Language
como la palabra del año 2016, por delante de adulting o brexiteer,
esta última usada para referirse a las personas partidarias del Brexit. La
palabreja, ambigua en su significado, se ha hecho extremadamente popular en el
comentario político del mundo anglosajón como consecuencia tanto del resultado
del referéndum del Brexit como por la
victoria de Donald Trump a la presidencia de los EEUU. Y es que posverdad, según el diccionario árbitro
de la lengua inglesa, son esas “circunstancias por las que los hechos objetivos
tienen menos influencia en crear la opinión pública que las llamadas a la
emoción y a las creencias personales”, lo que está estrechamente ligado a otros
dos conceptos manidos en los últimos tiempos como son demagogia y populismo.
He encontrado el vocablo en un par de
artículos del cuadernillo Ideas de El País del domingo: el primero es, en
realidad, una entrevista a Steve Coll, decano de la Escuela de Periodismo de la
Universidad de Columbia que dice con respecto a la victoria de Trump que: “En
la era de la posverdad, la mentira
fue más importante que los hechos”, entrevista firmada por el subdirector de El
País, David Alandete. El mismo periodista (Alandete) firma el artículo titulado
Cómo combatir la posverdad en el que,
entre otras cosas expone que: “El reino del algoritmo, de los automatismos y de
la falta de periodismo abren el camino a la dictadura de la posverdad…”
Lo cierto es que las verdades que
Trump expuso en su campaña no es que no sean verdades, que eso ya lo sabe todo
el mundo, sino que, a pesar de ser vistas como no-verdades, esta circunstancia
parecía importar poco a la gente (a sus votantes, al menos) que parecían decir:
bueno, ya sé que esto no lo va a hacer, pero al menos hay alguien que tiene las
agallas de decirlo. Como dijo un politólogo americano, los medios de
comunicación se tomaban muy en serio lo que decía el personaje y en broma al
personaje mismo y debían (quizá) haber hecho al contrario. La bomba (el
mensaje) era el tipo; lo que decía… bueno, eso puede cambiarse. Como le
advirtieron sus asesores a Shinzo Abe, primer ministro de Japón, antes de ser
recibido por el futuro presidente de EEUU: “no te tomes sus palabras
literalmente. Con este hombre los compromisos nacen muertos”. En verdad, ni
parece que vaya a encarcelar a Clinton, ni retirar el Obamacare, ni termina de
romper los acuerdos contra el cambio climático ni (afortunadamente) casi nada
de lo que dijo.
La
posverdad, término aplicado a la política, tiene, en mi humilde opinión,
algo que ver con otro concepto muy manejado en el mundo del marketing y al que
llaman storytelling. Los publicistas
descubrieron que el hecho de contar una historia que actuara sobre las
emociones o creencias del individuo era una táctica más eficaz que la
enumeración de las virtudes de un producto por verídicas que éstas fueran. ¿Han
visto el anuncio de un automóvil en el que un tipo joven, urbano y con cara
inteligente sale del trabajo y coge su bicicleta de vuelta a casa recorriendo
con decisión y destreza la ciudad hasta llegar al garaje de su casa y aparcar
la bici junto al BMW que tiene allí aparcado? Creo que acaba con la leyenda: “Cuando
conduzcas, conduce” A eso me refiero. La diferencia, en cambio, es que en el
caso del anuncio, los publicistas no mienten, solo enfocan a otro lado para
tratar de ganar al público. En el caso de los políticos, sí.
Román Rubio
Noviembre 2016
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