domingo, 14 de octubre de 2018

CERRAR EN FALSO


CERRAR EN FALSO




En el diario El País del sábado leí un sabroso artículo del maestro Manuel Vicent titulado “Renau, Sert y el ‘Guernica’, otra vez”, en el que relata la visita de Josep Renau —director general de Bellas Artes de la República— a París, para recabar la participación de los artistas españoles en el pabellón de la República de la Exposición Internacional de 1937.
En él se relata con gracia como Renau contactó con Picasso para solicitar una participación que se consumó con la elaboración del “Guernica”. El embajador español, pensando que el valenciano no iba vestido de manera adecuada a la ciudad y a su cargo, lo equipó con bombín, cuello de pajarita, guantes amarillos de cabritilla, zapatos de media caña de paño con botones y bastón corto de bailarín de claqué, equipación de la que el político se desprendió en parte tirándola a un cubo de basura porque se sentía ridículo. Al llegar al lugar de la cita, el malagueño-francés le presentó a un par de tipos de Corbera de Alcira, asentadores de frutas del mercado de Les Halles, con quien Picasso estaba jugando a las cartas y contando chascarrillos y chistes verdes. Y allí mismo, al parecer, en una servilleta del bistró, se firmó el contrato de lo que habría de ser la obra pictórica más importante del siglo XX español.

La pintura se exhibió en el pabellón español de la exposición parisina, obra de los arquitectos Josep Lluis Sert y Luis Lacasa.

Cuenta Vicent que el arquitecto Josep Lluis Sert le confesó un día: “Si en el café de Flore, en París, en plena guerra, —(lugar en el que el arquitecto se reunía con Picasso)— nos hubieran dicho que el Guernica volvería a España con un borbón en el trono, con un presidente del Gobierno que se llamaría Calvo Sotelo, con un cura, el padre Sopeña, como Director del Museo del Prado, con la Guardia Civil custodiando el cuadro y con Dolores Ibárruri presente en los actos de inauguración, hubiéramos creído que se trataba de una broma surrealista de Luis Buñuel”.

En la misma edición del diario, Julio Llamazares firma el artículo “Franco no se acaba nunca” en el que sostiene la irritante premisa (enormemente extendida, por otra parte) de que las historias que se cierran en falso nunca acaban de desaparecer, atribuyendo a la Transición la cualidad de cierre en falso de un episodio de la historia de España. Entiéndanme: respeto mucho a Llamazares como escritor. Me impresionó su libro “La lluvia amarilla” uno de los (en mi opinión) mejores de la literatura española de la segunda parte del pasado siglo, pero la afirmación del cierre en falso, por muy extendida que esté, o es una perogrullada o es algo peor: es malintencionada. No es que la página se cerrara en falso. Es que muchos se empeñan en que la página no  se cierre.
Se lo explicó muy bien el arquitecto Sert a Vicent un día bajo la cúpula del Hotel Palace: que la Pasionaria (y supongo que Alberti y otros) asistiera a un acto en el que el cuadro que simboliza el repudio a la rebelión y sus fechorías fuera custodiado por la Guardia Civil para ser exhibido en un museo dirigido por un cura y ser visionado por todos los españoles estando un Calvo Sotelo como presidente del gobierno “es” para muchos de nosotros exactamente eso: cerrar una etapa de la historia. Porque, para cerrar una etapa dolorosa de la historia o de la vida, hay que tener, en primer lugar, la voluntad de cerrarla. Después, buscar el consenso, a sabiendas que se deben hacer concesiones para conseguirlo —cualquier consenso—, y una vez conseguido, el propósito de respetarlo. Quienes no lo ven así, sus razones tendrán, pero me temo que les falla la primera premisa: la de la voluntad.

Se atribuye a Bismark la revelación que hizo a cierto embajador español de que admiraba a España. Al preguntarle el embajador por la razón, el Canciller le dijo que, porque ni siquiera los españoles, en su empeño, habían conseguido acabar con ella. O algo así. Reproduzco la frase aquí porque la he visto citada muchas veces, pero no tengo documentada la autoría. Me da igual: lo dijera Bismark o no, es una verdad atronadora. Los españoles, cualquiera que sea el éxito como nación conseguido por consenso y respetando las reglas (y/o el marco jurídico), están siempre dispuestos a sacar la pistola. Si no para disparar al oponente (lo que sucede a menudo), para pegarse un tiro en el pie.
Repasen la historia de los dos últimos siglos y lo verán. Aunque algunos, como les es propio, dirán que es debido a que se cierra la historia en falso. Deberían aclarar lo que significa eso. Supongo que es no hacerlo a su manera, claro. Bismark tenía razón.

Román Rubio
Octubre 2018

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