CERRAR EN FALSO
En el diario El País del sábado
leí un sabroso artículo del maestro Manuel Vicent titulado “Renau, Sert y el
‘Guernica’, otra vez”, en el que relata la visita de Josep Renau —director
general de Bellas Artes de la República— a París, para recabar la participación
de los artistas españoles en el pabellón de la República de la Exposición Internacional
de 1937.
En él se relata con gracia como
Renau contactó con Picasso para solicitar una participación que se consumó con
la elaboración del “Guernica”. El embajador español, pensando que el valenciano
no iba vestido de manera adecuada a la ciudad y a su cargo, lo equipó con
bombín, cuello de pajarita, guantes amarillos de cabritilla, zapatos de media
caña de paño con botones y bastón corto de bailarín de claqué, equipación de la
que el político se desprendió en parte tirándola a un cubo de basura porque se
sentía ridículo. Al llegar al lugar de la cita, el malagueño-francés le
presentó a un par de tipos de Corbera de Alcira, asentadores de frutas del
mercado de Les Halles, con quien Picasso estaba jugando a las cartas y contando
chascarrillos y chistes verdes. Y allí mismo, al parecer, en una servilleta del
bistró, se firmó el contrato de lo que habría de ser la obra pictórica más
importante del siglo XX español.
La pintura se exhibió en el pabellón
español de la exposición parisina, obra de los arquitectos Josep Lluis Sert y
Luis Lacasa.
Cuenta Vicent que el arquitecto
Josep Lluis Sert le confesó un día: “Si en el café de Flore, en París, en plena
guerra, —(lugar en el que el arquitecto se reunía con Picasso)— nos hubieran
dicho que el Guernica volvería a España con un borbón en el trono, con un
presidente del Gobierno que se llamaría Calvo Sotelo, con un cura, el padre
Sopeña, como Director del Museo del Prado, con la Guardia Civil custodiando el
cuadro y con Dolores Ibárruri presente en los actos de inauguración, hubiéramos
creído que se trataba de una broma surrealista de Luis Buñuel”.
En la misma edición del diario,
Julio Llamazares firma el artículo “Franco no se acaba nunca” en el que
sostiene la irritante premisa (enormemente extendida, por otra parte) de que
las historias que se cierran en falso nunca acaban de desaparecer, atribuyendo
a la Transición la cualidad de cierre en falso de un episodio de la historia de
España. Entiéndanme: respeto mucho a Llamazares como escritor. Me impresionó su
libro “La lluvia amarilla” uno de los (en mi opinión) mejores de la literatura
española de la segunda parte del pasado siglo, pero la afirmación del cierre en
falso, por muy extendida que esté, o es una perogrullada o es algo peor: es
malintencionada. No es que la página se cerrara en falso. Es que muchos se
empeñan en que la página no se cierre.
Se lo explicó muy bien el
arquitecto Sert a Vicent un día bajo la cúpula del Hotel Palace: que la
Pasionaria (y supongo que Alberti y otros) asistiera a un acto en el que el
cuadro que simboliza el repudio a la rebelión y sus fechorías fuera custodiado
por la Guardia Civil para ser exhibido en un museo dirigido por un cura y ser
visionado por todos los españoles estando un Calvo Sotelo como presidente del
gobierno “es” para muchos de nosotros exactamente eso: cerrar una etapa de la
historia. Porque, para cerrar una etapa dolorosa de la historia o de la vida,
hay que tener, en primer lugar, la voluntad de cerrarla. Después, buscar el
consenso, a sabiendas que se deben hacer concesiones para conseguirlo
—cualquier consenso—, y una vez conseguido, el propósito de respetarlo. Quienes
no lo ven así, sus razones tendrán, pero me temo que les falla la primera
premisa: la de la voluntad.
Se atribuye a Bismark la revelación
que hizo a cierto embajador español de que admiraba a España. Al preguntarle el
embajador por la razón, el Canciller le dijo que, porque ni siquiera los
españoles, en su empeño, habían conseguido acabar con ella. O algo así.
Reproduzco la frase aquí porque la he visto citada muchas veces, pero no tengo documentada
la autoría. Me da igual: lo dijera Bismark o no, es una verdad atronadora. Los
españoles, cualquiera que sea el éxito como nación conseguido por consenso y
respetando las reglas (y/o el marco jurídico), están siempre dispuestos a sacar
la pistola. Si no para disparar al oponente (lo que sucede a menudo), para
pegarse un tiro en el pie.
Repasen la historia de los dos
últimos siglos y lo verán. Aunque algunos, como les es propio, dirán que es
debido a que se cierra la historia en falso. Deberían aclarar lo que significa
eso. Supongo que es no hacerlo a su manera, claro. Bismark tenía razón.
Román Rubio
Octubre 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario