lunes, 8 de octubre de 2018

GAMBERRADAS


GAMBERRADAS




Las hay con gracia y sin ella. Banksy, el incógnito artista, referente del Street Art, las hace con gracia. Se subastaba en Sotheby’s, de Londres, un cuadro suyo; en concreto el de la niña intentando alcanzar el globo rojo con forma de corazón, versión del original que una vez apareciera en una pared de Shoreditch, en Londres, y que había sido elegida por el público inglés en una macroencuesta como el cuadro favorito de entre todos los de artistas británicos, incluidos Turner, Lucien Freud, Francis Bacon y todos los demás. Tras producirse la venta, en la misma sala de subastas, el cuadro, como si de la cinta del superagente 86 se tratara, se autodestruyó. Al parecer, había un dispositivo instalado en el mismo marco que actuó como una trituradora de documentos y la mitad inferior del cuadro quedó cortada a finas tiras. Un comprador desconocido acababa de pagar por él 1.2 millones de euros. Lo nunca visto. Casualmente, un tipo “que se parecía” a Robin Gunningham, el artista de Bristol que parte de la prensa identifica con el misterioso artista, había sido expulsado de la sala por los de seguridad poco antes de iniciarse la subasta.
Todo muy confuso, chocante y gamberro, como el propio Banksy. Ahora bien, si lo que pretendía el artista era burlarse de los atributos del capitalismo y su pecaminoso efecto de mercantilización, le ha salido el tiro por la culata. Resulta que la obra triturada ha aumentado su valor en medio millón de libras, penique arriba o abajo, según los expertos tasadores. El dinero no admite burlas ni mascaradas. El misterioso comprador, lejos de verse perjudicado, salió aún más forrado. Aunque, tratándose de Banksy, no se sabe si hay aún alguna sorpresa.

En 2013 hizo algunas notables gamberradas en Nueva York para poner en evidencia la compleja, y a menudo absurda, relación entre dinero y arte. El 13 de octubre de aquel año, el artista instaló junto a Central Park, y durante un solo día, un puesto de venta de láminas de su autoría, firmadas por él, por el módico precio de $60 la pieza. Por supuesto, sin avisar. El hombre que atendía el puesto fue filmado aburriéndose casi todo el día por falta de clientes. Los turistas pasaban ignorando por completo el producto. A mediodía, una mujer compró dos para la habitación de los niños, no sin antes regatear y obtener un descuento de dos por uno. Otro hombre que dijo estar decorando su apartamento vacío de Chicago, compró cuatro y una turista de Nueva Zelanda dos más. Eso fue todo. En total se obtuvo $240. Cada obra estaba valorada en $30.000.
Y otra: El cuadro del artista conocido como “The Banality of the Banality of Evil” apareció, como por olvido, en el pequeño local de la asociación benéfica neoyorquina Housing Work -dedicada a ayudar a personas que viven en la calle-. Se trataba del cuadro de un paisaje, de los que se adquieren en una casa de muebles por unos pocos dólares, al que el artista había añadido la figura de un personaje sentado de espaldas que se identifica con Hitler, tranquilamente admirando el pacífico paisaje. La venta del cuadro supuso a la asociación la cantidad de $600.000. Regalo de Banksy.


Román Rubio
Octubre 2018

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