ROMA
No
he visto la película Roma del
mejicano Alfonso Cuarón. Por un motivo muy simple: no estoy abonado a Netflix,
aunque como lector de prensa que soy, tengo la suficiente información de la
misma para saber que está rodada en blanco y negro y trata, a través del día a
día, de una familia, de las especiales relaciones personales y de clase entre
hombres y mujeres, señores y criados (y señoras y criadas) y sus roles prácticos
y afectivos en el desarrollo de la vida familiar y su imbricación en el orden
social del México de los setenta del siglo pasado. Pero no es de la película de
lo que quiero hablar sino de la polémica levantada a propósito del subtitulado
de la misma en “español de España” para su exhibición en nuestro país, de modo
que mientras escuchamos cosas como “la playa de Veracruz está bien fea”, leemos
en los subtítulos: “la playa de Veracruz es fea”, más acorde a lo que diría un
“español”, o alguien que se supone que habla un español “neutro”. Para
adaptarse al gusto de aquí, “boleto” se convierte en “billete” en el subtítulo;
“se ha enojado” en “se ha enfadado”, “ustedes” en “vosotros” y lo que ya es
rizar el rizo: “mamá” en “madre”. Por si alguien no lo había entendido.
Las
críticas han sido variadas y desde todos los frentes: el mismo Cuarón ha
tachado la iniciativa de “parroquial ¿?, ignorante y ofensiva” y el escritor
mexicano residente en Barcelona Jordi Soler dice que es un acto “paternalista,
ofensivo y provinciano” y llega a decir que “no es para entender los diálogos;
es para colonizarnos”. Hasta mi admirado Alex Grijelmo ha salido a la palestra
opinando que la “traducción” (que no la transcripción) de los diálogos es innecesaria
ya que el contexto y la fuerza analógica del idioma resuelven las dudas. Estoy
de acuerdo: si una mujer dice “estar de encargo” por “estar embarazada” suele
quedar explicado en el contexto, especialmente si se toca la pancha, lo cuenta
como un problema y se ha visto acosada por el señorito. Con mayor motivo parece
innecesario escribir “¡espera!” cuando se escucha “¡aguarda!”.
Creo,
sin embargo, que se exagera. Que no hay motivo para rasgarse las vestiduras.
Pienso que algunos (principalmente mexicanos) ven paternalismo, colonialismo y
provincianismo donde solo hay un sentido práctico del uso de la lengua. Los
subtítulos siguen las directrices de las distribuidoras y se atienen a los
principios de claridad y economía en la exposición. Ningún diálogo, de ninguna
película, se traduce o transcribe literalmente. Ocuparía mucho espacio de
pantalla, quitando imagen, y no daría tiempo al espectador a leer todo en
determinadas escenas. Por eso, atendiendo a la claridad y la economía, el
“traductor” se debe esmerar en intentar poner el mensaje completo de la manera
más clara y con un número reducido de palabras. Y si se trata de interpretar lo
que dicen los personajes, ¿por qué habría que respetar todos los modismos que
dificultan la comprensión del espectador?
Quizá
el lector no sepa que cuando se dobla una película de Hollywood en nuestro
idioma se suelen hacer dos versiones: la versión de “español sudamericano” (se
ha conseguido hacer una jerga asumible para hablantes tan distintos como los
puertorriqueños y los chilenos) y la de “español”, se entiende que el europeo peninsular
y ni el español (a fuerza de costumbre) acepta de buen grado que Michael Caine
hable en “argentino” porteño ni el argentino que hable “español” de Valladolid.
No
conozco detalles de como el inglés ha solucionado el problema para que los
personajes de Liverpool o Glasgow de Ken Loach sean entendidos en Oklahoma (si
es que hay alguien allí interesado en hacerlo) o de si los londinenses pueden digerir
los episodios de The Wire sin “traducción” alguna, pero sí conozco los detalles
con los que se atendió a los asuntos lingüísticos en el rodaje de El señor de los anillos, en los que se puso
mucha atención y cuidado.
Se
desechó el acento americano como siempre que se trata de territorios de
leyendas supuestamente ancestrales. Así, los Hobbits hablan con acento de
Gloucestershire, dándoles un aire rústico e intemporal, respetando en el habla
las diferencias de clase; en Gondor se habla con acento RP (inglés BBC) con un
toque del norte de Inglaterra y en Rohan una mezcla de ambos. Y a los Orcos, se
les confirió un acento “cokney” urbano, con una voz ronca, en un intento de
reflejar su maldad. Para hacerse asesorar, los productores contrataron a Andrew
Jack, un especialista en dialectos del inglés, filólogo, como lo era el mismo
Tolkien.
Y
todo el mundo parece que quedó tan contento: los de Iowa, los de Edimburgo y
los de Perth. No hay nada como querer conformarse.
Román
Rubio
Enero
2019
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