jueves, 3 de enero de 2019

POGRAMA, POGRAMA Y POGRAMA.


POGRAMA, POGRAMA Y POGRAMA.




Acabo de leer en Valencia Plaza una entrevista a Luis Santamaría, presidente de la gestora popular en la ciudad de València, o algo así. Supongo que será el candidato de los populares a la alcaldía de València. Por si gana (y todo es posible desde que conocemos el resultado en Andalucía), el líder anuncia sus propuestas, que, según declara en la entrevista, son:
“Recuperar la denominación en castellano de la ciudad”, permitiendo llamar “las cosas por su nombre, como hacen las personas de esta ciudad”. Para quienes no sean de por aquí, les aclararé que la denominación de la ciudad en castellano es “Valencia”, en tanto que en valenciano es “València”. Y eso es todo, amigos. El hecho de hacer de un acento (que no es ni siquiera tónico, y que solo sirve para marcar la calidad de la “e”) el plato fuerte de una candidatura no es ser populista, no; es lo siguiente: se trata de elevar el símbolo a categoría de fundamento. O, como decimos por aquí: “de forment, ni un grá”. En una ocasión, un conductor profesional me contó que tenía instrucciones de ir a Génova desde Barcelona con un autocar a recoger unos turistas del puerto. El hombre pasó la frontera con su vehículo vacío y siguió las indicaciones en la autopista a Genève (Ginebra). Al llegar a la ciudad suiza, el conductor (que no era un lince en geografía), tras admirar el géiser del centro del lago Leman, comprendió que allí no había ningún crucero ni siquiera puerto, y telefoneó a su jefe en Barcelona que le relató en catalán, castellano y francés la secuencia detallada de cómo debía morirse, además de cuándo podía pasar a recoger el finiquito. Se entiende que en el caso de Vitoria-Gasteiz, San Sebastián-Donostia o Amberes-Anvers-Antwerpen pueda adquirir relevancia este tipo de argumento, pero, seamos serios: ¿Alguien se puede llamar a engaño por el caso que nos ocupa?

Pero ¡ojo!, que el avispado “pepero” no quiere dejar escapar los votos de los valencianoparlantes, con lo que señala que se mantendrá también la forma valenciana: “Aquí cabemos todos, los valencianohablantes y los castellanohablantes, lo que no caben son las exclusiones”, aunque, en lo que se refiere a la denominación en valenciano, precisa: “se respetará la ortografía real, la que habla la gente, la que se enseña a los valencianos desde el siglo XIX en los cursos de Lo Rat Penat”. Y vuelve a meter la pata el prohombre valenciano. Señor Santamaría: la “gente” no “habla” ninguna ortografía. Ni la de Lo Rat Penat ni ninguna otra. Por la sencilla razón que la ortografía es “la parte de la gramática que se ocupa de dictar normas para la “escritura” de una lengua”. Resumiendo: que lo que quiere es quitar el acento de la “e” y que cada uno lo pronuncie como quiera. ¿De verdad alguien cree que el acento grave de la “e” es algo que quita o añade algo a la vida de ochocientos mil ciudadanos?

Después de confesarse escandalizado por el cuestionado aumento de delincuencia en barrios como Velluters, Cabanyal y Orriols sin hacer ningún tipo de autocrítica (¿quién se empeñó, empecinadamente, en derribar el barrio del Cabanyal, fomentando la creación de la Zona Cero?) promete “devolver a los vecinos los espacios urbanos que, como los jardines, se han convertido en supermercados de droga y son auténticos puntos negros de la ciudad”. ¿No le parece, señor lo que sea, un poquito exagerado? Yo recorro varias veces a la semana el Parque del Turia (jardín urbano por excelencia) y veo gente jugando al fútbol, rugby o baseball, ensayando bailes, entrenando perros, y a muchas familias, ciclistas, paseantes y runners, sobre todo runners (antes corredores), pero lo que es vendedores de drogas, nunca me he encontrado con ninguno, que yo haya podido apreciar, porque alguno habrá. Como supongo que habrá sastres, zapateros remendones o empleados de El Corte Inglés, y no veo a ninguno dando puntos con la aguja o poniendo tacones.

Y, por último, otro de los caballos de batalla de los del PP: “Vamos a aprobar una ordenanza que regule la movilidad de los valencianos sin criminalizar ningún tipo de vehículo y acabando con los atascos interminables en los que nos ha sumido el tripartito”. Y otra vez se le ve el plumero al lumbreras. Yo, los atascos no los veo por ningún lado. Ahora bien: en un momento de mi vida acepté que no podía ir a ponerle una vela a la Mare de Deu en coche. Y me acostumbré a ir caminando. Y no demonizo ningún vehículo. Tengo coche, bicicleta y bonobús. Y voy donde quiero y como quiero (o como más cómodo me resulta). Me falta el patinete, pero si se trata de dar por saco al susodicho y a sus palmeros, me compraré uno.

Román Rubio
Enero 2019









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