POGRAMA, POGRAMA Y
POGRAMA.
Acabo de leer en Valencia Plaza
una entrevista a Luis Santamaría, presidente de la gestora popular en la ciudad
de València, o algo así. Supongo que será el candidato de los populares a la
alcaldía de València. Por si gana (y todo es posible desde que conocemos el
resultado en Andalucía), el líder anuncia sus propuestas, que, según declara en
la entrevista, son:
“Recuperar la denominación en castellano de la ciudad”, permitiendo
llamar “las cosas por su nombre, como hacen
las personas de esta ciudad”. Para quienes no sean de por aquí, les
aclararé que la denominación de la ciudad en castellano es “Valencia”, en tanto
que en valenciano es “València”. Y eso es todo, amigos. El hecho de hacer de un
acento (que no es ni siquiera tónico, y que solo sirve para marcar la calidad
de la “e”) el plato fuerte de una candidatura no es ser populista, no; es lo
siguiente: se trata de elevar el símbolo a categoría de fundamento. O, como
decimos por aquí: “de forment, ni un grá”.
En una ocasión, un conductor profesional me contó que tenía instrucciones de ir
a Génova desde Barcelona con un autocar a recoger unos turistas del puerto. El
hombre pasó la frontera con su vehículo vacío y siguió las indicaciones en la
autopista a Genève (Ginebra). Al llegar a la ciudad suiza, el conductor (que no
era un lince en geografía), tras admirar el géiser del centro del lago Leman, comprendió
que allí no había ningún crucero ni siquiera puerto, y telefoneó a su jefe en
Barcelona que le relató en catalán, castellano y francés la secuencia detallada
de cómo debía morirse, además de cuándo podía pasar a recoger el finiquito. Se
entiende que en el caso de Vitoria-Gasteiz, San Sebastián-Donostia o Amberes-Anvers-Antwerpen
pueda adquirir relevancia este tipo de argumento, pero, seamos serios: ¿Alguien se puede llamar a engaño por el caso que nos ocupa?
Después de confesarse
escandalizado por el cuestionado aumento de delincuencia en barrios como
Velluters, Cabanyal y Orriols sin hacer ningún tipo de autocrítica (¿quién se
empeñó, empecinadamente, en derribar el barrio del Cabanyal, fomentando la
creación de la Zona Cero?) promete “devolver
a los vecinos los espacios urbanos que, como los jardines, se han convertido en
supermercados de droga y son auténticos puntos negros de la ciudad”. ¿No le
parece, señor lo que sea, un poquito exagerado? Yo recorro varias veces a la
semana el Parque del Turia (jardín urbano por excelencia) y veo gente jugando al
fútbol, rugby o baseball, ensayando bailes, entrenando perros, y a muchas
familias, ciclistas, paseantes y runners,
sobre todo runners (antes corredores),
pero lo que es vendedores de drogas, nunca me he encontrado con ninguno, que yo
haya podido apreciar, porque alguno habrá. Como supongo que habrá sastres, zapateros
remendones o empleados de El Corte Inglés, y no veo a ninguno dando puntos con
la aguja o poniendo tacones.
Y, por último, otro de los
caballos de batalla de los del PP: “Vamos
a aprobar una ordenanza que regule la movilidad de los valencianos sin
criminalizar ningún tipo de vehículo y acabando con los atascos interminables
en los que nos ha sumido el tripartito”. Y otra vez se le ve el plumero al lumbreras.
Yo, los atascos no los veo por ningún lado. Ahora bien: en un momento de mi
vida acepté que no podía ir a ponerle una vela a la Mare de Deu en coche. Y me
acostumbré a ir caminando. Y no demonizo ningún vehículo. Tengo coche,
bicicleta y bonobús. Y voy donde quiero y como quiero (o como más cómodo me resulta).
Me falta el patinete, pero si se trata de dar por saco al susodicho y a sus palmeros, me compraré uno.
Román Rubio
Enero 2019
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