COMUNICACIÓN
INCLUSIVA
Me alegré cuando Obama fue elegido Presidente.
Porque era (y es) negro, sí; pero no solo, sino porque es un tipo elegante,
educado, dialogante, diplomático, sincero y con un excelente sentido del humor
(como demostraba en cada una de las cenas de la prensa). Al contrario del
brutal patán de color calabaza que le ha sustituido en el cargo.
Haciendo gala de mi “transversalidad” en los asuntos
políticos, siempre he expresado mi admiración y simpatía por Manuela Carmena —por
su talante y sentido común— y por Angela Merkel (para pasmo de mis amigos
progres) por su sensatez e inapelable conminación a los países meridionales de
“gasta lo que tienes”.
Me llevé una sorpresa agradable el otro día al
enterarme de que, por primera vez, una mujer, Patricia Ortega, había sido
promocionada al cargo de general del Ejército Español “por haber acumulado el
mérito y capacidad para ello, y no por cupos”, como señaló el Jefe de Estado
Mayor en presencia de su jefa directa, la Ministra Margarita Robles, y me llamó
la atención que la flamante general no hiciera alegato feminista alguno en su
primer discurso en el empleo para disgusto de algunas personas que murmuraron
por lo bajini con el gesto torcido.
Hace unos días la alemana Ursula Von der Leyen
—madre de siete hijos, además de ministra de defensa de su país— fue nombrada
presidenta de la Comisión Europea, unos días después de que Christine Lagarde dimitiera
como jefa del FMI para pasar a dirigir el Banco Central Europeo; y otra mujer,
la ministra Calviño, suena como sustituta de Lagarde en Washington.
No me considero, por tanto, ni racista, ni homófobo
ni cosas así, pero como las mujeres del César no solo tenemos que ser
virtuosas, sino parecerlo, incitado por Javier Marías, me he hecho con una Guía de Comunicación Inclusiva editada
por el Ayuntamiento de Barcelona para ver de pulir y poner al día mi torpe y
atrasado lenguaje, al parecer irrespetuoso y muy alejado de ayudar a “construir
un mundo más igualitario”.
El apartado de Racismo
y prejuicios étnicos y culturales
no tiene desperdicio. En primer lugar nos dice que “un tercio de la ciudadanía
de Barcelona proviene de orígenes y contextos culturales diversos” ¿Diversos?
¿Un tercio? ¿Y qué pasa con los otros dos tercios, que “son de aquí”? Todos son
diversos; ahora, si lo que quieren decir es que no son autóctonos… Después
continúa explicando que la “racialización”
es “una construcción social que sitúa a las personas blancas por encima del
resto” (gracias por la aclaración), para terminar añadiendo el enigmático y
ocurrente axioma de que, aunque las razas no existen, el racismo sí.
Y pasa a hacer una recolección de palabras y
expresiones a evitar y a sustituir por otras: inmigrante y emigrante pasan
a ser proscritas; hay que decir migrante,
como las aves, y persona de color o negro quedan prohibidas en beneficio de persona negra (no veo la mejora, aparte
ser mucho más inespecífica), persona afrodescendiente
(muy práctico) o la extravagante y poco concreta persona racializada. No sé ustedes, pero yo, a pesar de mis
esfuerzos, no me veo diciendo: “tengo a una persona
racializada” como nuevo vecino en la finca. Por supuesto el moro y la mora deben ser nombrados como persona
del Magreb (lo de magrebí ni se nombra en la moderna guía) y al inmigrante de segunda generación se
invita a llamarlo descendiente de
personas que migraron, lo que no parece ser un enorme avance.
En el capítulo del lenguaje homófobo o sexista
también hay indicaciones pintorescas. Por ejemplo, la contundente expresión vete a tomar por el culo aparece como
inaceptable y se propone, en cambio, la más amable de vete a freír espárragos, lo que habría contado con la aprobación de
mi abuela, que habría añadido, quizá, vete
a hacer gárgaras, y la expresión cambio
de sexo aparece como no respetuosa, proponiendo operaciones de afirmación de género en su lugar, confundiendo, en
mi opinión, los conceptos de género y sexo.
El capítulo de discapacidades físicas y mentales es
también amplio. Se consideran expresiones no respetuosas discapacidad, incapacidad, deficiente, minusválido, inválido,
paralítico y cojo, para sustituirlos por circunloquios como persona en situación de discapacidad, o
las poco concretas de persona con
discapacidad física (¿pero, no habíamos quedado que discapacidad era humillante?), o la vaga persona con movilidad reducida (¿es cojo, va en silla de ruedas o
está postrado?
El ciego y
el sordo pasan a ser persona con ceguera y cosas así y lo más
chocante: el lenguaje de signos es
una expresión poco respetuosa y debe decirse lengua de signos en su lugar.
En fin, me dejo capítulos sustanciales y
sustanciosos como el de salud mental, pero lo pueden consultar, si gustan, en
el siguiente enlace:
Estoy tratando de interiorizar las consignas del
Ayuntamiento de Colau. Para ello me leo una y otra vez la lista de expresiones
correctas intentando automatizarlas. Prometo borrar de mi vocabulario palabras
ofensivas como “hermafrodita” para
referirme a una “persona con DSD (diferencias
en el desarrollo sexual)”. Y si no me entienden, pues allá ustedes.
Román Rubio
Julio 2019
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