SENTIDO COMÚN
Todo el mundo sabe qué es el sentido común, aunque a
la mayoría, a bote pronto, le cueste definirlo. Se trata más o menos de “los
conocimientos y las creencias compartidos por una comunidad y considerados como
prudentes, lógicos o válidos”. O, dicho de otra manera: “la capacidad natural
de juzgar los acontecimientos y eventos de forma razonable”.
Es uno de esos conceptos que se entienden mejor
mostrando ejemplos. Valga uno:
Hay en el Índico una pequeña isla, perteneciente a
la India, aunque alejada 100 millas de su costa, que está habitada por una
población de unos 200 cazadores-recolectores, alejados de la civilización y que
siempre se han mostrado hostiles a las visitas de los “civilizados”,
recibiéndoles a flechazos, y no precisamente amorosos, como los de Cupido.
Hace justo un año (el noviembre pasado), el
estadounidense de 26 años John Allen Chau desapareció en la isla y nunca más se
supo de él. El joven desembarcó armado de una Biblia, con el firme propósito de
cristianizar a sus habitantes. El día anterior a su desaparición había hecho el
primer intento de desembarco del que reculó, rechazado por las flechas,
mientras gritaba: “Mi nombre es John, os amo y Jesús os ama”. O así fue como lo
consignó el devoto iluminado en su diario.
La situación es, a todas luces absurda, carente de “sentido
común”. En primer lugar, ¿qué interés o ventaja puede tener para unos seres “primitivos”
el hecho de que un tal Jesús les ame? ¿Por qué habrían de querer ser
cristianizados, si es que llegaran a intuir que ese era el propósito del hombre
blanco? Y, ¿por qué extraña circunstancia habrían de entender el mensaje si el americano
se lo gritaba en inglés?
Hace poco he escuchado en la radio las declaraciones
de una miembro de los CDR de Cataluña defendiendo las actuaciones de los
piquetes causantes de los desórdenes públicos allí. Al ser interpelada acerca
del (mal) uso de la libertad de algunos que lesiona la de muchos —como los
transportistas camino de Francia o quienes quieren asistir a las clases de la
Universidad— la militante ha venido a decir que se aguanten, que la libertad individual
está subordinada a la libertad colectiva y que para conseguir esta hay que
sacrificar aquella, porque —dice la militante— “las acciones tienen que estar
al servicio de la razón y la razón la tenemos nosotros”.
Así de claro lo tiene. “¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla”. No, no se
confundan: esas palabras son de Antonio Machado, mucho más humilde titubeante y
tibio (y muchísimo más sabio) que de la militante de la CUP.
Para que las personas se entiendan debe haber, en
primer lugar, “sentido común”, que, como dice la filosofía popular “no es el más común de los sentidos”. Y que
antes — parece que hace siglos— en aquel país sí que lo había, y le llamaban seny.
Román Rubio
Noviembre 2019
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