EL
HOMBRE PRUDENTE
A mí me pasa. Basta con que me queje de la ineficacia
o impericia de un delantero viendo un partido de fútbol para que este marque un
golazo dejando a quien esto escribe con la impresión de lo guapo que habría
estado calladito. En la cancha, a menudo, el jugador lo escenifica llevándose
el dedo a la boca mandando callar a los descreídos como yo. El destino parece
empeñado en quitarle a uno la razón. Y es que no hay razón que valga en los
asuntos que no dependen de uno. Me lo dijo una vez alguien más sabio que yo: “Nunca
presumas de buena salud que ya se encargarán los bichos o las mutaciones
celulares de dejarte como un idiota, ni
presumas de nada que no dependa directamente de ti”. Será por eso que siempre he encontrado ridículo
aquello del orgullo de ser español, vasco o serbio, ya que —aparte, quizá, del
alcalde de Bilbao— nadie elige donde nace.
En cuanto a lo que depende de uno, tampoco hay que
presumir demasiado, pues uno es frágil, limitado e insignificante ante los
embates de la caprichosa chiripa (o contingencia, como dirían en el pueblo
aquel de Albacete). En definitiva, que hay que ser prudentes, coño.
Los políticos también. Estos, en su ciega lucha por
el poder, y apremiados en muchos casos por los prejuicios etnocentristas de su tribu,
han olvidado la levedad de sus personas y anhelos frente a los avatares del
destino y hacen el bocazas sin descanso.
El adalid del País de la Estela aconseja no viajar
al País del Madroño para preservar a los habitantes de su tribu de la sarna que
campea por aquellas dehesas. Su segunda de abordo, portavoz de los de la raza
elegida, había dicho que, desvinculados de los del Madroño, los Castañuelas,
los Percebeiros, los Hidalgos y otros taifas menores, las cosas irían mucho mejor para ellos, cosa
que la maldita sarna se encargó en contradecir algo después convirtiéndoles a
ellos en los apestados, lo que no impidió a los de la Estela solicitar a los
sarnosos que fueran a veranear a su territorio y llenaran los hoteles para
salvar así la temporada.
La Amazona del País del Madroño, poseída en
ocasiones por delirios marianos, no tenía (y tiene) más empeño que contradecir
al Gobierno de la Galaxia, y los de su secta critican a los del Gobierno despiadadamente y se declaran continuamente en
rebeldía, ora por tomar el mando sobre sus taifas (lo que consideran una
intromisión inaceptable) ora por devolvérselo (lo que consideran una dejación
de funciones).
Y en medio de tanta cigarra arribista, ineficaz,
lenguaraz y petulante, un hombre justo. Al frente del País de la Luz…, patria
de naranjas y fuegos fatuos, un hombre que no presumía de haber logrado
mantener a su País con el menor número de casos de sarna del Reino. Bueno, él,
en realidad, no había hecho algo muy distinto a los demás, pero al menos era consciente
de que la fortuna, el azar, la suerte, el sino, el destino o quien quiera que
fuese había soslayado (o amortiguado) el paso por su tierra. Toquemos madera.
Y prudente como era, el caudillo no sacó pecho, ni se
hizo atribuir el mérito ni buscó medalla alguna, lo que engrandece su figura.
El hombre es tranquilo y sobre todo es prudente, y
la prudencia le enaltece. Que siga así. Le expreso mi reconocimiento y le deseo
lo mejor. Que siga prestando atención a los días ventosos y que no caiga en la
tentación de sacar pecho ante lo incontrolable, pues el destino y el delantero
siempre van a por el partido y a llevarle a uno la contraria.
Román Rubio
Septiembre 2020
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