CARNE
O PESCADO
A partir de cierta edad uno empieza a tener la
inquietante sensación de que las cosas antes eran más simples, más claras, más
inteligibles. Ocurre, por ejemplo, cuando nos falla el ordenador. Reconocemos
su valía al tiempo que añoramos aquella máquina de escribir a la que apretabas
una tecla y veías cómo se levantaba una varilla de hierro que golpeaba el carro
a través de una cinta de tinta y tenías la impresión de habitar un mundo
comprensible. Hoy una avería te remite indefenso y desarmado a mundos de
interfaces y líneas de código incomprensibles para quienes estudiamos el
catecismo en la escuela.
De un tiempo a esta parte tengo la impresión de que
el debate sexo/género se me escapa. Me di cuenta el día que leí sobre la
campaña suscitada en el Reino Unido contra la escritora J.K. Rawling (autora de
Harry Potter) por intervenir en un debate en las redes sociales en el que
alguien definía al género femenino como “gente que menstrua” y la Rowling
intervino diciendo que “esa gente” solía tener un nombre: “mujer”; lo que
encendió las iras de ciertos sectores del colectivo LGTBI (perdón si me olvido
de alguna letra).
El problema, para mí, no era posicionarme en el
debate, sino entender siquiera de que iba, por qué había intervenido la escritora
y por qué había zaherido a tanta gente. Para mí era obvio: alguien que menstrua
es una mujer, pero, si es tan obvio, ¿por qué señalarlo en un debate? ¿Es que
acaso hace falta recalcar que es un gato ese animal pequeño, peludo y con
bigotes que dice miau?
Pues no, señores; la cosa no es tan fácil. Y para
iluminar mi camino de persona ignorante y trasnochada me encontré con el
estupendo artículo en el País Semanal Lo
que “nosotres” tenemos que decir, de Pepe Barahona y Fernando Ruso, del que
aprendí muchas cosas. Estoy seguro de que ustedes, personas más puestas al día,
son conocedoras de todo lo que voy a decir. En ese caso se pueden ahorrar la
lectura del resto del artículo.
Todo se enmarca dentro de lo que se entiende como el
activismo queer, teoría que entiende
los géneros como un constructo social, una ficción cultural que excluye a lo
que no es norma. En español se ha adaptado el término y lo que en inglés es genderqueer se dice aquí cuirgénero, que puede ser transgénero o transbinario
(cuando una persona no siente la pertenencia al que se le asigna al nacer —a
diferencia de cisgénero, que
significa lo contrario—) o no binario (que no encaja en las categorías de
hombre-mujer).
También entiendo que existe el concepto de agénero (que no sé exactamente si se
trata de un caso de transgénero o género no binario), de modo que Sam, de 24
años, en ese mismo artículo, se declara “agénero, queer y pansexual”, o, como él mismo aclara, “ni chocolate ni
vainilla”, lo que simplifica bastante la explicación.
Además de los conceptos de queer, agénero, transgénero, cisgénero, no binario y pansexual
existe el estatus de bigénero, como se define Vera, otro personaje que aparece
en el artículo. Se trata de ir variando de género pasando del masculino al
femenino según las circunstancias: unos ratos, unos días, en ciertos momentos o
con ciertas personas carne y en otras circunstancias, ratos días o momentos
pescado. Es lo que también se entiende como genderfluid,
o género fluido.
No digo que tiempos pasados fueran mejores, ¿eh? En
absoluto. Es estupendo que haya tanta variedad y, sobre todo, tanta libertad
para elegir. Simplemente quiero confesar mi pizca de confusión con la
terminología y expresar mi ternura (que no añoranza) por aquellos tiempos simples
de la máquina de escribir en que existían el género masculino, el femenino y el
mediopensionista. Y eso explicaba todo. Así, sencillito.
Román Rubio
Diciembre 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario