LO
HE VISTO EN TU PASAPORTE
Recuerdo mi primer pasaporte. Era una libreta verde,
con el nombre de España en la portada y el escudo del aguilucho con el logo
“UNA, GRANDE, LIBRE”, y servía para viajar a todos los países del mundo menos a
Albania, Mongolia Exterior (para mí era un enigma lo de “Exterior”,
tratándose de un país sin salida al mar), República Democrática de Vietnam
(Vietnam del Norte) y República Popular de Corea, sitios todos ellos a los que
uno tampoco tenía mucho interés en ir.
Hace poco renové el pasaporte actual. Este, de color
vino y con el logo de Unión Europea en la portada. No consta limitación alguna
de tránsito, al menos en el papel. Y toda esa maravilla de salvoconducto, que
abre las puertas del mundo, por el módico precio que hube de pagar de 30€. Una
ganga. Aunque ya sabemos que una cosa es lo que valen las cosas y otra lo que
cuestan. El pasaporte es barato y muy valioso a la vez. Bueno, el de la Unión
Europea, el de Estados Unidos y cuatro o cinco más como el de Australia, Nueva
Zelanda, Suiza, Noruega… y pare usted de contar, porque el resto de pasaportes
valen poco y algunos de ellos menos aún de lo que cuestan.
Vean sino al hombre de la foto. Apostaríamos, sin peligro
a equivocarnos, que no lleva pasaporte alguno; en primer lugar porque se ve que
no trae nada más que la ropa que lleva puesta, sucia de la arena de la playa; y
en segundo lugar porque ¿para qué hace falta un pasaporte si sabes que no te
van a dejar entrar? Es como intentar ir a la ópera con el ticket del Mercadona.
En momentos así aprecia uno de qué va eso del
privilegio al nacer. Algunos creen que es cosa moderna, pero, quiá, esto viene de lejos. Vean sino lo
que ocurrió hace más de veinte siglos en los alrededores de Jerusalén (¿he
dicho Jerusalén?) según el testimonio de un tal Lucas, famoso por haber
relatado las andanzas de Jesús y sus discípulos:
Cuando
le tuvieron ya extendido para los azotes, dijo Pablo al centurión allí
presente: “¿Os está permitido flagelar a un hombre romano que no ha sido
previamente juzgado?” Al oír esto el centurión, se fue al tribuno y le avisó
diciendo: “¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es romano.” Vino, pues, el
tribuno y le dijo: “Dime, ¿eres romano, tú?” Él le dijo: “Sí.” Y respondió el tribuno: “A
mí me costó un gran capital adquirir esta ciudadanía.” Pablo dijo: “Pues a mí
solo nacer.” Al instante, pues, se retiraron de él los que se disponían a
torturarlo. Y el tribuno tuvo miedo al saber que era romano y que lo había
hecho apresar.
Hechos
de los Apóstoles 22, 25-29
Y así fue como ocurrió hace dos mil años. Como ahora.
A unos les cuesta mucho lo que otros obtienen con solo nacer. Y 30 eurillos.
Román Rubio
Mayo 2021
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