MADRID, MADRID, MADRID
(Oda a la vida retirada)
Si digo que me esperaba el resultado de las
elecciones de Madrid corro el peligro de que se me diga aquello de “a toro
pasado…”, pero es la verdad. Pese a huir como del diablo del debate madrileño,
me topaba cada día con un montón de críticas feroces, burlas y ridiculizaciones
de la candidata Ayuso, esa mujer “con su aire
de peponcita del cine mudo, una pizca posmoderna”, como la describe Antonio
Elorza en El País.
Tanto chiste, oprobio, mofa y befa escuché de ella
que tuve claro que había de ganar con amplia mayoría, si no, ¿a qué venía tanto
ruido?
Me sorprende que no lo tuvieran tan claro los que parecen haber caído del guindo. Quienes
viven en este lado del río solo reciben mensajes de la “prensa amiga”, escuchan
las “emisoras amigas”, ven a Wyoming y se constituyen en grupos compactos en
redes sociales en donde es casi imposible ver notas discordantes que les lleva
a una visión con orejeras —esas viseras laterales que ponían a las caballerías
para que miraran siempre al mismo lado—. Así, Ayuso se ridiculizaba y demonizaba
tanto en esta parte del Danubio como crecía su aura en la otra.
¿Y qué ocurría allí, en la otra orilla? Pues, lo
mismo: el rebaño leía sus periódicos, escuchaba a sus tertulianos y formaban
sus grupos de facebook y wasap en donde corrían vídeos y memes de ministros,
ministras y ministres hablando de niñas, niños y niñes atendidos por pedagogos,
pedagogas y pedagogues, provocando el pasmo y la chirigota del personal.
Predecir el resultado era fácil y difícil a la vez:
solo había que subirse a mitad del puente y contar las reses, pero, ay, también
sabemos que la vista engaña y uno ve lo que quiere ver. Ya lo dijo Groucho Marx: ¿a quién va usted a
creer, señora, a mí o a sus propios ojos?
Lo siento por Gabilondo. Era mi candidato. Me gusta
su disposición sosegada, su discurso argumentativo, su pragmatismo y su talante
tranquilo, sin algaradas. Por los mismos motivos expresé mis preferencias por Ximo
Puig y, en su día, por Rubalcaba o por Carmena. También por Angela Merkel —lo
que me ha acarreado la crítica de algunos de mis lectores, que la tachan de
azote de los pueblos del sur—.
No es tiempo, sin embargo, de aguas tranquilas ni de
guarecerse de “aqueste mar tempestuoso”,
como Fray Luís de León; son tiempos de embiste, ambición sin límites, patadas
en los tobillos, exabruptos, eslogancillos fáciles y resultones, insultos y
algaradas. Malos tiempos para el sosiego y los oyentes de Radio Clásica.
Y por el centro del cada vez más tumultuoso río, se ve
pasar algún que otro cadáver. Hoy, el de Pablo Iglesias; ayer el de Albert Ribera,
mañana… La corriente los arrastra a esa Isla de los Niños Perdidos donde moran
gente como Isabel Tocino, Hernández Mancha, Roca Junyent, Gerardo Iglesias o
Rosa Díez, que hoy estarán preparando la habitación de Pablo y desalojando de
trastos de la de Arrimadas, a la que se espera pronto, mientras se distraen con los programas de Michael
Portillo, otro cadáver de la política, reciclado en viajero de tren con su
guía Brandshaw.
Y mientras los madrileños viven la resaca del combate, a Gabilondo se le ve
absorto por El Retiro recitando los versos del poeta:
Román Rubio
Mayo 2021
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