LA
CULPA LA TIENE FRANCO
Hace unos lustros echábamos a Franco la culpa de
todo: no solo de la despiadada represión contra los perdedores, que la tenía,
sino de asuntos banales como el asfaltado de la calle donde uno vivía y hasta de
cosas tan alejadas de la Jefatura del Estado como la lluvia o el granizo.
Hoy, la culpa ya no es de Franco, sino de…, de…,
bueno, depende.
No hace mucho, en la era anterior a la mascarilla,
fui a una ferretería del centro de mi ciudad, de las de siempre, a comprar una
cafetera. Allí, la dueña se quejaba amargamente ante una clienta del gran bajón
de ventas del comercio y del hecho de que otros establecimientos del ramo, “de
los de siempre”, estaban cerrando por falta de negocio.
¿Y qué o quién era el culpable de su ruina? Pues el
señor alcalde, el señor Ribó, que con la colaboración necesaria de su ayudante,
Belcebú Grezzi, había decidido peatonalizar o restringir el tráfico de la zona,
privando a la gente de los extrarradios de
venir al centro a comprar las regaderas, tenazas, cubiertos, cuchillos y otros
utensilios.
No intervine en la conversación por educación, ya
que se trataba de un coloquio privado al que no había sido invitado. Me mordí,
pues, la lengua mientras imaginaba todos los argumentos que la ferretera
obviaba.
1º.- ¿Desconocía el hecho de que hoy en día, a
diferencia de tiempos pretéritos, hay un bazar en cada esquina regentado por
budistas-taoístas que vende productos importados a la cuarta parte del precio
de las tiendas de los cristianos viejos?
2º.- ¿Acaso no se había enterado que en los
extrarradios hay centros comerciales que alojan cadenas francesas o alemanas
con una completa selección de toda clase
de utensilios para hogar, jardín y huerto que hacen innecesario el
desplazamiento al centro?
3º.- ¿Ignoraba que Internet ha generado el comercio
electrónico posibilitando la compra desde casa?
Pues, no. La culpa era del señor alcalde, empeñado
en tratar de hacer la ciudad más cómoda y habitable para sus ciudadanos transeúntes.
Y, de paso, joderle el negocio a ella.
No siempre la culpa es del alcalde. A veces es de
los hombres; así, en general.
Viena es una ciudad estupenda, monumental y
agradable de pasear y de vivir. Lo que no sabíamos es que ello —según la
vicealcaldesa Maria Vassilakou, del Partido Verde— es gracias a un urbanismo “feminista”,
que la hace más humana, más peatonal, menos amiga de los coches y con mejores y
más cercanos servicios. Y todo porque a los hombres, según cierto ideario
extendido hoy, nos gustan las ciudades
agresivas, llenas de ruidos y humos, con un centro inaccesible y con servicios
malos y lejanos, y no nos hemos dado cuenta de que “la ciudad de los quince
minutos” (ya saben, esa en la que se pueden obtener la mayoría de los servicios
en desplazamientos de esa duración) es un planteamiento no de los ciudadanos y
del sentido común sino feminista.
Pues, miren; si esto es así, me apunto al urbanismo
“feminista”: al de Ribó y al de la vicealcaldesa vienesa y me opongo al
machismo de los vieneses (hombres) amantes del coche y los humos en el centro y
al de la propietaria de la ferretería.
Y es que, a la hora de buscar culpables (Franco, el
alcalde, los hombres) cada uno los elige a conveniencia. En un pueblo cercano
al mío, el tonto del pueblo (como se le conocía cruelmente en la época) creía
que la culpa de los accidentes de tráfico era de la Guardia Civil. Si no, ¿por
qué había un coche de la Benemérita en el lugar de cada accidente, eh?
Por cierto, una de las iniciativas del ayuntamiento
vienés es la de poner nombres de mujeres a las calles, y las han rotulado con nombres como los de Hannah Arendt o Janis
Joplin. No me importaría que a mi calle le pusieran el nombre de mis admiradas
Joplin o Arendt. Otra cosa sería que la bautizaran Avenida de La Pantoja. Así,
ya…
Román Rubio
Junio 2021
No hay comentarios:
Publicar un comentario