PORTIA
Portia es joven, bella e inteligente y está
prometida con el gallardo y bondadoso Antonio, que es demandado por el judío
Shylock ante la corte del Dux de Venecia por el impago o demora en el pago de
una deuda en la que Antonio había incurrido por supuesto naufragio de unos
barcos. El precio es terrible, pues en el contrato se especifica que el deudor
debe pagar con una libra de su propia carne y Shylock exige que esta sea
próxima al corazón. Quien ejerce la defensa del deudor es Portia, que,
disfrazada de hombre, da la razón al viejo avaro con la condición de que se
cobrara la deuda sin derramar una gota de sangre.
Se pueden imaginar el desenlace. De un lado la
juventud, la belleza y la generosidad de la joven cristiana; del otro, la vejez
y la avaricia del judío. Pues eso, han acertado. Aunque, lamentablemente, y
tratándose del siglo XVI, la joven tuviera que travestirse en hombre.
En el mundo real muchos escritores han decidido
adoptar un seudónimo para publicar sus obras, bien para proteger su reputación
como es el caso de Charles L. Dogson (Lewis Carroll) y tantos otros doctos
profesores de Oxford que decidían probar con el bestseller, John Banville
(Benjamin Black) para marcar registros distintos, o Robert Galbraith (J. K. Rowling),
que una vez terminada su saga de Harry Potter con éxito arrollador decidió
tantear el mercado con un seudónimo hasta que se dio cuenta que era mucho más
rentable para ella y la editorial quitarse la máscara. Por no hablar del
célebre caso de Elena Ferrante, todavía sin desenmascarar.
Mary Ann Evans (George Elliot) y Aurore Lucile Dupin
de Dudevant (Geoge Sand), en el siglo XIX, hubieron de adoptar nombre masculino
para poder publicar. Otras, como la autora de novela romántica Megan Maxwell (María
del Carmen Rodríguez) o Alice Kellen (que no ha desvelado su verdadero nombre,
aunque sí su imagen) lo hacen con el propósito de desligar su vida profesional
de la personal. Excepto en el caso de las autoras decimonónicas, que lo hacían
obligadas, los/las demás pueden hacer bueno aquello de “escribo con seudónimo
porque me interesa, porque soy libre y porque me da la gana”.
Tres guionistas profesionales, Antonio Mercero,
Jorge Díaz y Agustín Martínez, bajo el nombre pantalla de Carmen Mola, habían
escrito una exitosa trilogía de novela negra —que no he leído dado mi desapego
por el género— que incluye La novia
gitana.
El asunto no habría tenido más trascendencia —¿o sí?— si no hubiesen
resultado ganadores del último Premio Planeta, dotado con un millón de euros
con su novela La bestia.
A partir de ahí, y probablemente propiciado por
envidias, rencores, maledicencias y resquemores, un grupo no sé si numeroso
pero ciertamente ruidoso ha decidido poner el grito en el cielo, no está claro si
por ser tres, por ser hombres, por usar un seudónimo, por usar un seudónimo
femenino o por haber ganado tanta celebridad y dinero. O por todo ello. Una
librería de Madrid procedió a retirar los libros de Carmen Mola de sus
estanterías nada más conocerse la identidad real de “los” autores, lo que hace
que nos preguntemos por qué los tenían en sus expositores si no tenían la
calidad literaria necesaria o por qué los han retirado si la tenían. Adivinen
la razón.
Para muchos, entre los que me incluyo, el asunto ha
sido una fiesta, un sainete, una carcajada propiciada por una impostura que,
como las buenas gamberradas, no hace daño a nadie. Pero no todo el mundo lo ha
visto así. Para otros/as ha sido un insulto al género femenino. Lo fue el hecho
de tener que hacerse pasar por un hombre para publicar (en lo que estoy de
acuerdo) y lo contrario. Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio.
Les contaré un caso que acabo de leer en El Confidencial
firmado por Soto Ivars: un escritor madurito y poco exitoso, Sergi Puertas, harto
de enviar sus manuscritos a editoriales y obtener el silencio por respuesta se
dio cuenta de que el mayor inconveniente era él mismo, su persona, con lo que
se decidió a cambiar de imagen. Se creó un perfil en Facebook y una cuenta de gmail
y se bajó una foto de internet de una joven agraciada de 25 años con suéter de
cuello alto, media melena y expresión modosita a la que hizo llamar Lidia.
Pronto, subiendo los mismos contenidos que antes a la red, empezó a obtener más
likes y seguidores en un par de
semanas de lo que había obtenido en toda su historia de cincuentón. Y decidió,
con su nueva identidad, probar suerte con su último manuscrito. Enseguida se
percató de sus nuevos poderes cuando empezó a recibir respuestas de los editores,
algunos con el contrato ya redactado a espera de la firma. Al final, el autor
eligió la editorial Impedimenta y se desenmascaró ante el editor. Este, al
principio, indignado, cortó la comunicación, pero después de unas semanas se
ofreció a editarle. Con su propio nombre e identidad. El libro, por si tienen
la curiosidad, se llama Estabulario y
los nombres del autor y la editorial ya los conocen.
Y esta es la historia del Shylock que tuvo que
disfrazarse de Portia para defender su causa. O la de otra Carmen Mola, como
prefieran.
Román Rubio
Octubre 2021