EL
CABALLO Y EL GORRIÓN
Quienes hayan leído El País del domingo de pe a pa
pueden saltarse este artículo: les puede resultar repetitivo; para los demás,
les diré que me he familiarizado con lo que en EEUU se ha dado en llamar The Great Resignation, o, de manera más coloquial The Big Quit, y que en
español lo traducen como La Gran Dimisión o (y esto es cosecha propia) La Desbandada.
Lo trata Joaquín Estefanía en su artículo La dimisión del empleo y, de manera
exhaustiva, la corresponsal en Nueva York, María A. Sánchez-Vallejo, en su
reportaje La Gran Dimisión agita EEUU.
Se trata del hecho de que un número muy significativo de personas en aquel país,
cuatro millones más o menos, se despiden de sus puestos de trabajo cada mes
desde el pasado abril (coincidiendo con el fin de las restricciones de la
pandemia), a menudo sin el propósito de buscar otro empleo; o al menos, no
inmediatamente.
Las causas son complejas y variadas: la aprensión a
volver a las sedes tras acostumbrarse a trabajar en pantuflas para algunos, la
acumulación de ahorro originado por las restricciones para otros, los cheques
del gobierno para paliar la inactividad y la propia introspección propiciada
por meses de reflexión parecen haber hecho mella en muchas personas que han
decidido no volver a ese trabajo de mierda mal pagado que les permite (solo)
subsistir. Así lo ha expresado Robert Reich, antiguo secretario de trabajo de
Bill Clinton y el mismo Biden cuando dijo aquello de “pagadles más”, ante la
queja de los empresarios por la falta de trabajadores.
Lo cierto es que muchos andan huyendo de sus
trabajos: no solo los que ganan un sueldo de mierda, como dice el ex político,
sino otros que tienen buenos puestos en lo que allí llaman “mundo corporativo”.
Los empresarios están teniendo problemas para encontrar trabajadores
competentes en muchos sectores como el del cuidado de las personas, la sanidad
o el transporte, en lo que el Nobel de Economía, Paul Krugman, ha definido como
una crisis de oferta, al contrario de la Gran Depresión, que lo fue de demanda.
Y así están las cosas en EEUU, un país con un 5% de
desempleo, lo que supone casi el pleno empleo, y con un 3% de desertores (quitters) del mercado laboral.
¿Y qué pasa en Europa? Pues tres cuartos de lo
mismo: en Gran Bretaña y en otros países del continente, incluida España, se
las ven y se las desean para cubrir puestos de camioneros, con la amenaza de desabastecimiento
del mercado. No es de extrañar: cualquiera que haya hecho un par de trayectos
de ocho o diez horas con su propio coche sabe lo cansado que es, incluso con la
perspectiva de llegar a casa. Imaginen como será si hay que hacer lo mismo al
día siguiente y al otro y al otro en la cabina de un camión de varios ejes,
teniendo que descansar las horas preceptivas en inhóspitos aparcamientos de
carretera. Le hace pensar a uno si vale la pena dar la vida por un sueldo. Algo
parecido ocurre con los trabajadores de la construcción, los recolectores de la
fruta en el campo y otros esforzados tarzanes de esta vida.
Lo que para unos es una carga insoportable, para
otros es un trozo de paraíso. Vayan sino a las fronteras: acérquense por
Melilla, el Río Grande o los bosques de Bielorrusia y verán a miles de personas
vislumbrando las migajas del camino transustanciadas en maná. Lo que me ha
traído a la memoria aquello que el economista John Keenneth Galbraith dio en
llamar “the horse and sparrow theory”
(la teoría del caballo y del gorrión), que viene a decir que si das de comer al
caballo suficiente avena, algo caerá en los caminos para los gorriones; se
supone que (de manera sarcástica y algo cruel) a través de los excrementos de
la caballería.
Pobres gorriones. Y eso que en los días de verano,
cuando acosan las moscas, bien que ayudan a mantenerlas a raya, como en la
fábula de Rafael Pombo.
Román Rubio
Noviembre 2021
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