EL
VAR DEL CONGRESO
El VAR (Video Assistant Referee) se introdujo en el
fútbol de élite con el bienintencionado pero ingenuo propósito de aclarar las
dudas arbitrales y corregir las decisiones erróneas —lo que ha conseguido, parcialmente— y acabar
con la polémica —lo que afortunadamente, y en beneficio del fútbol, no ha
conseguido—.
En el Congreso de los Diputados se introdujo el
sistema telemático de votación para mejorar (aún más) la aperreada vida de los/las/les
señores/as diputados/as/es. En principio se contempló para situaciones de
maternidad/paternidad o enfermedad grave del representante y después, con el
Covid, se generalizó, y pasó a ser usado más o menos a discreción del
interesado. Para evitar posibles yerros, el sistema solicita un doble voto y de
ese modo evitar la confusión de los señores/as diputados/as/es en algo tan
terriblemente complicado como elegir entre SÍ y NO. Parece fácil, ¿verdad? “¿Quiere
usted un chalet en Mallorca gratis?” SÍ. “¿Quiere usted un cáncer en el páncreas?”.
NO.
Por si hubiera contestado usted de manera errónea al haber hecho la elección al tiempo que, digamos, está a mitad de partida con la Play Station o atendiendo a los caprichos más íntimos de Mariví o de Pablo, el VAR del Congreso le vuelve a preguntar: “¿Quiere usted un chalet en Mallorca?, ¿y un tumor pancreático”? “Ay, espera Mariví que me están haciendo unas preguntas muy difíciles y liosas que requieren toda mi atención”.
Y voy y me
equivoco y pido lo que no quiero.
Pues, bien: este magnífico sainete nos ha ofrecido el
Congreso de los Diputados esta pasada semana con el affair conocido como El
disputado voto del señor Casero. El tal señor, tras haber apretado dos
veces al NO al chalet y SÍ al tumor, y dándose cuenta del error, se presentó en
el Congreso a la hora de la votación para decir que no, que se había
equivocado.
La pregunta es: ¿qué clase de gastroenteritis aguda
tienes, pillín, que te impide ir a la votación presencial pero no a la
reclamación? Si estabas en Madrid, que es donde se cobra la dieta del pleno,
hombre; ¡acércate a la primera...! He leído que eres soltero; mejor, no quiero
ni imaginarme como te habría recibido tu mujer de vuelta a casa.
Hubiera sido un vodevil flojito, la verdad, si el
voto del señor Cayo (digo, del señor Casero) hubiese sido uno más, merecedor de
un tirón de orejas del jefe del grupo parlamentario, pero no; había de ser
necesario para la aprobación de una ley en la que estaba todo el empeño y
prestigio de la oposición e supongo que el interés de muchos españoles. Eso sí
que es acertar en la función del villano. O mejor, en la del tonto, porque
villanos hay más en esta historia.
Piensen ahora en el papelón de los dos diputados de
UPN cuyos nombres no he retenido ni me voy a molestar en buscarlos. Traicionan
a su partido por unas presuntas bolsitas de denarios, se pierde la votación, los
expulsan del partido, no cobran el presunto botín por no haber conseguido el
objetivo (ya saben, Roma no paga traidores) y luego tienen que ir por Pamplona
con mascarilla, gorra y gafas de sol el resto de sus días, haya o no haya
pandemia.
Y todo por una mala partida de la Play Station o un
caprichito a deshora de una Mariví o un Pablo cualesquiera.
¡Lo mato!
Román Rubio
Febrero 2020
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